Toma la llave más bonita
y encierra tu pasado.
Cuida que tu elección sea la correcta.
Debe ser dorada
para que brille siempre;
recordarte quién eres
y de dónde vienes;
Debe ser de buen acero,
para que sea perenne;
permitirte encontrarla
cuando la necesites.
Debe ser pequeña,
para que no te incomode;
no imprescindible,
pero sí importante.
Busca y guarda sólo algunas,
asegúrate de que lo que encierran
vale la pena.
Usa el cordón de tu escencia
y anúdalas con delicadeza.
Ten muchas copias
repartidas  entre tus afectos,
ellos deben recordar a veces

lo que compartieron
o cuando no estuvieron.
Mantén la cerradura aceitada, cuidada,
porque cuando quieras podrás volver,
porque cuando quieras podrás abrir
pero inevitablemente amigo;
si quieres continuar,
deberás volver a cerrar.
De eso se trata,
abrir, husmear,
aprender y cerrar
cuantas veces se desee,
se quiera o se necesite;
manteniendo el control del pasado,
de su influencia,
de su experiencia;
poder ordenar la mochila
acomodando cada vivencia
en el bolsillo que corresponda
y seguir buscando más llaves,
para resguardar sólo tesoros...