Cautivos del poder
Publicado en Jan 05, 2013
El viento parecía soplar de todas las direcciones. El frío amenazaba con meterse en mi cabeza y en mi corazón, apenas podía comprender por donde deambulaba. La pierna blanca, desprovista de abrigo, se asomaba en la bolsa negra como queriendo escapar de la realidad. Me enredé en la manta que había robado de un tendedero y esquivé las siguientes como si se tratara de basura, de recipientes vacíos, arrojados. El cielo se iluminó de repente y el fogonazo atravesó el firmamento lleno de estrellas palpitantes que no dejaban de sonreír a pesar de ser siempre testigos. En la fosa oscura y húmeda imaginé encontrar compañía; caminé hacia ella, esperanzado por un abrazo, un chocolate, un amigo. La interferencia en la radio, la insistencia propagada desde el vacío, el hielo resbaladizo, el barro, el olor, me ofrecieron lo único que conocía mi cuerpo desde hacía unas semanas; una soledad golpeada con muerte, matizada de sangre helada... Me acurruqué con mi cobardía en el fondo y contemplé el cuadrado firmamento, centellando, avisando con sus luces, el comienzo de la obra. Los golpes de mi corazón martillaron mis oídos anunciando la hora de los bombardeos. Cerré los ojos e intenté borrar las imágenes que me acosaban, luché con ellas sin fusiles, sin granadas, con hambre, con juventud y con miedo. Escuché las súplicas en mi idioma, las respuestas burlonas y la carcajada de la muerte que no perdona. Arrodillados, con las manos enlazadas en un rezo, pidieron clemencia. Dudé de la reacción de mi cuerpo que atemorizado no quería pedir favores y sin saber por qué me dejé hundir en la inmundicia de la fosa, rogando que la radio no los alertara. Oí la ráfaga que los decapitó, el ruido de las cabezas al caer sobre el lodo, la renuncia del cuerpo cayendo en suelo que defendíamos por ser Argentino. La risa se unió a otras, el festejo globalizó las palabras que no comprendí, que eran de intrusos soberbios, despiadados... No sé si me vieron cuando se acercaron. Cerré los ojos y rogué por mi vida, aun haciéndome el muerto. El castigo de sus borceguís en el hielo se fue atenuando, el cielo se fue apagando, pero mi corazón aún hacía interferencias con mi razón. Me abracé a la mochila, sabiendo que contenía un poco de mis afectos y recé pidiendo una mañana de sol; sin helicópteros, sin morteros. Cuando salí de mi refugio, intenté endurecerme como el paisaje, enfriarme como el viento y no atender a esos rostros blancos y adolescentes que conocía y que había aprendido a querer en el infierno compartido. Eran como yo, unos simples niños alargados, que poco sabían de tiro al blanco y de manipulación. Eran unos cautivos, cautivos del poder, de la ambición; unos soldaditos con coraje en el campo y hundidos de miedo en la soledad de una almohada, ovillada con el deber, la responsabilidad y los principios. La guerra terminó, la sangrienta, la fría; a nadie convenció. Ni a ellos, ni a nosotros… Sé que a pesar de continuar vivo, de luchar día a día por sobrevivir a mis pesadillas, el tiempo que todo lo puede; aquí tuvo su primer aplazo. Hace ya más de tres décadas y aun siento frío, aún siento la impotencia de haber sido un títere en las manos equivocadas, un soldado adolescente que poco sabía de armas, de luchas insensatas, de poder desmedido… Seguiré siendo cautivo de mis recuerdos, golpeado por la indiferencia de un gobierno, martirizándome por haber sido sólo un niño…
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Sara
Muy bueno amiga.
saludos
silvana press
Saludos Sarita
kalutavon
silvana press
Nos leemos! cariños.
Verano Brisas
silvana pressacco
Richard Albacete
silvana pressacco