Serenísima, la piedra se vuelve agua.
        El agua se vuelve sombra y la duda la cobija.
        La llama serpentea y se torna paréntesis.
        Los elementos juegan a mirarse, a olfatearse.
        Yo entro por los ramajes del espejo
        que está en las llamaradas fuertes del estanque.
        Soy niebla, soy sonido, soy eco,
        accediendo a los túneles que presenta Armonía.
        Me pierdo más allá de donde está una puerta
        en el solilóquio lógico de un acorde.
         Nadie siente, nadie canta, nadie calla:
        es plausible escuchar los ruidos del silencio.
        Hay una potencia cierta que al silencio articula.
        Glorificada en una cima o gólgota de oro:
        Tú y tu celeste paz, tu rostro con respuestas.
         Todo se contrae a tu presencia: yo me dilato.
         Ante un río lleno de malas cacofonías
          cerca de la morisqueta de un ave truculenta.
         Me acerco para palpar el vellocino límpido
         que te hace parecer como obra molesta.
         Entre reticenias sé que te has formado
          de los cuatro elementos que fundan al planeta.
         Más bella que lo que puede estar al alcance de un brazo.
         hermosa más que las escaramuzas del rocío.
         Atraviesas la pared de mis ojos y sostienes mi alma
         como quien va a aplacar la cólera del viento.
         Somos dos y uno y, ambos, insustanciales
         en el momento verde en que estoy resumido.
         Montándote en mis articulaciones y mis íjares
         haces que cierre los ojos y te contemple desde adentro:
         Liberas lo que me quema y ciega, lo que me hace contenerme
        y lo hechas al agua en que estámos navegando.