María Joven
Publicado en Jan 04, 2013
MARIA JOVEN
Los años pasaron veloces; llegó la adolescencia y con ella los amores furtivos. En ese tiempo, a las muchachas no se les permitía recibir la visita de sus pretendientes, mucho menos salir a la calle con ellos La muchacha atisbaba desde la ventana de su habitación y su enamorado elevaba la mirada ansiosa hacia el balcón donde estaba su amada, mientras colocaba la palma derecha en el lado izquierdo de su pecho, como clara demostración de que su corazón pertenecía a esa mujer soñada. Cuando la muchacha dejaba caer un pañuelo bordado primorosamente y el joven se apresuraba a rescatar la blanca paloma en sus manos temblorosas, esa era la señal inequívoca de que el amor era correspondido. María era bonita. Pertenecía a una de las familias más ilustres de la época. Los pretendientes eran numerosos. Su espíritu inquieto seguía aprisionado en un cuerpo que carecía de la libertad que ella ansiaba. La estrictez de su padre y la absoluta sujeción de su bondadosa madre a todas las órdenes de su rígido esposo, impedían considerarla una aliada. Sus hermanas eran menores y su principal función consistía en espiar a su hermana mayor e ir a contarlo todo a su madre, quién corría presurosa a enterar al padre para que sea él quien imponga el castigo. Había que impedir a toda costa que la niña cometa errores que podrían costarle caro. Era necesario coser una chaquetilla reforzada ahora que sus pechos estaban más grandes para aprisionarlos e impedir que los muchachos se fijen en ellos cuando María asistiera a misa del domingo. Nada fue suficiente para detener a la inquieta María. Recibía invitaciones a las fiestas de sus amistades y nunca obtuvo el permiso deseado. Ella era alegre, le encantaba bailar, y no podía hacerlo. Pero estaba decidida a festejar el cumpleaños de su mejor amiga y nada ni nadie iba a imperdírselo. Se despidió de sus padres. Estaba cansada, iría a la cama temprano. En cuanto llegó a su habitación, procedió a peinar su hermoso y rebelde cabello castaño. Se colocó un poco de colorete en las mejillas y el lápiz de labios rojo sangre, robado de la cómoda de su madre. Vistió un vestido bonito, largo, vaporoso el cual sujetó fuertemente entre sus piernas para deslizarse luego por la ventana abierta de su habitación y caer en los brazos de su hermano, su cómplice de juegos y travesuras, que la esperaba fuera. Felices, libres, los dos hermanos, juntas las manos, sin pensar en el duro castigo que los esperaba a su regreso, corrieron por las calles de la tranquila y colonial ciudad.
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Daniel Florentino Lpez
con final de capítulo adecuado
Felicitaciones
Un abrazo
Daniel
Pilar Mosquera