El deporte profesional cada día se hace menos interesante. Los atletas parecen superheroes de película, capaces de dejar estupefactos a los fanáticos más pintados, por las hazañas increibles, por las habilidades fuera de clase, por los registros imbatibles, por los resultados inimaginables. Pero todo está bajo sospecha. Por el excesivo ánimo de lucro que priva en el mercado, el ahora no se concibe el deporte como una competencia, sino como una mercancía que se vende al mejor postor. La publicidad está por encima de cualquier consideración. Se ha perdido el sentido lúdico, el espíritu de competitividad, el esfuerzo por la superación, la lucha por la victoria honesta. Un deportista de élite vale más por lo que vende que por lo que juega. No todos caen en la tentación de romper las reglas y traspasar las líneas de la racionalidad. Pero, quienes no lo hacen están en franca desventaja frente a los farsantes. Así las verdaderas gestas de valor jamás saldrán a flote. El dopaje se ha incrementado por la excesiva permisividad de las autoridades, corroídas por la tiranía del dinero.