Plaf!
Publicado en Jan 20, 2013
En toda su vida a Benito Buendía le dieron dos bofetadas; la primera un profesor de Ciencias Naturales en medio del silencio estupefacto del resto de la clase. El moquete fue doblemente humillante (todos sus compañeros estaban pendientes de él) porque al calor de la palmada en la mejilla no pudo reprimir un mudo y espasmódico sollozo.
La segunda se la propinó, entre el guirigay incesante de la soldadesca en la cantina, el oficial -teniente chusquero y común como hoja de perejil- encargado de la intendencia en la Academia de Caballería, lugar en que sin pena ni gloría Benito quintó. Pero esta vez, como fuera que la vio venir y la reglamentación castrense obliga, la recibió en posición de firmes, no movió una ceja. Lo primero que notó fue que lo agarraban del hombro y por detrás para darle la media vuelta. A continuación le sobrevino el sopapo. El mandoble fue de pronóstico y tentetieso. Su delito había consistido en calentarse él mismo un batido de chocolate, sin aguardar a que aquel pinche pachón y un poco mariquita lo atendiera ni tener en cuenta la inviolabilidad de todo material propiedad del Ejército, en el vaporizador de la maquina de café; el correctivo, una semana sin paseo arrestado en el cuerpo de guardia. Ni que decir tiene, sus contoneantes motivos tenía, que no lo cumplió a rajatabla. Pero la bofetada, a poco que se medite, también tiene algo que denigra a quien la da. Y el profesor de ciencias era en el fondo un buen hombre: acabó, una vez se supo que Benito no había sido el causante de unos grititos vejatorios hacia su persona, pidiéndole perdón y casi rogándole que le devolviera el cachete, a lo que él, suficiente tenía con sus vergonzantes hipidos, se negó. No hizo ningún gesto que indicara intención alguna de continuar con el enredo que, el cielo lo amparara, el profesor de ciencias le proponía. |
Gaby S
Tatiana
un beso fugaz.
tatiana.
Andrea Castellano