HAS VISTO CAER LA LLUVIA?
Publicado en Jan 09, 2013
—¿Has visto caer la lluvia últimamente? —me preguntó, nada más sintió mi presencia tras de ella. Un tanto sorprendido por su pregunta, quedé callado mirándola atentamente. Estaba sentada frente al ventanal de nuestro departamento ubicado en el tercer piso de aquel edificio que daba precisamente a un pequeño parque rodeado de grandes árboles y con una fuente en lo que fue el centro del mismo, hasta antes de la última ampliación que sufriera el lugar. Extrañamente el surtidor no vertía agua aquella tarde de lluvia, por lo tanto, la ondina que lo ocupaba sonreía forzada, caracola en mano, de donde sólo escurría tímidamente el agua que caía del cielo y los peces que le hacían cortejo inútilmente abrían la boca sin arrojar el chorro de agua con que usualmente homenajeaban a la figura marina. Todavía a su espalda, la miré sorprendiéndome de la triste realidad. ¡Ya casi ni me fijaba en ella!, hasta ahora me daba cuenta que dejó de teñirse el pelo y que unas hebras de plata adornaban sus sienes. Nuestros horarios de trabajo desde hacía muchos años nos impedían un acercamiento, la rutina y el desinterés nos fueron convirtiendo en compañeros de vivienda y nada más. El calor del amor y el fuego de la pasión entre nosotros fue menguando a pesar de los esfuerzos —debo reconocerlo— de parte de ella. —¿En dónde quedó el hombre que conocí y con el que me casé tan enamorada?— —Aquél que regresaba por las tardes, presuroso y anhelante para cubrirme de mimos y caricias. Ese que me llenó de atenciones en mis embarazos y arrullaba con mucha ternura a sus pequeños hijos— —¿En qué caminos se extravió?— —¿Qué hice o hicimos mal?— No quise contestarle o no pude, tal vez no deseaba herirla, humillarla con mi confesión, ¡no se lo merecía! Había sido tan bondadosa y fiel conmigo, una excelente madre y ama de casa. Paciente en la espera en aquellas noches interminables de mis ausencias, honesta y cuidadosa de nuestros bienes, había velado con ternura mis enfermedades y las de nuestros hijos, siempre callada, sin exigir nada, sin cuestionar nada, conociendo mis infidelidades y fingiendo no saberlo, soportando la vergüenza, la maledicencia y el escarnio de los demás, incluyendo el de sus propios familiares. En silencio puse mis manos sobre sus hombros y ella recostó su cabeza sobre una de ellas al tiempo que me decía: —¿Me acompañas a ver caer la lluvia?— Siempre en silencio me senté junto de ella y dejé que mi mirada se perdiera en el suelo del parque. Miré como las gotas de lluvia al caer sobre los charcos que se habían formado producían ondas que al vuelo de la imaginación formaban figuras. Fue entonces que la ansiedad me ganó por la hora que era y el compromiso que tenía pendiente. Seguramente al otro lado de la ciudad otra mujer estaba deseando en ese momento que la lluvia dejara de caer para que llegara pronto a su lado. Sí, “la otra”, la que suele acompañar al hombre casado sin pedir mucho a cambio. Esa que es tan denostada, la que la gente endosa como una sombra a la esposa engañada. La que se acostumbra a las migajas, la que no sabe de compañía en los días festivos, porque estos son familiares. La que vive entre las sombras siempre oculta y se convierte en reina sólo en la cama. En ese momento sentí su mano sobre la mía, al momento de oprimirla con fuerza me preguntaba: —¿Recuerdas que la primera vez que nos amamos, también llovía?— Apreté con ternura su mano justo en ese momento volvimos la cara para mirarnos. ¡Estaba llorando!, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Me miró fijamente, en su mirada encontré mitad reclamo, mitad súplica. Entonces los buenos recuerdos me avasallaron, la parte animal que hay en mi fue dominada por la otra parte humana que aún me queda y resolví quedarme aquella tarde para ver caer la lluvia a su lado. Mañana cuando deje de llover iré a ver a mi Ali, —me dije— le compensaré mi ausencia de hoy, ella sabrá comprenderme, después de todo, cuando sólo se es “la otra”, se corren estos riesgos. Seguramente me estará esperando con su cuerpo joven, vigoroso, siempre dispuesto a complacerme, en ese remedo de relación, que aunque no es la mejor forma de vida, para mí son los últimos tiempos, mis arrebatos postreros, mi loco frenesí en el ocaso, ¿porqué privarme de ello? si la vida misma la puso en mi camino. ¿Qué le hago daño?, ya me lo he cuestionado. No puedo ser juez y parte, porque no alcanzo a escuchar a mi conciencia debido a la resonancia de mi corazón y los gritos apremiantes de mi líbido no me lo permiten cuando estoy con ella, con mi Ali. Tal vez mañana cuando esté a su lado, después de hacer el amor, en un arrebato de ternura probablemente le pregunte... —¿Has visto caer la lluvia?
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Singer
kalutavon
Marza
kalutavon
Battaglia
Kalu.....no lo tomes a mal...... a veces el subconciente toma el control jejejejejejej
Beso
kalutavon
antonia rico mendez
kalutavon