En los quicios cegados
Publicado en Jan 07, 2013
En los quicios cegados
una llama suscita latidos y reflejos: la pareja respira vuelta marea indómita, su segundo segundo de amor y eucalipto. Se entrelazan las ramas: son brazos en sosiego. Se besan en la frente. Se inhalan por los poros. Muchedumbre de besos sin fatiga infalible. La condición de eros ha refundado el cuerpo de dos cuerpos que fueron de mentes separadas. Ondean como soplos llevados por quimeras: Se enlazan y realzan sin que nadie les diga que deben detenerse. Besándose a sí mismos el corazón es solo un único latido y bajo el mismo viento son claridades breves que a los cielos inundan. Los seres sin cólera se anegan en sí mismo mientran los rozan todas las estelas del tiempo. Tienen abecedarios que son incomprensibles a aquellos transeúntes que tienden a ser ciegos. Sin rostro, se han querido y son dos cercanías, por siempre, dilatadas. De dos, un desenlace, entre la yedra cósmica que ve, palidecida, un encuentro de raíces. Pasa la noche mansa y apenas les discrepa al oído unas sílabas, que dan por ignoradas. La sujección del cuerpo en ramaje extendido, es aquello que quieren, hacer sobre el helecho. Para ellos la sombra es una muchedumbre que debe desvestirse como toda pareja que en deseos, se envuelve sin que nadie lo impida con fuerte ambivalencia
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