Cuando ya no estemos,
cuando el alma cese
y la memoria
ya no pueda construir nuevas utopías,
en ese instante,
cuando ya no estemos,
habrá que encender nuevas llamaradas.
 
En la hora aciaga,
cuando ya no estemos,
los caminos seguirán abiertos
y en la fecunda heredad de los jardines,
un nuevo labriego invocará la vida
y sembrará mil semillas de esperanza.
 
Entonces una flor,
la misma rosa del combate,
estallará en mil almas irredentas;
se juntarán las manos
y todas ellas,
modelarán la arcilla del futuro
y construirán amaneceres...
llenos de lumbre y esperanza.