No conozco el color de tus ojos
ni siquiera el de tu cabello.
No conozco la forma de tu boca
ni el contorno de tu rostro.
Lo prohibido y lo desconocido,
lo clandestino y lo ajeno
tienen el sabor que busco
para satisfacer la fidelidad.
Reconozco tus manos,
sé que son gruesas y ásperas
que despertaron la sensibilidad muerta
que aprietan fuerte y son torpes
cuando investigas
la tierra árida y de nadie. 
Sé de tus gemidos
y de tus formas
que encajan justo
en este rompecabezas
al que siempre le faltó una pieza.
Sé de la dureza de tu impaciencia
y de los avances sin fronteras,
de la aduana sin impuestos
que te cede  mis bajezas.
Sé de tu necesidad
de detener el tiempo,
de olvidar los miedos,
de arrancar la máscara
y mostrarte entero.
Sé del deseo 
que espesa la sangre,
del viento que ruge
adentro, muy adentro;
de la cima y de la colina
y del vértigo de la caída;
sé de las profundidades claras
a las que me llevas
y de  los abismos tenebrosos
a los que me sumerges sin esperas;
sé de imposibles
y de amantes prohibidos;
de la fidelidad a mí misma
y de lo que quiero.
Por eso; déjalo así,
sin nombres, sin rostros,
sin fechas, sin promesas,
no quiero pagar  impuestos.
Espérame aquí mismo,
te invito a subir a la cima,
a dejarnos caer por la colina
y hundirnos en el más oscuro
y perverso de los abismos.