Justicia [Capitulo 1]
Publicado en Jan 13, 2013
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Justicia 
By: Spúngen
 
Para quienes esperan
La justicia a mano de
Alguien más. 
A Mike, que fue el
Primero en decir
“buena historia” 
 
Justicia: 
Dar a cada quien, lo que se merece.
 
Capitulo 1.
 
Hacia ya tanto tiempo que Miranda no recordaba aquella experiencia, esa que la había orillado a tantas cosas, esa que había definido tantas cosas de su vida. La que probablemente fuera la razón de su muerte en un futuro.
 
Se recordaba a ella misma regordeta, pequeña y frágil, como la niña llorona de 4 años, vestida de manera chistosa y con dulces en la boca, escuchando las risas de sus compañeros, ¿de qué se reían? De ella, de su físico, o de sus ojos tras las gafas de fondo de botella, ¿de qué se reían?
 
Miranda Santiago, salía del agua en la que había estado nadando las ultimas dos horas sin parar, el agua resbalo por su, ahora atractivo cuerpo, una joven de 19 años, con cabello castaño en rizos cubriéndole apenas una porción de cuello, y sus oscuros ojos negros, un par de ojos, tan profundos que solo se ven una vez en la vida. Quería olvidar el dolor de su infancia, la tremenda molestia que le surgió de improviso, la hizo arrugar el ceño y dirigirse a los vestidores, apartándose de la vista de los espectadores de la alberca pública.
 
-Miranda Santiago… Hace tanto no verte yo.- La que hablaba, era una rubia, de ojos azules, gringa, que apenas y podía hablar español.
-Tamara.- Miranda la observo con ojos espontáneos, y llenos de incredulidad. Su mejor amiga sin duda, una rubia torpe que no sabia ni como caminar, y bruta en las relaciones, pero la única que había creído en sus palabras. Se apresuraron a abrazarse como un par de hermanas que no se habían visto en años, porque así era.- Santo cielo, ¿qué hace una chica de tu clase en una alberca pública?
-¿De mi clase?.- Repitió confundida.- He venido a buscar a ti.- Dijo aún con los ojos confundidos. Miranda respondió con una suave sonrisa.
-Voy a cambiarme, y ahora vuelvo.- Se dirigió a los vestidores, donde se lavo del cuerpo todo el cloro de la alberca. Se apuró a vestirse y salir en busca de su amiga.
 
* *  *  *  *
 
-Me he metido en problemas.- Miranda dejó la taza de café en la mesa, se sorprendió de lo bien que su amiga había pronunciado esa frase, y al mismo tiempo se preocupo. Tamara se puso nerviosa de un momento a otro y el sudor empezó a corromper el maquillaje que llevaba en el rostro. Estiro la mano y deslizo una libreta de notas sobre la mesa, en dirección a Miranda.- Yo necesitar tu ayuda.
-Tamara, ¿qué hiciste?.- Miranda la miro con la misma mirada disciplinaria de siempre, con esos ojos profundos como el mar.
-Recuerdar tu, a Albert italiano, al que yo conocer en un bar?.- Mostró una mirada llena de nostalgia, al mencionar el nombre.
-Claro, estabas muy emocionada por la boda.- Miranda no pensó antes de pronunciar la frase, para cuando se dio cuenta de las consecuencias era demasiado tarde, su amiga ya mostraba indicios de llorar.- ¿Qué pasó?.- Tomo una de las manos blancas y suaves de la rubia.
-Murió. Ya una semana, hombres de otra familia, mataron a Al.- Las lagrimas se desplazaron por las mejillas de Tamara, y las mejillas tomaron un toque rojo que no era por el maquillaje.- Tienes que ayudar a mi. Mir, es ser importante, nuestra vida correr peligro, yo sentir meterte en esto.- Los ojos de Miranda nunca se habían abierto tanto.- Se que podrás hacerlo por mi.- Su amiga no dejaba de desplazar lagrimas por los ojos.- Recuerdas que de niñas, justicia por nuestras manos tomar.- Recuerdos muy distantes llegaron a la mente de Miranda, e ignoro el más importante de ellos.
-¿En qué quieres que te ayude?.- Tomo aún más fuerte la mano de su amiga.
-Todo lo que tener que hacer, esta acá.- Y señalo con los ojos la libreta.- Podrás hacer, lo sé.
-Haría de todo por ti, pero explícame bien, ¿por qué estas tan nerviosa? ¿qué es eso de que a Al lo mató otra familia?.- Miranda aún no terminaba de asimilar el término “familia” para ella una familia eran sus difuntos padres, y hermanos, pero estaba segura que no era a lo que Tamara se refería.
 
-No hay tiempo. Nuestra vida correr peligro. Tener que irnos ahora.- Tamara la miro con ojos decididos, y al abrir la boca para pronunciar las desliñadas palabras, todo comenzó.
 
El sonido ronco de un auto a toda velocidad invadió el oído de Miranda, el cuerpo de ella se movió solo, y su cuello volteo automáticamente hacia la calle, a la que daba el café, se escucho el sordo sonido de las balas, como cuetes, el sonido de las tazas de los vasos, de los platos cayendo al piso y rompiéndose al instante, todo sucedió en una milésima de segundo. Y entonces fuertemente el cuerpo de Miranda recibió 2 golpes de bala, uno en la pierna que había colocado firmemente en el piso, y otro en el brazo que utilizó para proteger su pecho, el dolor era tan enorme, tan desgarrador, como si la misma bala llevara fuego, como si llevara dolor y lo inyectara, Miranda cayo al suelo, cubriéndose la cabeza, la libreta voló unos centímetros lejos de donde se encontraba ella, los vidrios no dejaban de romperse, el lugar fue inundado por los gritos de señoras asustadas y el llorar de los pequeños. De repente Miranda la vio, a su amiga muerta en el piso junto ella.
 
Se olvido del dolor de las balas, fue como ya no sentirlo, porque parecía demasiado débil a diferencia del que sentía su corazón, verla allí con los ojos aún llenos de lagrimas, con los azules ojos aun sorprendidos, apagados, llenos de muerte, las mejillas perdiendo el rubor natural que apenas habían adquirido, el sentir frío que emanaba de aquel cuerpo muerto, de aquel recipiente, de su amiga, el sonido se apago, se mareo, se asqueo, y las lagrimas corrieron por su rostro. ¿Hacia cuanto que Miranda no había soltado una lagrima?. Tomó el cuerpo de su amiga en sus brazos, lo miró, le quito el rubio cabello de la cara, y la lagrimas de las mejillas, y lo abrazo penando su muerte. Y se escucho otro frenón, Miranda miró la libreta tirada en el piso, giró los ojos en un segundo, tomó su mochila, y guardo la libreta. Y recordó las palabras de Tamara “Tener que irnos ahora” se escucho el deslizar de una puerta de camioneta, y el reír de hombres. Miranda soltó la ultima lagrima por Tamara y de un segundo a otro le dio un fugaz beso en la frente, dejando el cuerpo inerte en el piso, sobre los vidrios rotos, apresurándose a correr, escucho disparos tras ella, y sintió la adrenalina subirle hasta la boca, no sabía como podía mover la pierna con un disparo de bala, y no sabia como podía correr tan rápido entre tanta gente. No lo sabía. Nunca había sentido ese fuerte empujón, ese de querer salvar tu pellejo a toda costa.
 
-La chica que estaba con ella. ¿Quién era?- Pregunto un hombre alto, fuerte de ojos cafés, y de una cabellera profundamente negra, sostenida hacia tras con ayuda de mucho fijador, moreno, con una cicatriz en forma de “X” en la mejilla izquierda, con manos tan enormes como las de un oso, cubiertas por blancos e impecables guantes, en una de ellas sostenía un arma. Se acuclilló junto al cuerpo de Tamara, lo miró con ojos tan fríos como un iceberg, tomó la pequeña y blanca cara en una de sus manos. Trono su lengua.- Mi querida Tami, realmente creíste que podrías escapar de la herencia de tu querido Al. Que pinché desperdicio, estabas muy buena.- Golpeo el cráneo del ya muerto cuerpo, contra el azulejo, y no se detuvo hasta ver los huesos de este destrozados, mientras lo hacia, soltaba una risa macabra. Los otros hombres trataban de ignorar aquella acción, mientras uno entre todos se reía, rubio y de ojos azules, de piel quemada y sonrisa del demonio, sostenía un arma aun más grande que la de todos, y los ojos mostraban un desequilibrio mental poco común.- ¿Qué esperan? ¿A LA PINCHÉ POLICIA?! ¡¡¡PONGANSE A LIMPIAR ESTE DESASTRE!!!- Todos obedecieron a “el diablo” como se le conocía al jefe de la mafia de Guatemala, que por demás resaltaba ser mexicano, Humberto Mararca. Un hombre tan malvado, que hasta el mismo diablo lo regreso del infierno.- No quiero testigos.- La gente que había permanecido en el piso, rogando por que no les pasara nada, fue arremolinada en un rincón del café, y brutalmente asesinada, se escuchaba el llorar de un bebé.
-Jefe, que hacemos con el niño?.- Preguntó un joven.
-Dije, que no quiero testigos. No seas puto y mátalo.- Ordeno con voz seca.
-Pero… jefe es un bebé.- Apenas termino la oración, su cabeza estalló debido a una bala, disparada por su “jefe”. El cuerpo ya muerto cayo al piso.
-¿Alguien más?.- Preguntó el diablo, bajando la pistola.- ¡¡MATEN AL MALDITO CHAMACO!!- Grito en señal de tener el poder.- ¡¡Y ENCUENTREN A LA PERRA QUE ESTABA CON ELLA!!- Con esa ultima orden, salió del café, y le abrieron la puerta de una camioneta, a la que entro impaciente por dejar la escena del crimen.
 
* *  *  *  *
 
-Mija despierta.- La señora Inés, una mujer que conocía a Miranda desde hacia unos años, cuando ella había llegado al barrio, tomaba su frente con extremo cariño maternal.
-Doña Inés… ¿qué paso?.- Se sostuvo sobre sus codos, mientras se levantaba lentamente.
-Pus eso es lo que quisiera saber, mijita. Escuche que te metiste en el pleito del centro.- La mujer la miro, y de repente al decir pleito se puso nerviosa, como si hubiese visto a un muerto, palideció, su viejo y arrugado rostro y se mostró claramente preocupada.- Esa gente, no es Dios.- La mujer se levanto y le dio la espalda a Miranda. Quien apenas se daba cuenta que el dolor mortífero que había sentido, se había calmado, observo las vendas.
-Gracias Doña Inés.- Miranda sonrio a la vieja espalda.- No se que hubiese hecho si usted no me hubiera encontrado.- Se sintió segura, en manos de la señora.
-No me agradezcas mija.- Miranda estaba apunto de decir “No, en serio” pero la señora no dejo de hablar.- Dios me perdonara del daño que te voy a provocar, esa gente, me da miedo, saben todo sobre todos, y pus aquí en el barrio hay muchas broncas, creo que ambas preferimos esto, a que se metan con los chamacos.- La señora volteo el rostro a Miranda, y le dedico una mirada entristecida hasta los huesos.- Ya pueden pasar.- Al instante 6 o 7 hombres, enormes en tamaño y de aspecto bastante mexicano, algunos tatuados de los brazos, y otros de aspecto salvaje, rodearon a la Miranda acostada, indefensa.
-Doña…- Apenas alcanzo a pronunciar, mientras la señora abandonaba la habitación, susurrando “Que Dios te tenga en sus manos”. Un hombre aun más grande y mucho más salvaje que todos juntos de los allí presentes, camino haciendo temblar la tierra, mientras todos procuraban no verle a los ojos. “El diablo” Mararca, llevaba sobre los hombros un abrigo de peluche en la gorra, y la cicatriz característica de su cara se hacia notar, esa “X” en la mejilla izquierda. Miranda tembló, se sintió pequeña ante ese hombre, su cuerpo no se movía, ¿Qué iba a hacer ahora? Claro estaba, morir, iba a morir allí porque ya no había nada que pudiese hacer, si, tantos años de defensa personal, de ejercitarse hasta el cansancio para que su vida terminara así. Que demonios, vida tan asquerosa que he tenido, no la pienso acabar así. No quiero.
 
Una risa ronca y nerviosa se escucho en la habitación, y el foco de luz amarilla se balanceaba de lado a lado.
 
- Eres la primer persona que se ríe antes de morir.- El diablo apunto su pistola hacia la frente de Miranda.- No es nada personal, solo que tu amiguita y su novio, me sacaron de mis casillas.- El rió fuertemente, alzando el cuello y torciéndolo como el mismísimo demonio.
- Tami, y Al, tienen quien haga justicia por ellos.- Miranda no lo supo hasta que lo pensó, adquirió recuerdos que había enterrado hacia mucho tiempo, y recupero aquella soberbia y aquel sentimiento de justicia. Si nadie viene a salvarte, sálvate tu sola. No, no supo como estiro la lastimada pierna y pateo la mano de aquel hombre, haciéndolo soltar la pistola, y tampoco supo como maniobro para tenerla en sus manos. Si, era la primera vez que sostenía un arma en sus manos, pero la sostenía como si hubiese nacido con ella, se puso de espaldas a la ventana de la habitación, y apunto a todo aquel que se movía.
-No, gueyes, no voy a morir ni aquí ni ahora.- Estiro el brazo hacia su mochila, que estaba sobre un buró, y se lanzo de espaldas hacia la calle. Cayo sobre su espalda, sintió un retortijón de dolor en el cuerpo, un espasmo que recorrió cada célula de su organismo, y después la adrenalina la hizo estirar sus dedos hasta la pistola que se hallaba  a unos centímetros suyos, así como su mochila. Se levanto difícilmente, pero apoyada de las voces y balazos de aquellos hombres. No quería morir, y entonces corrió, como nunca, no le importaba hacia donde, solo quería correr.
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Foto del autor Daniela Cedeo
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Descripción

La mejor amigas de Miranda, llega de improviso a Mxico, pidindolo de improviso ayuda con algunos problema que tena con La mafia Italiana.

Palabras Clave: Justica Mafia Amistad Valenta.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Spngen

Derechos de Autor: D.N Cedeo


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