Anoche, mi mujer apag el fuego.
Publicado en Jan 30, 2013
Ayer te vi cuando entrabas al restaurante. Ibas con él. Fue mágico, inexplicable y muy rápido; una creciente necesidad de tenerte brotó de mi pantalón. Con un solo movimiento de caderas montaste en mi cerebro las más eróticas escenas.
Me saludaste como si apenas me conocieras y dejaste que tus ojos pícaros me sedujeran clandestinamente. El cierre fue una molestia sobre mi erección y más aún cuando imaginé tu mano calmando mi dolor. Cuando te acomodaste en la silla supe que el lugar elegido te permitía jugar conmigo. Desde la distancia y bajo el mantel, aprecié tus piernas abiertas mientras repiqueteabas con tus dedos sobre la mesa. La sonrisa inclinada cerraba apenas uno de tus ojos mientras él te susurraba en el oído. No lo escuchabas, lo sabía... el deseo mataba tus sentidos. El movimiento rápido de tu lengua sobre el labio inferior te delató, lo haces cada vez que te acaricio y cada vez que te llevo al olvido. Me miraste... y supe que éramos el combustible de un mismo incendio. ¡Ay!, pensé... ¡cómo te deseo! Sonreíste como si también me leyeras los pensamientos, como si adivinaras la presión en mi bragueta, como si tus dedos siguieran sobre la mesa, el ritmo de mi corazón. El mozo cubrió el paisaje y adiviné tu sonrisa mientras hacías el pedido. Tu compañero se levantó de repente y rogué que desapareciera. Lo miré hasta que cerró la puerta del baño. Cuando volví la atención a tu rincón me quedé boquiabierta con tu atrevimiento; tus manos ya no estaban sobre la mesa, ocupaban el lugar que deseaba acariciar siempre. Te imaginé húmeda, caliente, latiendo en mis yemas y tuve que pasar mi mano sobre el bulto para obligarlo a ceder en su osadía. Mi mujer pasó su brazo por mi cintura y me atrajo hacia ella. Cuando me robó la atención ronroneaba como una gata en celo. Puso una mano sobre mi bulto enorme y lo apretó mientras me susurraba algo inentendible. Su lengua humedeció mi oreja y tuve que moverme sobre la silla para evitar una vergüenza segura; si no iba por algo fresco o no me imaginaba concretamente algo espantoso creo que me corría en pleno restaurante. Luché por no volver a mirarte aunque suponía lo que estabas haciendo. Tu acompañante había regresado y seguramente se subía a las sensaciones que despiertas cuando te lo propones. El resto de la noche, crucé miradas contigo para seguir encendido y sé que hiciste lo mismo. Cuando llegó la hora de pagar la cuenta me levanté orgulloso para mostrarte tus logros y rocé mis dedos en la cintura de mi señora imaginando tu piel. Te miré y supe que celosa me recriminabas mi estado. Era perceptible mi necesidad y agobiante de llevar después de tantas horas. Pasé a tu lado y simulé enredarme con tu cartera colgada de la silla con la intención de rozarte con mi carne caliente. Giraste pidiendo disculpas y elevaste la mirada salpicándome con chispas ardientes. Nos resignamos ambos dejando rectos nuestros labios y asentimos con desgano. Después a mi mujer la llevé a la gloria y tu, mi amante, hiciste feliz a ese idiota.
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silvana press
Saludos.
Sara
Federico Santa Maria Carrera
Me ha encantado el ejercicio descriptivo que haces y el compás sin descansos que mantienes en él, detalle que encaja perfecto con el fondo urgente del tema.
Buen trabajo, Sara; seguiré con más.
Cariños.
Sara
Gracias por tus palabras, no sé bien a que te refieres con el compás sin descanso... recuerda que soy nuevita en esto y cualquier aclaración me vale.
Sigue nomás, tengo muy pocos.
Saludo afectuoso.
Federico Santa Maria Carrera
Perdóname que me explayara, pero te merecías una explicación adecuada.
Sara