Tú y el.
Siempre semejantes, siempre juntos en su interés
por las cosas, a pesar de agazaparse en largos y distendidos
silencios. Lograr con ello, por espontánea coincidencia, dejar
a todos por fuera, como intrusos sin pretensiones, pero intrusos
al fin.
Para ti, ni para mi existe el resguardo del silencio.
No importa que trivialidades propias o ajenas nos
blinde de aquellos sombríos espacios en blanco.
Espacios sin tiempo donde tendemos a mirarnos
sin saber que hacer con el silencio del otro.
Entonces ocurre que la presencia de él se torna
insoportable, tus gestos, mis gestos y todas las
manías que nos conocemos, como redoblar los dedos
sobre la mesa o apretar los labios confundidos o
intentar una sonrisa estreñida se torna en un elíptico
manipuleo, eludiendo, señalando su presencia y al final
acabando por concederle una lacerante verosimilitud.
Que agudiza mis sentidos y peor aun: excede la
corporeidad.
A veces te veo mirar por la ventana, me pregunto
no lo que ves, ni lo que piensas,mi pregunta desgarradora
es: ¿ Qué sientes?
Lo peor es que no siento odio. Porque ese odio se transformaría, en una tabla de salvación. Odiar es fácil. A veces, ése odio, lo extraño como un antípoda de bienestar.
Como un catalizador que remueve la dura corteza
de mi corazón.
Tu y el.
Han establecido un código tan juicioso para renunciar a lo
evidente, a la excitación, a las ganas, a la complicidad, incluso
al odio de estar yo instalado en medio de la arrogancia de
sus pasiones subversivas, a unos cuernos que me merezco y no
se porque. Y debo agradecerlo. Lo afirmo o lo pegunto:
¿ debo agradecerlo?
Algunas veces lo eliminas discretamente de la escena, con
alevosa circunspección, convencida que su ausencia atomiza
la sospecha. Que con ello desvirtúas el reniego y el miedo de
saber que estás con él y ausente conmigo.
Me creo capaz de sufrir, mas de lo que imagino. Me creo capaz
de disfrutar pasiones sobrecogedoras, esas que justifican mi existencia. Ojalá escuches mi letras y leas mis palabras, ojalá lo hagas como quien oye llover a cántaros. Lo veas como al caer
una hoja del cielo, sin ruidos, sin sollozos.
Tu.
La que me prometió otro cielo, brillante, luminoso, el que provoca las ansías de vivir, el de las películas en tecnicolor. Fue una impostora alarma que solo me dejó esta rara soledad.
No tengo mas remedio que ajustar mis cuentas personales y comprobar mi desolador destino y darme cuenta mejor de como soy. Fabricar desde cualquier leño, una muleta o un precario bastón. Aspiro con ese artificio salvaguardar el miedo a reincidir con algo que no tengo como evitar.
Soy un egoísta reincidente.
Eso crees. Para ti, en el barullo de tus reflexiones trasnochadas, es tan tangible que te resulta enojoso restregármelo, Tu tacto es de admirar y francamente preferiría, con el pueril pretexto de tus lágrimas que me insultaras y liberaras todos tus reproches y otros tantos perdones que ocultas en tu baúl mental. Cargo con la culpa: como debe ser.
Hay deseos, hubo deseos, carecimos de ellos también.
Hay pasión, hubo pasión, carecimos de ellos también.
Pude haber sido mejor.
Mejor amigo, mejor amante, mejor compañero, mejor en todo.
Me esforcé y todo eso...¿ me condujo a nada?. ¿ al fracaso?
Dímelo tu. Es curioso, yo, irracionalmente creo que pude haber sido mejor. No me amargo y no me conformo. Todo es una morosa fruición imaginar probables prolongaciones de algunas dudas del pasado y figurar como habría sido el presente si hubiera cambiado el rumbo. Realmente sólo existe una dirección y es la que tomamos juntos. Y si nos equivocamos: fuimos dos. Si no aceptas esa moneda; yo menos.
En este largo trayecto hemos incurrido en muchas fallas, pero la cobardía, es la mas irremediable de ellas, no haberlas discutidos.
La única franqueza posible. De la que son dueñas las mayorías de las parejas, a nosotros se nos extravió. Siempre estamos a un paso atrás. Tu respecto a mi, yo respecto a ti. Somos seres ajenos, desconocidos, incoloros y ya es muy tarde para actualizarnos y colorear nuestra relación.
De algún modo estamos destinados a congelar del otro un falso recuerdo, a añorar y odiar lo que pudimos ser, o lo que no.
Esa felicidad asequible, potencial y reparadora que nos propiciamos, ya es lejana, y fue tardía. Tanto que nos suena como una enorme y medieval campana rota.
Te dejo, te entrego a el, te despido de mi vida, mejor te desprendo de ella. Desconfió del sobreentendido, del pudor y de la vergüenza.
Me quedo con la porfiada disponibilidad de tus escrúpulos, no es necesario tirar una moneda al aire, me ahorro el esfuerzo de la dignidad y con eso me basta,por lo tanto y para siempre te digo adiós.