Alma, a veces, olvidada por mi culpa
Publicado en Nov 07, 2008
Alma, a veces, olvidada por mi culpa
Iracunda la mirada mía esa noche de ojos color perla mirando siniestro todo lo que estaba en ese lugar sin nombre. El parpadeo simulado en reversa estaba bajo el sol y para nada sentía amor él, el párpado de algún modo. Mis manos estaban desgarradas de tanto morir y escuchar piel negra; quemada, púrpura, amarilla en la penumbra. Mi mano, mi mano izquierda tomó distancia y el reflejo quedó en un futuro amargo, de miradas. Los árboles olvidaron mirar en verde y las calles adoquinadas rieron a la noche sin sabor que desprendió su mirada color perla. El pobre camina por la vereda del frente y está cada vez más borracho y se come a la gente alegre que no entiende nada sobre los espejos usados. El hilo de cerveza hirvió y los cigarrillos lloran por primera vez en el planeta esta tarde, de noche. Quiero viajar, quiero morir el resto de mi vida en el camino. Recuerdo cuando las horas pasaban en cámara lenta allá en el sur mientras miraba tardes completas al sol y eran tan ausentes los humanos y eran tan olvidadas las proyecciones de música que no me importaría viajar y agarrar las fotografías de ese tiempo. Y no existía la verdad y no dormía tranquilo por el defecto de la nostalgia que me ha acompañado siempre en un baúl llamado Raúl, que mira mis ojos naranjos ahora mientras escribo. La música se estremece al oír historias de terror en la calle vacía y en la memoria colectiva del triste santiaguino de cualquier poblacional mirada arrastrada e inventada; disfrazada, discutida y luego, otra vez, disfrazada en el resorte diario. Ella la música siempre. Inventan al mortal que vive en este lugar enorme con olor a capital. Prefiero el norte porque no lo conozco, prefiero estar en mi casa borracho a salir y observar a los vivos. Hoy el sol atrapa la nostalgia, hoy las palabras que están escritas bajo mis manos son un sueño, como el juego de los chicos que no conocen de reglas. Y los diarios están para mentir a la vida, para recordar lo que nadie quiere recordar, para sufrir. Y los periodistas son infinitos e inocentes y los poetas lloran vino diario; ambos enjaulados, con las manos cadenosas, espinosas, amargas, construidas por humanos antiguos de tanto y puro miedo. Los ojos son el vidrio. El temor late a la mañana. El anciano es exquisito. Asusta cuando los sueños despiertan y toman el control, los sonidos de la vida real consumen y envenenan las manos porque cuando despiertan nos damos cuenta que no son verdad, sino de vientos. Por qué están así las cosas, ahora lo sé. Voy a dormir en el dibujo que Daniela Iacoponni hizo, voy hacia ella, cayendo. Es perfecto el dibujo y allí miro hacia abajo y me lo han dicho en la vereda, no sé mirar de otra forma. Acaba de caer, otra vez, el silencio. Página cuatro, cinco, seis y las puertas que nos devolvieron en las malditas cajas están sobrando. Y el cariño está a un lado de lo que sucede, voy a alcanzar a escribir esta noche un par de palabras, sueños. No cae la gota desde el vaso que está en mi escritorio por que no quiero y si camino pateando recuerdos es porque los he soñado suficiente y ellos no me reconocen. El sol está en el vértice de la ventana, los pájaros explotan sus ojos hacia la tarde sureña acá en el norte, allá en el centro y muero cada momento, y me retiro cada vez porque escribo y mi amor se derrumba en ella fantasma. Puedo morir? Si, quiero. Acabo de despertar y el día que está marcado en mi frente se gasta en cada momento; cuando enfrento personas y cuando compro droga para olvidar. Mi pieza ya no es mi casa, es un lugar más donde he podido trabajar y a veces, hacer el amor con alguna chica bonita, en Marzo, con ojos vivos o de algún color parecido al mío, bella como siempre. Mi casa, mi casa soy yo. Hoy llueve como nunca imaginé y como nunca comenzarán los días. Estoy repitiendo la sonoridad de algunos recuerdos porque ellos alimentan mis manos y es de ellos de los que esta noche, alguna hermana hablará por ahí en otro lugar del planeta lejos, tal vez cerca, quizás donde. Tomo mi cabeza y la transformo en animal sangriento, en un personaje visitado en cualquier momento. Mis manos tienen un olor, hace días, extraño. No sé que es, a veces pienso que están muertas, de sueño; muertas de nada, de no ver televisión o de recoger fotografías y poemas de la calle. De tanto escribir y viajar tal vez. En reversa, otra vez, mirando hacia los lados va la señora loca sobre sus pies. Llevo la mañana entera siguiéndola de cerca y se ha asustado. La conozco, la conozco de antes y ella no me recuerda. Debe ser por mi carácter de quedar horas mirando las cosas. Su ropa es antigua, su cara blanca parece no recordar nada y sigue mirando hacia los lados. Vuelvo a escribir, estoy seguro. Ha comenzado otra vez a llover. Serán tres días como siempre y la gente dormirá y recordará los días que siguen. Ya no quiero mirar por un tiempo a las señoras; ni a los días, ni a los recuerdos, pero no puedo. Quiero viajar. Vuelvo, vuelvo al tercer día de lluvia hermana, trémula sin control y todo se inunda y todo vuelve a ser el pasado en recuerdos antiguos de calles apagadas por el sudor de niños que no paran de jugar a mi lado y los observo, y suspiro la alegría de agua transparente que lanzan. Mis manos son de ella. Pero no la quiero recordar ahora porque es el último día de lluvia, en mi Departamento Santuario. Un sorbo mas de olvido, otro cigarrillo comprado en la esquina, tomo mi cabeza de animal y vuelvo a escribir sobre lo que sucede en los rincones de mi alma, a veces, olvidada por mi culpa. Hay algunos recuerdos que me engañan y me doy cuenta que son sueños y me doy cuenta que son inventados en la neblina o en el atardecer durante algún viaje. Salgo a caminar. Anoche estuve preguntando con la cabeza colgando por el futuro a los faroles. Respondieron una a una las miradas de la gente que pasaba a mi lado, pero no la mía. Dijeron que era yo el de las respuestas y me dejaron confundido, pensando en los adoquines de calle Cien Fuegos, en la casa del poeta Vicente, Huidobro. Acabo de llegar a mi computador. En la esquina estaba el mismo ciclista de todas las noches, después de encender un cigarrillo comenzó a pedalear. Yo miraba la vereda, como siempre, pensando. Son las nueve de la noche y no puedo dejar de pensar en el olvido que tengo que lograr hacia ella, la Hermosa del Jardín. No quiero estar con ella, no quiero confundirme y sufrir más. La quiero. Mis miedos a veces me superan, pero no puedo hacer nada ahora, solo escribir y quedar solitario caminando, complicado en mi visión nocturna. La canción ha sonado mil veces y el recuerdo del ciclista de hace un rato se vuelve ahora transparente, como mis manos. Lo que salva mi vida son la fotografía, la historia y la palabra, y no quiero estar con esa mujer, no quiero hacer daño. Solitario no hago daño. De nuevo he seguido por horas a la señora de ropa antigua y ella otra vez se ha dado cuenta, no se mentir. Soy, definitivamente y de verdad, un perdido, desaparecido. Mi casa desorden, mi casa soy yo. El teléfono móvil cagó y la vida no anda como quiero. Ahora quiero a la Hermosa del Jardín, pero no quiero estar con la Hermosa del Jardín. Quiero hacer música con el amigo antiguo, pero no puedo. Por qué, por los tiempos y por culpa de mi cabeza que se ha transformado en animal y en pensamientos que matan cualquier sombra de amor. Me da miedo las cosas, estoy seguro. Me da miedo la vida porque es tan parecida al funcionar. Y puedo no estar, aunque no quiera. Quiero mirar otra vez tus ojos porque me asusta cuando tocas mis manos. Estas? Otro cigarrillo, otra vez viene la distancia, como la línea de mis ojos y el desorden orden que existe en mi casa, envidiable e inolvidable. No quiero respirar mas la almohada hechiza y regalada de noche. Solución, término? Solo quedo sin final. Porque el caminar funciona así. En la vereda una carta, de amor, no lo sé. Está en pedacitos de palabra. El ciclista se perdió hace dos cuadras. Rota por algún motivo, no la he encontrado entera sino desecha por culpa del amor. Cuatro trocitos, mi número de suerte. He leído solo la fracción de una parte de la carta. En la vereda del frente había gente esperando micro y reían. Yo buscaba; en la calle, bajo los autos la carta completa y solo recogí cuatro trocitos. Por qué la habrá roto? no lo sé. Fue ella o él, no lo sé. Estoy seguro, la voy a armar de nuevo. Quiero observar y reconstruir la historia de ellos que en algún momento, tal vez, se tocaron por alguna de estas calles. Hoy intenté llamar a mis padres y no pude. Intenté hablar con Montserrat de seis años y no pude. Solo la carta parece estar en mí esta noche de invierno en el dos mil cinco, en Junio, a las diez. Llegué a mi casa hace una hora, el orden que existe es devastador, completo y de dioses bellos, creo en ellos. La canción ha sonado mil veces, los cuatro trozos de carta y la hermosa del jardín es lo único que llevo adentro, en este momento. Miro la guitarra Eulalia y me dan ganas de tocarla, pero algo no me deja, pareciera ella no querer estar conforme con mis sentidos. Respeto al tiempo y sus decisiones porque a él lo inventaron así. En el teléfono público la llamada duró solo un instante y la hermosa quiso alargarlo devolviendo su voz verde hacia mí. La gente estaba a mi espalda escuchando palabras que eran solo para ella, solo para nosotros. Y la carta, la carta que acabo de encontrar a las nueve de la noche en invierno destrozada está como testigo a mi lado. Montserrat debe haber estado jugando con sus ángeles o pensando en mí en ese momento. Creo que voy a explotar, siento que hoy podré decidir si la nostalgia sigue a mi lado o se enredará en mi recuerdo hambriento de conocimiento y escritura y música. Después de hablar con la hermosa del jardín, una señora vendía sobre la vereda de calle Cumming pinturas, copias de pinturas. El viejo que verborreaba parado sobre ellas hablaba de los creadores y yo los distinguía por su forma de acelerar el proceso o su color y dulzura, no dije nada. Mi casa, ahora mi casa. Pienso que no sé lo que voy alcanzar y otra vez llega el miedo, siempre presente sobre todo cuando el amor llega a mi cabeza luego de años. Vuelvo a la carta, aun no la he leído. Quiero escribirla, armarla y pegarla bajo el agua y que me ayuden los cisnes muertos de Valdivia. No doy mas, no doy mas a la gente que se acerca porque no quiero. Hoy es martes de Junio, una verdadera decepción estar aquí, lejos de todo. Acabo de encontrar el disco, "Los Fundamentales". Anoche estuvo acá Francisco y espera a Florencia, en Concepción éramos hermanos, ahora como vecinos nos vemos de vez en cuando. Escribiendo esta carta al pasado siento distinto, siento sobre mi espalda palabras cóncavas, miradas perla y un recuerdo que se dilata perdido. Comenzaron los ruidos extraños otra vez. Comenzó a trabajar mi cabeza de animal y el final de la vida está pronto a olvidar. Tengo frío. Podría quedar solo, solitario. El ciclista está con toda su existencia y yo con mi conciencia. Acabo de prender una vela, acabo de pensar en los adoquines de calle Olvidada, acabo de releer palabras de Artigas. Borracho, lleno de decisiones amargas e inconclusas. Vuelvo, mejor, a la magia indiscutible de escribir. Estoy tranquilo. No, no estoy tranquilo. En la micro la gente miraba mis ojos y llegué a Plaza Italia, ahí comenzó el viaje, según yo. Plaza Italia, la recuerdo bien, es ahí donde cuatro veces he quedado esperando al tiempo. La voz que ahora escucho Bom Bom es una grabación antigua, la misma. Ahora ella está en Temuco y yo en Santiago, lejos, otra vez. Todavía no leo los trozos de la carta, aun no me atrevo y salvar sus vidas. Estoy borracho, desde que aprendí a escribir. Un cigarrillo, necesito un cigarrillo. Ya está, fueron tres días de pensar. Ahora estoy aquí, escribiendo durante tres días y el cielo está siendo invadido por nubes otra vez, me gusta esto. Mis manos están poco a poco tomando su color naranjo. Cuando ella me lee, ella sabe, puede hacer lo que quiera. Estoy cansado, un poco cansado. No sé cuando va a terminar esto, no sé cuando la vida se va a encargar de decir su verdad. Yo tengo la mía desde niño. Debo comprar un diccionario para reír alguna vez dentro de toda la distancia y el amor extinguido que veo desde mi lugar ahora. Término, termino ahora. Retiro mi cuerpo, voy donde ella, espero que me quiera, pero ella no me quiere. Acantilado feroz, era esa la noche un grito Eterna, eterna noche, aislados sueños Entierro, desilusión de ascos La música se busca en otros, se llama mentira Lo que pasa es mi borrachera de diez años ahora, hoy que todo ha pasado hace diez años. No estoy en internet ni esta ni la noche de ayer. Mi cabeza está dando tantas vueltas que quisiera no pensar, me concentro pero no puedo, no puedo hacerlo. Las cosas que me interesan ya no me interesan. Lo que hablo lo olvido antes de mirar a la gente en la calle a los ojos. Necesito caminar, como antes. Comienzo a drogarme, comienzo al final de esta que es mi noche a las diez cincuenta y nueve minutos. Es extraño pero no recuerdo el colegio, por qué borré esos años no lo sé. Tal vez hubo nada ahí. Tal vez estuve enfermo e inducido por la verdad que, ahora lo sé, no es completa sino una simple declaración de miedo. En el colegio me recuerdo observado y no participando, ya era un chico desdibujado, ya era un poco lo que soy ahora. El resto no recuerdo, solo imágenes tan vagas que, no recuerdo. Nombres, perfiles, miradas, sensaciones. Lo siento tanto, tanto que jugaría con gusto a volver cuando tenía diez años. He estado tocando fotografías antiguas y en ellas reconozco lo que soy ahora, un serpenteado escritor nocturno y mirón. Entonces apoyo mi vida en las casualidades y amoríos. Mis ojos van a explotar, lo sé. He dejado de comer mis dedos y estoy en un acantilado color naranjo gris sepia. Hace demasiado tiempo que no camino la vereda y me despierto todos los malditos días a las seis de la mañana a emborrachar lo que sueño. Entonces quiero que nadie venga a mi casa porque no quiero. Distancia, soledad, que nadie llegue a ninguna hora a molestar. Tomo mi cabeza, tomo mi cabeza de animal, tomo cosas de la calle. Tengo tanta rabia que podría dejar de beber, solo por molestar. Podría dejar de escribir, por no estar, pero no puedo, pero no tanto, porque no quiero. Pregunté a la mujer que me trajo a este planeta si la verdad es verdad, y ella con la ternura de nuestros quinientos kilómetros ha respondido en una llamada larga que la verdad está lejos de lo material, y eso es lo que quiero a cada segundo, en cada sueño y cuesta tanto. Cuesta ver una mirada triste por un segundo una o dos veces al día.
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Amaro Daz
saludos..
Giam
Extraido de tus incontables parrafos xD
esta chevere, pero intenta cambiar de imagen y ponerle una distinta a cada texto, seria buena idea xD
saludos. (yo tambien soy diaz :D)
Pablo Andrs
Esas tardes frías... con una triste ciudad gris en frente... sin saber qué hacer, con tus sueños machacados por el sistema de aquella ciudad gris, donde todos corren y no se miran, donde todos parecen estar muy apurados, apegados al tiempo, lejos de lo real... y con la mente llena de sensaciones y recuerdos...
Gracias por tu excelente texto.