El amor es un arrebato dice Octavio Paz
Publicado en Jan 13, 2013
El amor es un arrebato dice Octavio Paz.....
Octavio Paz es uno de los grandes escritores de lengua española del siglo XX. Nació en Mixcoac, México, el 31 de marzo de 1914-2008). Hijo de una española y de un abogado mexicano con sangre india, desde su juventud sintió tal mixtura de culturas. Tras cursar sus estudios universitarios, decidió dedicarse a la literatura y en 1931 fundó la revista Barandal. Dos años después publicó su primer poemario, Luna silvestre. En 1937 marchó a España para apoyar al gobierno republicano en la guerra civil y se unió a la alianza de escritores antifascistas. Tras un viaje a París, donde trató a los surrealistas, regresó a México e inició una intensa actividad cultural traducida en la fundación de las revistas; Taller (1939) y El hijo pródigo (1943) y en la creación de grupos artísticos y teatrales. Ello no le impidió desarrollar su obra poética, con títulos como A la orilla del mundo (1942), los poemas en prosa de ¿Águila o sol? (1951) y La estación violenta (1958). El suyo fue un mundo deslumbrante y telúrico con un lenguaje de gran violencia expresiva, que debía tanto al surrealismo como a la mitología azteca. Éstas y otras obras fueron recogidas en 1960 en Libertad bajo palabra y, junto con el ensayo El laberinto de la soledad (1950), conformaron una reflexión sobre las raíces espirituales mexicanas. He aquí un fragmento del libro: “La llama doble” de Octavio Paz. Todos los días oímos esta frase: nuestro siglo es el siglo de la comunicación. Es un lugar común que, como todos, encierra un equívoco. Los medios modernos de transmisión de las noticias son prodigiosos; lo son mucho menos las formas en que usamos esos medios y la índole de las noticias e informaciones que se transmiten en ellos. Los medios muchas veces manipulan la información y, además, nos inundan con trivialidades. Pero aun sin esos defectos toda comunicación, incluso la directa y sin intermediarios, es equívoca. El diálogo, que es la forma más alta de comunicación que conocemos, siempre es un afrontamiento de alteridades irreductibles. Su carácter contradictorio consiste en que es un intercambio de informaciones concretas y singulares para el que las recibe. Digo verde y aludo a una sensación particular, única e inseparable de un instante, un lugar y un estado psíquico y físico: la luz cayendo sobre la yedra verde esta tarde un poco fría de primavera. Mi interlocutor escucha una serie de sonidos, percibe una situación y vislumbra la idea de verde. ¿Hay posibilidades de comunicación concreta? Sí, aunque el equívoco nunca desaparece del todo. Somos hombres, no ángeles. Los sentidos nos comunican con el mundo y, simultáneamente, nos encierran en nosotros mismos: las sensaciones son subjetivas e indecibles. El pensamiento y el lenguaje son puentes pero, precisamente por serlo, no suprimen la distancia entre nosotros y la realidad exterior. Con esta salvedad, puede decirse que la poesía, la fiesta y el amor son formas de comunicación concreta, es decir, de comunión. Nueva dificultad: la comunión es indecible y, en cierto modo, excluye la comunicación: no es un intercambio de noticias sino una fusión. En el caso de la poesía, la comunión comienza en una zona de silencio, precisamente cuando termina el poema. Podría definirse al poema como un organismo verbal productor de silencios. En la fiesta —pienso, ante todo, en los ritos y en otras ceremonias religiosas— la fusión se opera en sentido contrario: no el regreso al silencio, refugio de la subjetividad, sino entrada en el gran todo colectivo: el yo se vuelve un nosotros. En el amor, la contradicción entre comunicación y comunión es aún más patente. El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos esa forma, dejamos de percibirla como presencia y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia, dejamos de verla y ella misma deja de ser presencia. Dispersión del cuerpo deseado: vemos sólo unos ojos que nos miran, una garganta iluminada por la luz de una lámpara y pronto vuelta a la noche, el brillo de un muslo, la sombra que desciende del ombligo al sexo. Cada uno de estos fragmentos ve por sí solo pero alude a la totalidad del cuerpo. Ese cuerpo que, de pronto, se ha vuelto infinito. El cuerpo de mi pareja deja de ser una forma y se convierte en una substancia informe e inmensa en la que, al mismo tiempo, me pierdo y me recobro. Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. Sensación de infinitud: perdemos cuerpo en ese cuerpo. El abrazo carnal es el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo. También es la experiencia de la pérdida de la identidad: dispersión de las formas en mil sensaciones y visiones, caída en una substancia oceánica, evaporación de la esencia. No hay forma ni presencia: hay la ola que nos mece, la cabalgata por las llanuras de la noche. Experiencia circular: se inicia por la abolición del cuerpo de la pareja, convertido en una substancia infinita que palpita, se expande, se contrae y nos encierra en las aguas primordiales; un instante después, la substancia se desvanece, el cuerpo vuelve a ser cuerpo y reaparece la presencia. Sólo podemos percibir a la mujer amada como forma que esconde una alteridad irreductible o como substancia que se anula y nos anula..... Les dejo un segmento del artículo del critico Ricardo Roque Baldovinos. “El perfil intellectual de Octavio Paz. De la poesía lírica de Paz se ha dicho bastante. Es uno de los principales poetas latinoamericanos y esta faceta de su obra dará sin duda mucho que hablar y discutir a generaciones venideras de estudiosos. El autor se definía personalmente como poeta y ésta era la vertiente de su obra que tenía en mayor estima y consideración. Sin restarle su debido valor, sospecho que su contribución más duradera debemos buscarla en su extensa obra ensayística. Su aporte no radica únicamente en la peculiar textura de su prosa, acertadamente descrita por Miguel García-Posada como "resultado de una magistral simplificación de la sintaxis, que se traduce en fulgurantes yuxtaposiciones y en la acelerada velocidad de los enlaces¼ El discurso avanza como una proa sobre un mar domesticado". Pero el valor de los ensayos de Paz está en la originalidad de sus ideas, que para elaborarlas es capaz de hacer concurrir una amplia variedad de ámbitos de conocimiento en los que se desenvuelve con envidiable autoridad y soltura. La calidad literaria del ensayo de Paz consiste, pues, en aunar los hallazgos formales y de fondo, cualidad poco común hoy en día donde tiende a instituirse una escisión entre la escritura "prosaica" de los especialistas y la prosa "ensayística" de ciertos literatos, cuyo don principal consiste en la hermosa ornamentación de lugares comunes. No alcanzaría el espacio en este comentario para hacer un inventario completo de la impresionante obra ensayística de Paz. Tal vez baste enumerar algunos ejemplos donde queda patente su contribución al pensamiento latinoamericano. El Laberinto de la soledad es unánimemente celebrado como el documento por excelencia de la "mexicanidad". Menos unánime ha sido caer en la cuenta de que Paz explora la "mexicanidad" de manera bastante audaz y sin parelelos en las ciencias de la cultura. En dicho ensayo se combina un estudio heterodoxo de la decantación del proceso histórico en el registro popular del lenguaje para proponer un modelo de la psicología colectiva del sujeto nacional mexicano. Paz evita salidas fáciles como el determinismo racial biologista al estilo de Carl Jung y se acerca sorprendentemente a una propuesta que, varias décadas después, elabora el brillante sociólogo alemán Norbert Elías. Este pensador propone el estudio de un "habitus nacional" en las prácticas simbólicas en una serie de ensayos sobre la génesis del nazismo.
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