Emergen
los recuerdos impolutos,
como torrentes cristalinos
y bajan desde la sierra,
desde las más altas cúspides del grito
y conmemoran
un breve manantial de breves ecos.
 
Emergen las imágenes,
los paisajes
y los huertos fecundos
del trigo amanecido.
Desde las hendijas del silencio,
pasa el galope de la tarde moribunda,
como una ráfaga de brisa
y un centelleo fugaz,
lírico,
de locas tentativas
y voces cotidianas.
 
Cuando todas las cosas callan,
tu silueta,
perfilada brevemente
en las alas ligeras del rocío,
edifica perfiles confidentes
y salta
desde la noche solitaria
hasta los cuartos de la espera.
 
La diáspora
del pensamiento viajero,
acude a tu regazo en lejanía
y se posa a tu lado
lentamente,
acariciando la brisa
y volviendo los ojos
en lontananza.
 
Como un erial de vívidas espigas
saludan los paisajes
y recodos.
Luego,
una voz, un grito,
una palabra trémula y vital
grita en tus oídos
el eco tímido
del amor
sincero.