Mi nombre es “Abaddon”

Hace tiempo respondía al nombre de Samuel; nunca me ha gustado pero me acostumbré a él como a un viejo jersey gastado y maloliente con el que llevas tanto tiempo que es parte de ti. Abandoné dicho nombre una noche de verano cuando me vi enzarzado en una pelea con un grupo de desechos de la humanidad; cuatro tipos de mi edad aproximadamente para ser exacto. Me acorralaron en un callejón solitario a punta de navaja y golpeándome trataban de robarme lo poco que llevaba encima. Una vez que me di cuenta que no les importaba lo más mínimo lo que me pasase, me enfrenté a ellos. Tras propinarles un par de puñetazos, uno de ellos vino hacia mí con la navaja en la mano extendida.  Me giré cogiéndole el brazo y el que estaba a su lado acabo en el suelo con la navaja clavada en mitad de su pecho.
Sus compañeros se acercaron preocupados para socorrerlo y salí corriendo; entonces uno de ellos me siguió corriendo para impedirme huir.
Tras cruzar dos calles entré en un descampado con medio edificio derruido; el otro tipo me siguió pero no llego a verme entrar y esconderme entre los escombros. Mientras me buscaba tropecé con una roca y caí de espaldas al suelo.  Al oír el ruido salió corriendo en mi dirección. Tan rápido como pude cogí la piedra y me dirigí hacia los restos de pared por donde aparecería él; llegué justo cuando giraba y le golpeé en la frente. Una vez en el suelo no dejé de golpearle hasta que noté como se rompía el cráneo. No pude dejar de gritar hasta que se me cayó esa roca de las manos. Noté como algo se quebraba dentro de mí, al principio pensé que era mi alma; hoy en día tiendo a pensar que fueron las cadenas que me ataban y me frenaban.

Para cuando volví al callejón no quedaba más que una mancha enorme de sangre en el suelo. En ese momento sabía que no acabaría hasta ver a los demás tan muertos como a sus compañeros.

A partir de ese día mi vida cambió; tras un par de noches de insomnio en las que evalué mi vida a partir de ese momento, era consciente de que estaba en peligro de muerte constantemente. Y eso no cambiaría nunca. Por otro lado, no pude dejar de pensar en que me había convertido; había asesinado a dos personas ya nunca me podría considerar una persona “buena”. A partir de ese momento supe que solo tenía dos salidas; vivir sintiéndome culpable y malviviendo el resto de mi vida; o ya que mi alma está condenada hacer todo lo posible por ganarme el mejor lugar posible en el infierno. Y ¿Que mejor posición que la del propio Satanás? Al tercer día salí de mi agujero renacido y con un nuevo nombre: Abaddon, rey del abismo sin fondo que encadena a Satán por los siglos.