LA NEGRA EMELINA.
Publicado en Dec 20, 2012
Contraje el diafragma y solté un chillido de susto.
Era un 23 de Febrero de 1952 y mis hinchados ojos, negros y saltones se cierran con el vaivén de los destellos de la fogata al interior de la choza. La choza de palma amarga, lata y bejuco malibú, orgullo de mi padre, el viejo Paulino Cassiani, mejor conocido como Bankú. Construida sobre las ruinas que dejó mi bisabuela Carminia Dolores. Era una habitación en penumbras, sumida en la madrugada del día en que nací. Quedamos mi madre y yo en la habitación. Su respiración de leona me arrullaba y el acre olor a ron compuesto y tabaco negro invadía la estancia donde apacible dormí sin pausas. Comienza mi periplo vital. Estoy en San Basilio de Palenque, tierra dura, pequeñas colinas al horizonte, polvorientas callejuelas, casas de bahareques, geografía árida, inespacial, que te lleva a cualquier destino. Negros y mas negros. Negras en el sembradío, en el arroyo "el caballito" lavando ropa y duchando el cuerpo y el alma. Cavando pocitos, cacimbas, para tomar aguita cristalina que transportan sobre sus cabezas y su cadencias en latones hasta sus casitas. El viejo Bankú me llamaba Nzingá, en honor a la reina de los Mbundu, Señora de los reinos de Ndongo y Matamba, la historia que lo conmovió, que lo aferró a sus ancestros de la Madre Africa. Pero mi madre no se lo permitió y me llaman hasta hoy y por siempre : Emelina. Emelina Cassiani. Soy descendiente de Domingo Bohió, el cimarrón que lideró la desbandada monte adentro para recuperar la libertad, que alguna vez fue suya en las planicies de Malawi. Tengo en mi lenguaje las notas morfosintáctica de las lenguas autoctonas africanas, mucho de bantú, algo de kikongo y kimbudu. Canto el bullerengue, la alegre chalupa y el son de negros, cuando alguna negra se va a casar y me meneo al son de la chalusonga siempre jarocha y sin parar. Crecí amamantada, hasta que mi madre se untó curarina para espantar el asedio inclemente. Me hice mujer en la cocina atareada de pilones, bateas, rallos y susungas. En medio de los fragantes olores del arroz encocao, alegrías de millo, quesos fritos, rondones, legumbres y garbanzos, calabazas y enormes patillas, tasajos y malanga, el pancito de plátano y los imperdibles tostones o bollos de maíz. El manatí, la guagua, el sahíno, las dantas y el venao, las carnes de todos los días, así como la torcaza, el diostedeces, el pechiblanco y el corcovao adornaban el plato al mediodía. El guandul, la candia, la gallina de guinea, el frijolito blanco, el sofrito y el dulce ají, Atávica tradición de nuestra cocina Yoruba. Todo el sabor que nos acercaba a la tierra Grande, al otro lado del mar. Los recuerdos atropellan mi memoria: Tomados de la mano, mi padre y yo íbamos a los festejos ya sea en Manzanillo, Manga o en los arrabales de Getsemaní, a comer Cuz-Cuz, la sémola de trigo cocida al vapor que se derretía en mi boca y me proporcionaban el summun de la felicidad de una niña, tirada en los playones soñando un mundo de gentes buenas de un solo color. Me he envejecido, hoy ya nada es igual, si somos 20 mil o un poquito mas de mi gente palenquera es un milagro de la resistencia, la misma que hicimos contra los invasores de siglos atrás. Estoy agotada, sigo siendo esclava, esclava por una misma y única razón: Sigo siendo negra en un mundo hipócrita, mentiroso y lleno de odios. Dicen que nos hemos visibilizado. Hay, yo no sé cuantas organizaciones, redes, federaciones, pastorales y corporaciones se arroban el "derecho" de defender nuestro patrimonio oral e inmaterial, que de nada ha servido. Menciono algunas: La corporación Jorge Artel, El Cabildo de Integración Social Afrocaribeño, mas conocido como Gavilaneo, la Corporación de Festival y Redes de Consejos Comunitarios, la Organización de Mujeres Afrodescendientes del Caribe "Graciela Cha Inés", la Red Nacional Kamburú, La Fundación Surcos Palenque Libre. Movimientos pastorales, que han llamado, inutilmente la atención a toda la sociedad de la invisibilidad de mi etnia en el imaginario colectivo. Existimos como palenque desde el siglo XVI y muy a pesar de las buenas voluntades de esas organizaciones y las que se me olvidan, seguimos formando parte del anecdotario turístico y floklórico de un país que se registra como el segundo en tener la mas alta población de negros y negras en América Latina. Es tan triste y precaria nuestras revidicaciones, que me temo que solo hemos servido para darle puesto y burocracia a unos buenavidas que pelechan con nuestra dignidad. Domingo Bohió, te convoco para que de tu poderosa mano nos lleve de nuevo a un nuevo Palenque. De nada ha servido todos los estudios sociológicos, copiosos por cierto, donde han saltado como liebres desde un mágico sombrero de oropel, términos tan exóticos como: "etnoeducación", "etnodesarrollo". Estamos tan diagnosticado como una gripe en medio de un invierno atroz. Es tanto así que solo en 1975, pudimos conocer la energia eléctrica, y eso porque Pambelé aporreó a otro negrito y se coronó Campeón Mundial de los Welter Junior. San Basilio, sigue siendo un caserío sin una sola calle pavimentada, polvorienta y detenida en el tiempo. Un monumento a Benko Bohió, dramático y herrumbroso es la señal paupérrima de un progreso incipiente. Yo, estoy aquí, sentada en el petril de una calle cartagenera, rendida de tanto caminar, vieja y vencida hoy, renovada y vital mañana. Todavía no es el tiempo para mi Lumbalú. Es otro día para endulzarte la vida con mis cocadas, caballitos, dulces de mamón, de icaco, de mamey, de coco, de plátano, bolas de maní, jalea de tamarindo, bolas nucias, enyucao y alegrías. ¡Alegrías con coco y anís, casera cómpreme a mi, que vengo del barrio Getsemaní!
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