ENREDOS Y DESENREDOS
Publicado en Dec 22, 2012
Eran dos primos jóvenes en plena adolescencia, estaban ávidos de conocer los placeres de la vida, ya les andaba por amar y ser amados. Ambos tuvieron sus respectivas noviecitas pero no pasó de ser escarceos propios de una niñez precoz, nada de que ir presumiendo por la vida, besitos furtivos, manitas sudadas y uno que otro apretón de nalga al descuido de la pareja quien casi siempre terminaba enojada y se alejaba por algunos días. En estas condiciones de hormonas y emociones estaban los primos Manlio y Flavio cuando llegó a vivir al pueblo una familia de la ciudad de apellido Celestino; este grupo familiar estaba formado por don Cleto y doña Prudencia que eran el padre y la madre; Claudia, la hija mayor, Sarita, le seguía en edad y Jaime, un niño de ocho años. Para continuar sus estudios, las muchachas se matricularon en la escuela donde asistían los primos Manlio y Flavio. Desde un principio Claudia y Sarita Celestino fueron asediadas por sus condiscípulos varones quienes sólo eran jóvenes pueblerinos quienes las llenaron de atenciones exageradas; llegando algunos al ridículo de exhibirse haciendo muecas y maromas para divertirlas. Las circunstancias, como suele suceder, fueron las que dieron inició al movimiento de las piezas del ajedrez de la vida de aquellos muchachos. El buen juicio y profesionalismo del maestro Andrés, quien atendía la escuelita del pueblo lo orillaron a pedirles a Godofredo Flores y a Flavio que eran los más adelantados de la clase, ayudaran a las nuevas alumnas a cotejar y ponerse al corriente en los conocimientos escolares que traían de su lugar de origen, con los avances que ellos habían logrado en los temas de estudio. El segundo movimiento fue obligado, pues Godofredo, el “Rey” de la clase fue abatido por una ingesta brutal de mole poblano que lo obligó a ser hospitalizado por un ataque severo de gastritis. Así que el buen profesor tuvo que sustituir al gordo tragón por Manlio, quien al conocer la noticia sólo dijo: -Si maestro- pero le brillaron los ojos de malicia. Impetuoso como siempre, Manlio decidió asesorar a Sarita, pues veía en Claudia mucho carácter y don de mando exagerado y la hermana menor le parecía más dócil, siempre andaba suspirando, imaginando historias color de rosa y escribiendo poemas. Cuando la hermana mayor se enteró que sería Flavio quien la asesoraría hizo un mohín de disgusto; hubiera preferido que fuera Manlio, pues era más vigoroso, más decidido y su acné en la cara le sugería muchas cosas interesantes que le alborotaban la hormona. Por supuesto que hubo una jugada defensiva en este tablero de la vida, ésta corrió a cargo de don Cleto cuando se enteró de la decisión del maestro Andrés. –Está bien, pero que sea en esta casa y que tú, Prudencia, estés al pendiente de esos mocosos chaqueteros, pues no les tengo nadita de confianza- Gritó impositivo el viejo. Así, cada tarde se reunían a puertas abiertas en el despacho del señor de la casa Claudia y Flavio. Mientras en el corredor bordeado por rosas, retamas y lirios, Manlio y Sarita repasaban sus conocimientos escolares adquiridos. Doña Prude vigilaba celosamente desde su mecedora de bambú tejiendo pacientemente un mantel que le regalaría al profesor Andrés por ser tan considerado con sus niñas. Mientras en el patio de la casona Jaimito, el hijo menor, cual peón de ajedrez en táctica de contención de ataque, desde un sitio estratégico que le había asignado su madre, jugaba con su mascota; sin olvidar la indicación precisa de su progenitora: “Con un ojo al gato y el otro al garabato”. Pasados algunos días, los estudiosos terminaron la encomienda que les había dado su maestro. En tácito acuerdo decidieron continuar con las sesiones. Ahora utilizaban el tiempo disponible para platicar cosas de jóvenes, para conocerse, para saber de sus preferencias, de sus proyectos y de sus ilusiones. Doña Prude les había tomado confianza a los visitantes, de tanto ver el “punto de cruz” del mantel que confeccionaba le entraba soñolencia y terminaba por quedarse dormida. Claudia, siempre pizpireta ahora cerraba la puerta argumentando que los ronquidos de su mamá no los dejaba estudiar. Mientras que afuera, Manlio entre eructo y erecto que le provocaban el agua de limón y las galletitas que le daba su anfitriona, distraídamente entre sus manazas lo mismo aplastaba rosas que lirios; mientras impaciente escuchaba los poemas que leía Sarita. No atinaba a descubrir la verdad, él era un muchacho que no conocía de metáforas literarias, ni de mensajes subliminales. Se exasperaba al no saber si era del agrado de Sarita, si ésta aceptaría ser su novia como lo deseaba él. Le era muy difícil contenerse y no abalanzarse sobre ella y colmarla de besos y caricias. En el interior de la casa, Claudia pasaba las de Caín; Flavio le había confiado su gusto por la poesía y a tirones le arrancó al muchacho la confidencia de que era virgen de todo a todo, nunca había acariciado la desnudez de una mujer; esto exacerbaba la libido de la muchacha. Así que en una tarde primaveral, cuando el joven leía un poema de un autor desconocido que decía: “…Y mis manos ávidas de caricias ansían conocer lo virginal de tu cuerpo..” no se contuvo más y en un arrebato de lujuria juvenil le mostró sus pechos al asombrado muchacho que no pudo reaccionar, sólo quedó boquiabierto, mientras ella con desesperación removía la ropa del jovenzuelo y extraía ansiosa el pene de Flavio. Por supuesto que la naturaleza puso en jaque la situación cuando el miembro del muchacho adquirió todo su vigor y se irguió amenazante frente al rostro de Claudia, como retándola a algo más. El reto fue tomado con mucha decisión cuando la boca juvenil de la muchachita inició un medroso besuqueo en la glande viril de su compañero de clases. Mientras en un recoveco del jardín, Manlio, ¡por fin!, le había declarado su amor a Sarita, no hubo palabras bonitas, ni versos, ¡ni rosas!; pues el muchachote ya las había destrozado todas en su desesperación. Entre jaloneos y empujones Manlio había logrado abrazar fuertemente a la muchacha, quien abrió los ojos con espanto cuando sintió que algo “enorme” se agitaba entre las piernas de su compañero; quiso zafarse, pero dos manos la apretaron por las nalgas y entonces empezó a desfallecer. En el juego de la vida hay jugadas que en el ajedrez se les llama de “Jaque mate”; éstas, dicen que las juegan el destino, la suerte, Dios o el diablo. Quien haya sido, resulta que esa tarde don Cleto regresó mucho antes de lo acostumbrado. Al llegar encontró a su mujer profundamente dormida y desde su despacho se escuchaban jadeos y suspiros de satisfacción. Cuando abrió la puerta de una patada encontró a su niña succionando febrilmente el pene de Flavio, que con los ojos en blanco sólo alcanzaba a decir: -¡más, más, más, maaaaaaas!- -¡Más te voy a dar, hijo de tu puta madre!- Gritó enloquecido el hombre, al momento que se sacaba el cinturón y empezaba a darle cintarazos al sorprendido muchacho que inició una loca huida, seguido por su agresor que cada vez que lo alcanzaba lo tundía a golpes y patadas. Si no fue porque en la persecución se le cayeron los pantalones a don Cleto y al enredársele entre los pies lo hicieron caer de cabeza contra un pedrusco, hubiera matado al muchacho. Fue tan fuerte el golpe que se propinó contra la piedra el iracundo padre, que ahí perdió la vida. Mientras que con el escándalo, Manlio salió huyendo sin rumbo fijo, en tanto que Sarita se subía los calzones que a media pierna le había dejado aquel bruto. Las clases en la escuela terminaron para las huérfanas, el maestro Andrés convino en darles lecciones particulares a las hermanas hasta terminar el curso. Ni a Flavio ni a Manlio se le permitió acercarse a más de una legua a la redonda de la casa de las jóvenes Celestino. El segundo intentó olvidar lo cerca que estuvo de lograr sus deseos pecaminosos en el cuerpo de Sarita, pero las masturbaciones con el “paso de la muerte” incluidos no fueron suficientes. Ni siquiera lo logró con sus frecuentes visitas al burdelito del poblado; ninguna puta tenía la frescura y la firmeza de nalgas que poseía su amada. Al finalizar el curso escolar, era una tradición realizar una excursión a manera de despedida de la muchachada. Ese año se acordó que fuera en la cascada “Los siete brincos”; nada de ir al bosque, no fuera a suceder lo que pasó en un pueblo lejano, en donde un loco masacró a tres niños que participaban en un día de excursión de fin de cursos. A sugerencia del director de la escuela, el profesor Andrés invitó a doña Prudencia viuda de Celestino y a sus hijas para que asistieran al paseo, como medida de desagravio y de buena voluntad de la comunidad escolar, pues los adultos entendían que todo fue cosa de las calenturas normales en la edad de los chamacos. Las aguas cristalinas y frescas en su caída mojaban el cuerpo de Claudia y la hacían estremecerse, se imaginaba que eran manos de hombre que la recorrían con lascivia, luego se dejaba llevar como en un ensueño erótico por la corriente del río. Detrás de una gran piedra vio una cara conocida, era Flavio quien la veía con ojos amorosos y sólo lanzó dos avioncitos de papel en donde le pedía perdón por lo que había pasado y le enviaba un poema de despedida. Claudia sintió en los labios y entre sus piernas un escozor apremiante, pero se contuvo, bastante daño habían causado sus arrebatos, se dijo. En un recodo del río, Sarita y un grupo de jovencitas realizaban competencias de nado, al emerger de una zambullida la muchachita distinguió a lo lejos a Manlio quien le hacía señas desesperadas para que se acercara a él. Sarita dudó, pero le dio mucha ternura ver el rostro desesperado del muchachote. Coincidentemente alguien gritó: -¡Juguemos a las escondidillas!- -¡Busquen escondite, yo las encontraré!- Todas corrieron a esconderse, Sarita encaminó sus pasos hacia donde estaba Manlio. Al encontrarse no hubo palabras, por lo tanto tampoco promesas, planes ni intensiones solapadas; sólo fueron dos cuerpos juveniles ansiosos que se abalanzaron uno al encuentro del otro; no hubo ni de quitarse la ropa, ella hizo a un lado de prisa la parte baja del bañador y él, trémulo, apenas atinó a abrir la bragueta, extraer el pene y colocarlo en aquel sitio virginal que tantas noches le arrebató el sueño. Después los ímpetus de juventud hicieron que el resto fuera sublime para la pareja. Pasadas unas semanas se supo que Manlio había abandonado el pueblo siguiendo un prostíbulo errante en el que trabajaba una muchachita de grandes tetas y carente de dentadura que a decir de su clientela era una maravilla en el sexo oral. Luego, pasada la sorpresa de la partida de su primo, Flavio recibió de su querido maestro Andrés la orden terminante de que se presentara en la casa de doña Prudencia porque ésta quería hablar con él. Aterrorizado recordó sus avioncitos de papel y suplicó a su mentor que se apiadara de su persona, que no lo obligara a ir a ese lugar de trágicos recuerdos. Fue inútil, tuvo que hacerlo. Fue recibido en el corredor, donde no quedaban lirios, retamas, ni mucho menos rosales, ahí escuchó de una mujer adusta y desencajada por el dolor que le exigía, luego suplicaba le dijera el paradero de su primo. Él contestó que no lo sabía, pues era la verdad. Entonces la pobre madre en un recurso desesperado le confió al muchacho que Sarita estaba esperando un hijo de Manlio. Flavio abrió los ojos con asombro, volvió a decir no saber nada de su primo; que le parecía que no pensaba volver porque el mozalbete antes de partir había vendido todo cuanto tuviera algún valor. Luego quedó callado, cabizbajo, como meditando una jugada final para aquel enredo que se había provocado. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos como muestra de la felicidad que se empezaba a albergar en su ánimo. Le pidió permiso a doña Prudencia para hablar con Sara y en la sala de aquella casa se gestó la jugada clave en la vida de los involucrados. El domingo siguiente Sarita vestida de blanco se casaba con Flavio, Claudia en las puertas de la iglesia se despidió de su madre y de los novios y partió a continuar sus estudios en la gran ciudad al lado de los familiares de su padre. Cuentan que en los años siguientes, en cada una de las fiestas navideñas, el matrimonio de Sara y Flavio reciben, sin falta, dos cartas: Una es de Claudia, que sólo se limita a contar algo de su vida reciente y de enviar saludos para su hermana, el esposo de aquella y para Cleto Augusto, el hijo de ambos. La otra misiva llega sin remitente, invariablemente quien la manda pide perdón a la pareja por su proceder y en algún lugar del texto, con letra torcida por la emoción pregunta tímidamente, por la culpabilidad que siente: -“¿El niño cómo está?”- Por supuesto sus cartas nunca fueron contestadas, en primer lugar porque no hubo remitente a quien responderle y segundo, hay hombres que al torcer el camino de su vida, no merecen ni siquiera unas letras de aquellos que le tuvieron tanto amor. Sin embargo, Flavio ha construido y labrado una caja de madera en donde los esposos guardan como en un ritual funerario y de solidaridad amorosa cada una de aquellas cartas enviadas por un desconocido. Porque el niño tendrá que crecer y hará preguntas algún día. Y porque Flavio ama demasiado aquel hijo que la vida en una jugada magistral le concedió. Pues él a causa de unas patadas que le propinaron de joven, -un padre ofendido- quedó impedido para engendrar hijos propios.
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LUMA54
Cordial saludo
y felicitaciones por compartir tan buenos temas
kalutavon
LIBARDO BERNAL R.