El Tifn
Publicado en Jan 17, 2013
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Vivíamos muy lejos uno de otro. Ella vivía al menos a una hora de camino desde mi hogar, y es cierto, su casa estaba más cercana a la de su novio, sin embargo, eso no impedía que pudiéramos dormir juntos, al contrario, sólo se opacaban las sospechas.
 
Mi hogar, mientras tanto, se alzaba en lo alto de una quebrada. Tenía una hermosa vista al mar, pero en invierno temía que una ola o un tifón pudiera llevársela, era como si estuviera emplazada en medio de la arena, pero ella, con sus suaves manos, me aliviaba. Sí, su voz también era como un calmante, pero siempre preferí sus manos que con tanta agilidad recorrían mi cuerpo y apresaban mi corazón sin dañarlo.
 
Hasta ese momento no sabía lo que sentía por ella. Mis amigos más cercanos me decían que tomara una decisión pronto, de lo contrario, mi amante se marcharía con su novio… Era ilógico que me dijeran que la tomara para mí y que no apoyaran a nuestro otro amigo, aquel que era engañado, y aunque creo que todo lo hacían para salvarlo, no dejaba de ser ilógico.
 
-Oye, ¿Por qué se te ha ocurrido vivir aquí? – Quien hablaba era mi amigo de toda la vida, el único que conocía parte de mi pasado. La otra parte la conocía ella.
 
-¿Que por qué vivo aquí? – Me quedé pensativo y ambos agitamos nuestras copas para beber. Yo di un pequeño sorbo a mi bebida y carraspeé. Le dije que era muy probable que lo hiciera por simple gusto.
 
-Te gustan los riesgos…-
 
-¡Todo lo contrario! Si vivo aquí es justamente para evitar los riesgos, ¿No te parece que al vivir tan lejos, Nagano no sospecharía? Sólo hay una manera de que él nos descubra, y eso sería cuando ya estemos muertos por la caída de esta quebrada.
 
Por supuesto que eso nunca se cumpliría. Vivía en una quebrada y me asustaba con cada tifón, pero ella me hacía comprender con sus caricias que nunca pasaría algo así. Nada podía destruir a un acantilado que se erguía en el fin de aquel lejano país y obviamente, nadie podría terminar con la relación que existía entre nosotros. Quizás haya sido pura confianza o egocentrismo, pero lo cierto es que no nos separaríamos, ni siquiera un tifón lo conseguía, sólo nos unía más. Ella escapaba de las manos de su novio y caía a mis brazos durante los tifones.
 
-Eres el único loco que vive en lo alto de un acantilado y se acuesta con la novia de uno de sus amigos. ¿Sabes? Yo te mataría si hicieras lo mismo.
 
-¿De verdad?
 
-¡Claro! A mí me interesa mantener relaciones serias, y si te acostaras con mi novia…-
 
-Si me acostara con tu novia, ella no sería nada seria. ¿Acaso me tomas por un hombre que anda por las calles buscando con quien acostarme? Sólo lo hago con ella, porque yo la vi primero, porque él le dio lástima y yo no me atreví a declararme.
 
-¿Es decir que prefieres acostarte con ella y engañar a tu amigo antes que declararte? Qué cobarde… Como sea, cobarde o no, deberías ser más serio, casarte, tener hijos y todas las cosas que deberías hacer a tu edad, sino pronto tu cabeza estará más blanca que la nieve y tu piel tan arrugada como la de un elefante.
 
Esa pregunta estaba de más. No sabía si la quería tanto como durante mi adolescencia, tenía claro que disfrutaba dormir con ella y sentir sus caricias y su voz mientras afuera llovía y el viento soplaba con la suficiente intensidad para romper gruesas ramas de los árboles y guiarlas a la playa. Mi amigo tenía razón en el hecho de que debía ser un poco más serio, pero me agradaba la vida que llevaba, y creo que a ella también, así que no tenía que tomar decisiones.
 
-Si fuera más serio… No tendría hijos de ser más serio porque pensaría en mi trabajo y en el de mi esposa, ¿no? – Reí brevemente y observé mi copa, el hielo se había derretido a una velocidad considerable a pesar de que era otoño, eso me hacía pensar en mi linda Yuki.
 
-Lo cierto es que es más conveniente dejar que los chicos vengan cuando sea el momento, algo así como si lo dejara en manos del destino, o Dios, como quieras decirle. Tal vez todo esté en manos de Yuki.
 
-Pues quizás esté en manos de su amado novio.
 
Él suspiró pesadamente, seguro pensaba que nuestra relación oculta no duraría mucho, en especial porque su novio aparecería, me golpearía y la ataría a él por venganza. Vaya tipo, no sé cómo ha entrado a mi grupo de amistades, pero allí estaba, y mi amigo más cercano, suspiraba preocupado por mí mientras las estrellas inundaban el cielo. Ambos observamos aquella imagen, muchas veces lo hacíamos, pero aquel día parecía especial, por lo que me invitó a ir a la playa.
 
-¡Vamos! ¿Por qué me lo has pedido hoy? ¿No escuchas los reportes meteorológicos?
 
-Pues todos están equivocados, ¿Puede haber un tifón en otoño? Mi intuición me dice que son tonterías… No, no es intuición, ¡Es sentido común! Deberías ver el cielo una vez más, las estrellas brillan más que nunca y por lo que veo… El mar está calmado.
 
-Ella viene…- Reconocí con algo de vergüenza, no por el hecho de reconocer que ella vendría, sino que porque eso, sumado al tifón, me hacía quedar como un completo cobarde.
 
-¿Nadie te ha dicho que estás enamorado? Quítasela y ya, todos terminarían felices, nuestro Yoshiyuki no es tan posesivo como crees.
 
Ojala fuera así, pero ella me comentaba muy seguido cómo era el verdadero carácter de su novio. No es que fuera un hipócrita, el problema estaba en que él se ponía celoso por sus mujeres y no por sus amigos. Si alguien insultaba su virilidad, seguro caería por su monumental fuerza.
 
Vi cómo mi amigo se marchó, la puerta se cerró tras de sí y de inmediato, mi cuerpo tuvo que soportar un escalofrío. El cielo sin duda estaba claro como cualquier noche de verano, pero yo sabía que venía un tifón. No sólo me lo decía el reporte meteorológico, me lo decía mi sentido común.
 
Aún bebía cuando ella llegó. Sentí su largo cabello desplazándose por mi torso mientras ella me abrazaba por el cuello y no pude evitar acariciarlo. Siempre comenzaba de esa forma. Lo acariciaba y lo besaba, sentía su aroma, que para mí era especial a pesar de que usaba un jabón muy común, y clavaba mi mirada en sus bellos rizos casi rubios. Cualquiera hubiera pensado al verla que era una de esas chicas que tinturaban su cabello, pero el suyo era así, casi rubio por culpa de su madre americana. Ella decía que lo detestaba, que hubiera preferido tenerlo más oscuro, pero a mí me volvía loco.
 
-¿Ya estás asustado?
 
-Me perdí en tu cabello…-
 
Siempre me perdía en su cabello, y cada vez que ella hacía esa pregunta, mi respuesta era la misma. Quizás pensaba que era una excusa, pero era la verdad más verdadera que pudiera existir. Tras ver su cabello, mi vista se cruzaba con la suya, en mis ojos se reflejaba el azul grisáceo, herencia de su padre, y en los suyos apenas se veía una mancha café, casi negra. Sin embargo, en ambos se percibía la misma pasión, quizás el mismo sentimiento. Cuando nos mirábamos a los ojos por demasiado tiempo, el siguiente paso era ir a mi habitación, besarnos y rendirnos mutuamente, pero si alguno desviaba la mirada, acabábamos hablando de cosas triviales por mucho tiempo, hasta que el sueño nos embargaba y caíamos a la cama, no sin antes entregar nuestros cuerpos. Aquel día, ocurrió lo primero.
 
Nos observamos fijamente, nuestras miradas parecían mezclarse como la arena y el mar, y pronto, tras sonreírnos, ella, quien gustaba de tomar la iniciativa, se sentaba en mis piernas y me besaba. Amaba esos labios, nunca dejaban de tener un sabor dulce, y a mí me encantaba lo dulce, por eso, tras besarla, la observaba por segunda vez y volvía a besarla, mientras mis manos bajaban por su cuello, el cual acariciaba para sentir la suavidad de su cuerpo, y ella, como si fuera mi sombra, me imitaba hasta que decidía quitarme la camisa y la corbata, en caso de que aquel día hubiese trabajado.
 
Conocíamos nuestros cuerpos casi a la perfección. Nos conocíamos desde hace… ¿Cuánto tiempo? ¿Unos siete años? No, un poco más, pues habíamos estado juntos en el instituto. El punto es que durante la universidad, mi amigo se la llevó y yo me quedé como tonto, pero pronto terminé besándola sin decir siquiera un “me gustas” como en una declaración juvenil. Ella correspondía cada vez que yo la besaba y pronto terminamos recorriendo nuestros cuerpos, como ese día. Por eso, no me sorprendí al acariciar sus pechos o al tocarla por lo bajo. Yuki tampoco se sorprendió al sentirme sobre ella, obligándola a rendirse. Le gustaba tomar la iniciativa, pero yo sabía que también le fascinaba que la sometiera, por llamarlo de una forma. Siempre terminábamos completamente sincronizados, tal vez eso se pueda considerar como parte del mismo destino que nos unió, y siempre, siempre la abrazaba, ella también lo hacía… Nos enredábamos entre las sábanas, cerrábamos los ojos y hablábamos.
 
-¿Tanto te asustan los tifones?
 
-¿Has pensado que puede ser una excusa para que estés a mi lado?
 
Ella rió. Mis palabras tenían sentido, pero eran una mentira, y ella era muy buena descubriendo las mentiras.
 
-Durante el Instituto, cuando nos decían que regresáramos a casa porque se acercaba un tifón, tú temblabas.
 
-Me asustan desde que leí la historia de un chico que desapareció en la playa. Es probable que no me asuste el tifón en sí, sino pensar que podría morir en la playa por ser descuidado y salir mientras esté bajo el ojo del huracán.
 
-Tú no eres tonto, y los que no son tontos se mueren a los veintiún años, a los veinticuatro, o cuando son ancianos. Me gustará verte cuando seas anciano…
 
-Yo también quiero verte cuando seas una anciana llena de nietos.
 
Aquella conversación estaba tomando un rumbo que ya conocía. Ese era el momento en el que podía declararme y así ella no volvería a los brazos de mi amigo. No hablé más, pues esperaba su respuesta, pero cuando lo hizo, me sorprendió.
 
-Quiero casarme…-
 
¿Qué podía decir a eso? Obviamente no hablé, sino que me acurruqué en su pecho para sentir sus manos recorrer mi cabello y mejillas, ella me atrapaba con sus caricias.
 
-Oye, ¿Con cuántas mujeres te acuestas? ¿Con todas las novias de tus amigos?
 
-Sólo contigo.
 
-Me quiero casar…-
 
-¿Estás asegurándote de que tenga a alguien con quien dormir cuando te hayas ido? ¿Por eso me preguntas por mi miedo a los tifones o por las mujeres con las que tengo sexo?
 
-Estás loco.
 
Yuki se enfadó, pero no se daba cuenta de que yo también estaba enfadado. ¿En todo ese tiempo no había notado lo que sentía por ella? Si decía con palabras claras lo que quería, yo hubiera aceptado sin objetar, pero no hablaba, y yo, como un tonto, la imitaba al no decirle lo que sentía, y aunque estábamos tomando el camino del enfado, ella no se marcharía, afuera el viento ya estaba soplando y el cielo tomaba un tono violáceo.
 
-Oye…-
 
-¿Qué pasa?
 
-Te he dicho que me quiero casar. Lo que te pregunté era para confirmar mi deseo…-
 
-¿Y te vas a casar con ese celoso?
 
-Lo comprendo, todos somos celosos. Por ejemplo, yo me hubiera puesto celosa si en vez de decir “Sólo contigo” hubieras dicho “Sí, me acuesto con otras mujeres”. Puedo parecerte muy segura, pero también soy un poco débil.
 
-¿Te vas a casar con él? – Insistí, aunque ya no estaba molesto, sino que la melancolía, algo parecida a la que me causaban los tifones, llegaba a mi corazón. Sí, estaba descubriendo otra verdad.
 
-Si tú quieres.
 
-¿Depende de mí? Entonces, ¿Qué tal si te digo que me casaré contigo y te haré el amor todas las noches hasta que quedes embarazada?
 
-Aceptaría.
 
-El tifón nos va a azotar con más fuerza si se entera de lo que quiero hacerte.
 
-Pues que venga, estamos juntos y yo te doy el valor que tú no tienes para afrontar los tifones.
 
Hablaba con demasiada seguridad. Aunque dijera que a veces era débil, no me lo podía creer, después de siete u ocho años juntos, sabía que no existía la debilidad en ella a pesar de que podía ponerla celosa. Esa mujer me encantaba, por eso volvía a recorrer su cuerpo para que el destino nos concediera un hijo y para que el tifón me golpeara, destruyera mi casa y se enfadara. Sí, era cierto que la amaba aunque no se lo había dicho, y era cierto que temía a los tifones, pero él nunca habría ganado el corazón de una mujer como ella.
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Foto del autor Camila Jara
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Descripción

Un hombre engaa a su amigo con su novia. Otro le seala que es un hombre que gusta tomar riesgos, como vivir en una quebrada junto al mar a pesar de los tifones.

Palabras Clave: amante quebrada tifn.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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