¿Qué pasa con las emociones de las personas cuando nos toca vivir un día lluvioso?, ¿será que yo seré la única persona en el mundo que en un día como hoy pienso o recuerdo más de lo normal?
Estas dos interrogantes anteriores se alojan en mi mente en un día como este. Personalmente suelo andar un poco más sensible, recordando tiempos mejores y peores, sintiendo nostalgia por no tener a mi lado a personas o seres vivos que me gustaría que me hicieran compañía al lado del ventanal observando como cae la lluvia sobre nuestro contaminado Santiago.
Es en este preciso instante en que me pongo a pensar: ¿solo me ocurrirá esto a mí?, ¿sufriré de sentimentalismo extremo o simplemente es normal en un día frío y gris como este?
Los principales recuerdos que se vienen a mi mente son los de mi niñez; tiempos felices, cuando aún podía hacer lo que quería, dormir hasta la hora que quisiera, vestirme como se me diera la gana sin miedo al ridículo, tomar leche calentita en mi súper mamadera mientras veía la serie China Ochín mientras mi abuela preparaba esas súper sopaipillas que una vez terminadas me llevaría a la cama para mi degustación; tiempos mejores en los que la vida se vivía un poco más lenta, donde mi única responsabilidad era despertarme y vivir el día a día… esos eran buenos tiempos.
Cuando en mi ciudad llueve, comienzo a extrañar a la gente más de lo que los extrañaría un día cualquiera. Extraño las comidas y cariños de mi abuela, extraño los besos y abrazos de mis primos y hermanos, extraño las conversaciones y buenos ratos con mis amigos y amigas, extraño la compañía de alguien que me ame, extraño a mi abuelo que ya no está entre los vivos, extraño a mi mamá y a mi tía para tener conversaciones de tiempos mejores, extraño a mis mascotas que me regaloneaban mientras yo estaba acostada   flojeando… extraño tantas cosas que me comienza a inundar una gran pena.
Ustedes pensaran que esto me dura todo el día pero no es así; son solo lapsus de pensamientos que caben solo en un momento de un día lluvioso.