Historia de viejos
Publicado en Dec 30, 2012
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Ese sábado como todos los sábados, de los últimos cinco años, me dispuse a escuchar de nuevo las cientos de historias acumuladas en el baúl de los recuerdos, de cada uno de mis ancestros reunidos en aquella vieja e inmensa casa bautizada por todos los que vivían por allí como “La casa de los viejos”. Esta casa, levantada ladrillo a ladrillo, hombro a hombro, tolete a tolete, con el sudor de infinitas faenas de duro trabajo, cocida a fuego lento en miles de comidas hechas alrededor de aquel fogón vetusto y por supuesto, con la secuencia interminable de incontables historias contadas por cada tío, tía, abuelo, esposa del tío y uno que otro nieto, en una suma de años que debían rondar sin mucha dificultad, el ultimo milenio.
El primero en hablar, también como siempre, fue mi tío Luis Magín, hermano de mi abuelo, quien después de pedir sin mucha cortesía un bocadillo para darle más énfasis a su narración, ponía orden en la sala y decía con todo lo democrático que era capaz, que el hablaría primero, que para eso él era el dueño de la casa. Las protestas de los demás, no tardaban en llegar, en medio de múltiples argumentos y razones válidas algunas veces, otras, negadas por completo con la razón y esgrimidas tan solo con el propósito, de poder tener un público cautivo, para trasmitir tanta experiencia vivida y tanto cuento no contado.
Mi tío, quien ya rondaba con facilidad los cien, por lo general empezaba diciendo “cuando yo tenía cuatro años y llegue a Barranquilla, las calles estaban llenas de una arena muy blanca, las aceras estaban sembradas de frondosos árboles de almendra y yo era tan pequeño que mi abuela me traía guardado dentro de una caja de madera en uno de los costados de la mula” Era la época en que los turcos cargaban bultos de telas en el hombro, aún no se habían metido a la política y caminaban calle por calle con un inmenso bulto de telas sobre la espalda negociando cortes a crédito, para pagarlos por cuotas semanales. Con el tiempo, el comenzó su propio negocio, cambiaba botellas vacías, por pelotitas de dulce, barajitas de papel y una que otra fantasía conseguida en cualquier parte. Luego aprendió algo de construcción y estuvo encaramado con unas cuerdas doscientos metros por encima del piso mientras se construían las torres de la iglesia San Roque, algo de soldadura, plomería, electricidad, zapatero remendón, vendedor de pan en bicicleta y todo aquello que pudiera generarle alguna ganancia, que al entrar en aquel bolsillo de su pantalón de dril, se sumergía en aquellas profundidades y no había poder humano que lograra sacar algo de allí ni saldría ningún billete por más esfuerzo que se hiciese, ni siquiera para asolearlos.
Ahora cuando los recuerdos se tornan claro oscuros y casi se pierden entre las marismas del tiempo y estos llegan a confundirse entre las verdades y los sueños, cuando la música de treinta años atrás nos llena de nostalgia, vuelven los recuerdos de hechos sucedidos hace tiempo, mientras por instantes se me olvida siquiera para donde voy, si estoy de ida o voy de regreso para mi casa…
Febrero 21 de 2001.
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Foto del autor Javier Herrera
Textos Publicados: 37
Miembro desde: Oct 10, 2012
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Descripción

Laberintos y recuerdos

Palabras Clave: Parientes idos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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