....YA TARDE EN EL OTOO
Publicado en Feb 05, 2013
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...  Ya    tarde  en  el  Otoño
 
 
                                                     “Volviste a mi ya tarde en
                                                    El Otoño, marchitas ya mis
                                                      Flores, mis frutos y retoños.
                                                      Y el manantial de ternura en
                                                       Mi alma, cansado de
                                                        Esperarte ya se empezaba
                                                        A secar”
     
                                                                 M.L.G. de A.H.
 
 
 
          Acostada pesadamente sobre la cama hospitalaria de la clínica donde estaba recluida por causa del cáncer que recientemente le habían diagnosticado, Láura miraba atenta el suero que discurría gota a gota hacia el interior de sus venas, amodorrándola y aliviándole el terrible dolor.  Y a medida que este alivio daba descanso a su pobre organismo, ella iba recordando su vida, tal como si una película fuese pasando lentamente frente a sus ojos, sin perder ni un solo detalle, por doloroso o terrible que este hubiese sido.
          A su alrededor, repartidos por la habitación, estaba toda su familia. Su esposo Mauricio y sus cuatro hijos. Los tres mayores ya  casi hombres, y el último, un hermoso adolescente. Y todos la contemplaban con ojos enrojecidos por las lágrimas, preocupados, sin saber que hacer para ayudarla. ¡Ayudarla! Ya nadie podía ayudarla.  El cáncer había invadido todo su cuerpo y era solo cuestión de días, o quizás de horas, el que Dios, en su infinita bondad  la liberase de las terribles cadenas de sufrimiento que la ligaban a esta doliente tierra.
          Si, el cáncer estaba ya en su fase final, cuando ella había decidido, al fin, hacer caso a los síntomas que venía padeciendo desde hacía bastante tiempo y que tanto la atemorizaban. Entonces, había acudido a la consulta de su médico. Y, ¡que cosa tan asombrosa es el ser humano! ¡Que extraña su actitud ante la muerte! Cuando se comenzó a sentirse mal, se aterrorizó pensando que podía ser algo serio. Y fue ese temor el que no le permitió  acudir a tiempo al médico. Pero, cuando al fin lo hizo, obligada por los dolores, casi insoportables que había intentado ocultar ante los suyos, cuando su médico, en consulta con un especialista había confirmado sus peores temores, diagnosticándole un cáncer ya incurable por lo avanzado, entonces, ya no tuvo miedo. Entonces, no sintió nada. Solo la invadió una certeza, un convencimiento de lo irremediable. Una seguridad de muerte. Y cierta añoranza por lo que sabía pronto dejaría. Sus hijos. Su marido. Sus familiares tan queridos. Pero, no había temor. No había miedo. Solo el conocimiento de que ya había llegado su hora. Este conocimiento la hacía sentirse desligada del mundo y de los seres que lo poblaban. De todo. Ahora se sentía libre, deseosa de que el fin llegara pronto para liberarse así del omnipresente dolor. ¡No sentir! Eso era en realidad lo único que ahora le importaba.
          Moviendo muy lentamente la cabeza miró uno a uno a sus cuatro hijos. Jesús, Francisco, Javier y el pequeño Enrique, como grabando en su alma sus rostros adorados. Luego miró a Mauricio su querido esposo, con una mirada larga y profunda. Después, a su médico y amigo. En seguida, cansada por el esfuerzo, dejó caer el rostro en dirección contraria a donde estaban todos ellos, y cerrando los ojos, se sumió en sus recuerdos.
          Recordó cómo, cuando tenía solamente dieciséis años, siendo una bella y alegre adolescente de cabellos rubios, piel nacarada y ojos verdes como dos esmeraldas,  adorada por sus padres y hermanos, había conocido en el club, en una fiesta navideña, a Mauricio, joven universitario recién llegado de Valencia, con una beca para terminar sus estudios de Derecho, en la Universidad Central. Venía recomendado a una  familia amiga con quienes había acudido a la celebración, invitado al mismo grupo que ella frecuentaba. ¡Fue amor a primera vista! Ella, con sus pocos años, quedó  fascinada de inmediato por aquel joven apuesto, de veintidós años, alto, moreno claro, abundante cabellera oscura, ojos café  y facciones finas y regulares. El contraste con que ella acostumbraba a frecuentar, estudiantes de bachillerato, como ella, o amigos de la infancia, fue decisivo. Y el flechazo, violento. El la conquistó con una sola mirada y una sola sonrisa.
          Y el quedó cautivado por la belleza rubia de la jovencita, por su aire alegre y desenvuelto y por su personalidad extrovertida y exuberante. Siempre era el centro de las fiestas o reuniones a las que asistía. Y esa noche lo fue mucho mas, excitada y entusiasmada por las sensaciones que el joven universitario despertaba dentro de si,
          Antes de una quincena ya eran novios formales. Y al año siguiente, cuando solo faltaban tres meses para terminar sus estudios, Mauricio habló con los señores García, padres de ella:
-Señor Francisco, señora María,  ustedes saben que Laura y yo nos queremos y que llevamos mas de un año de novios. Dentro de muy poco termino mis estudios y tengo que regresar de inmediato a Valencia pues he sido contratado por un prestigioso bufete. Por eso he querido hablar con ustedes, ya que Laura y yo no queremos separarnos y pensamos que lo mejor  en este caso es casarnos e iniciar de una vez nuestra vida juntos.-  terminó un poco a la carrera por la emoción que lo invadía.
- ¡Casarse! – exclamó el papá de Laura, sorprendido – Pero Mauricio, Laura es muy joven aún. ¡Si no ha terminado aún el bachillerato! – y añadió, serio y algo molesto – Yo creo que deberían esperar un poco, tomar las cosas con calma y esperar  que la niña por lo menos termine sus estudios.      
- Quizás si yo no tuviese que irme de inmediato a Valencia podríamos esperar, señor Francisco, pero en estas circunstancias no queremos hacerlo –
- Pero, ¡entonces! Es que nuestra opinión no cuenta? ¡Laurita, Que dices tu? Es que están decididos aunque nosotros no estemos de acuerdo? Recuerda que aún eres menor de edad…-
- Si papi, ya lo se. Además, jamás lo haría sin su consentimiento. Pero, ¡entiéndanos! Yo no quiero quedarme aquí mientras Mauricio se va a Valencia a trabajar. Mis estudios no importan, de todas maneras nunca pensé estudiar en la Universidad … Yo lo que quiero es estar con Mauricio, casarme con el y acompañarlo a donde tenga que ir –
- Entonces, están decididos. – intervino la señora María, mirando suplicante a su esposo, pidiéndole silenciosamente que no contrariara a su niña – Lo tienen ya todo planificado. Y, cuando se casarían? Antes de finalizar tus estudios? – terminó, abrazada a su hija y mirando fijamente a Mauricio.
- No señora María. Estos últimos tiempos estaré muy ocupado con los exámenes, la presentación de la tesis etc. Pero si en el fin de semana que queda a finalizar las actividades académicas y el acto del grado.  El problema es que en quince días después tengo que presentarme en mi trabajo, así que no podría ser después. En la forma en que Laura y yo lo hemos analizado, si lo hacemos así, tendremos tiempo para una semana para un corto viaje y luego otra para instalarnos en Valencia…-
- Bueno, - contestó Francisco – parece que nos presentan un hecho casi consumado y solo nos resta darles nuestra bendición. ¡Jamás permitiría que Laurita se casara sin nuestro consentimiento y nuestra compañía! Que le vamos a hacer.  Tu sabes bien Mauricio que nosotros queremos inmensamente a nuestra pequeña y si esto es lo que ella quiere, aunque con el corazón destrozado pues preferiríamos que esperasen un poco mas, la complaceremos, como siempre. Verdad, María?-
- Si claro, Francisco. En estos casos es mejor no oponerse. Además nosotros te queremos también, Mauricio, y pensamos que serás un buen marido para nuestra chiquilla y que la harás feliz. Pero lo que dice Francisco es verdad, hubiésemos querido que fuera de otra manera, que Laurita estuviese mejor preparada  para enfrentar la responsabilidad de formar un hogar,  pero si ustedes lo quieren así, así será.- y sonriendo añadió – En tres meses, si nos damos prisa, hay tiempo suficiente para prepararlo todo convenientemente –
          Tres meses después, en cuanto Mauricio estuvo totalmente desocupado, se casaron por lo civil.  Y al día siguiente de la graduación, lo hicieron por la iglesia, festejando los dos acontecimientos en una sola fiesta en los salones del club donde se habían conocido. Pasaron la noche de bodas en un hotel de la capital y a la mañana siguiente partieron en auto rumbo al estado Mérida donde pasarían la semana de Luna de miel, en un hotel situado en un valle vecino a la capital del estado. 
          Esa semana, recordó Laura, fue la mas feliz y la mas importante de su vida. Feliz porque fue la consecución de un sueño: el casarse con el hombre que amaba y por quien era amada. E importante, porque durante esa semana se hizo mujer. Y siéndolo, conoció la maravillosa realidad de una relación madura entre un hombre y una mujer. Comprendió y agradeció la suerte que había tenido al casarse con un hombre como Mauricio, ese ser maravilloso que ahora era su marido. Durante esos pocos días de la luna de miel, el amor que sentía por el creció hasta volverse inmensurable. ¡Era el hombre ideal!
¡El compañero que cualquier mujer hubiese deseado! No solo por su apostura, su inteligencia, su madurez y su seguridad. Lo que lo hacía mas adorable aún era su ternura, que lo hacía tratar a su mujer, casi niña aún, con gran delicadeza, guiándola por el camino de la sexualidad suave y gentilmente, de manera que el enfrentamiento con esa nueva etapa de su vida no le causase ningún trauma  que pudiese afectar su futuro o sus relaciones personales. Fue un amante viril, apasionado y sensible, enseñando a su joven esposa a disfrutar de una  relación sexual sana, satisfactoria y libre de prejuicios y tabúes. Y ella, dejándose guiar por el y sus instintos, aprendió rápidamente, convirtiéndose en esos pocos días en la mujer por el soñada.
          Ocho días después abandonaron, entristecidos, el refugio maravilloso de esa región andina donde tan felices habían sido. Pero al mismo tiempo, exultantes y ansiosos, deseosos de enfrentar y vencer los retos que la vida de casados les depararía.
          En Valencia los esperaba Gustavo, el hermano de Mauricio, quien en compañía de Beatriz, su esposa, habían agenciado la búsqueda de un apartamento para los recién casados, para que cuando estos regresaran de su viaje, solo tuvieran que escoger entre los que ellos les habían apartado. Al llegar, Mauricio y Laura se instalaron en casa de Gustavo, recibidos con el cariño de este, su esposa y sus hijos, una pareja de mellizos, Juan Carlos y Bea, quienes estaban sumamente entusiasmados por la visita de la pareja. Gustavo y  Mauricio, por no tener mas hermanos habían sido siempre muy unidos, unión que se intensificó con la muerte prematura de los padres en un accidente vial, siendo ellos apenas unos adolescentes. Luego de la desgracia habían vivido con los abuelos paternos, hasta que al fallecimiento de estos, varios años antes, Gustavo había contraído matrimonio y Mauricio había conseguido una beca para terminar sus estudios en Caracas. Siempre se habían querido mucho y se cuidaban y ayudaban mutuamente. Ahora, luego de esa separación volverían a estar juntos.
          Todo fue saliendo a pedir de boca para la nueva pareja. En cuanto escogieron el apartamento  y firmaron el contrato de alquiler, se dispusieron a aprovechar los pocos días que le quedaban  libres a Mauricio, antes de comenzar su trabajo, para comprar las cosas mas indispensables para amoblar su    hogar, para mudarle lo antes posible. Lo que quedase faltando lo compraría Laura en compañía de Beatriz, quien se había ofrecido gustosa para ayudarla
-Figúrense, con lo que me gusta a mi hacer compras…mas aún si no es con dinero mío…-
          Ese fin de semana, el sábado, al terminar la mudanza, se reunieron los cuatro en el pequeño balcón del nuevo apartamento, descansando en el cómodo juego de jardín que allí habían instalado. Y mientras  disfrutaban de unas frías cervezas, Gustavo comentó:
-En realidad, nunca había visto una mudanza tan rápida como esta…Han trabajado de maravilla –
- Si, hermano. Pero sin la ayuda de ustedes no se que hubiéramos hecho – contestó Mauricio, repantigado cómodamente en una de las sillas de hierro forjado. Y volviéndose hacia Laura que estaba sentada en el brazo de la misma, le rodeó la cintura con el brazo y preguntó – Quedó precioso, verdad mi vida? –
          Y ella, amorosa, mientras se inclinaba hacia el y lo besaba en los labios, algo ruborizada por hacerlo delante de sus cuñados, contestó:
- -Precioso es poco, mi amor. Quedó perfecto. Tal como lo soñaba. Y ya verás lo felices que vamos a ser aquí…
          Y así fue. Desde el principio fueron inmensamente felices. Poco tiempo después de su matrimonio Laura se percató de que estaba embarazada. En compañía de Beatriz fue a la consulta del obstetra y este confirmó el embarazo de dos meses así que, le dijo, dentro de siete meses será usted mamá.
          La noticia encantó a Mauricio, no así a los padres de ella quienes seguían pensando que era demasiado joven para enfrentar ya esa situación. Pero, no fue así.  Y en la fecha prevista y tras una corta labor de parto, nació Jesús, llamado así en recuerdo del fallecido padre de Mauricio. Y Laura sintió que su felicidad se había completado, al sostener entre sus brazos por primera vez su primer hijo, la bendición de Dios para su vida y su matrimonio.
          Fueron pasando los años. Y a medida que estos transcurrían Mauricio fue progresando en su trabajo, asentándose cada vez mas su fama de excelente profesional. Y su familia siguió creciendo progresiva y felizmente. Dos años después de Jesús, nació Francisco y dos años mas tarde, Javier. Y aunque el hecho de no haber tenido una niña entristecía un poco a la pareja, los dos se sentían orgullosos de su trío de caballeros, quienes iban creciendo sanos, hermosos y tremendos, para delicia y también desesperación de todos sus familiares. Además, decía Mauricio,- Aún somos muy jóvenes y es posible tener mas adelante esa hija que ambos deseamos…
          Ya no vivían en el apartamento, que se fue haciendo pequeño para sus necesidades. Después del nacimiento de Francisco, el segundo hijo, Mauricio había comprado una elegante y moderna quinta en la misma urbanización donde  vivían Gustavo y Beatriz, así que las dos familias seguían tan unidas como siempre. Los dos matrimonios se llevaban muy bien  y frecuentaban el mismo grupo social conformado por otros tres matrimonios mas o menos de su misma edad, con intereses y gustos afines,  con quienes compartían sus ratos de ocio y esparcimiento. Mauricio había madurado con elegancia  y apostura, y a la par, la belleza de Laura se había acrecentado espléndidamente. A sus veinticuatro años era una hermosa mujer a la que los embarazos en vez de restarle le habían añadido belleza y elegancia. Su cuerpo se había redondeado, mostrando una silueta plena y femenina. Eran considerados como una de las parejas mas elegantes y bellas de su entorno social y todos apostaban por su manifiesta felicidad conyugal.
          La personalidad de Laura también había madurado a la par que su belleza. Seguía siendo alegre y extrovertida, disfrutando a plenitud la vida. Pero, aunque el mundo social le gustaba mucho y ocupaba gran parte de su tiempo libre, había desarrollado también una profunda consciencia social, sintiendo en su alma, que debía, en alguna forma, retribuir la inmensa felicidad que la vida le había obsequiado. Así que había decidido dedicar una buena parte de su tiempo a obras sociales, especialmente las que se ocupaban de socorrer a la niñez enferma y abandonada, labores que decía, la llenaban de una gran satisfacción.
          De esta forma tranquila y convencional fueron pasando los años para esta pareja. Rodeados por sus hijos, parientes y amigos, todo se presentaba pleno de felicidad, pareciendo esta, indestructible. Pero Mauricio, al igual que la mayoría de los maridos vivía una doble vida que al parecer creía completamente normal y a la cual consideraba tener pleno derecho. En su trabajo y en su hogar, era un hombre modelo. Serio, trabajador y responsable, amante esposo y padre dedicado. Todas las amigas envidiaban a Laura la suerte de tener un marido tan apuesto y además, cosa casi increíble, fiel. Pero tras esa vida ejemplar, Mauricio vivía otra. La del conquistador compulsivo, la del marido infiel, hipócrita, embustero. Con la gran diferencia respecto a sus congéneres de que el había puesto gran empeño en ser muy discreto, y hasta el momento, había tenido mucha suerte. Laura jamás había tenido ningún motivo de duda y nunca había sospechado que las reuniones de trabajo que se prolongaban hasta altas horas de la noche, o los viajes por motivos de negocios que ocupaban también los fines de semana, pudiesen tener otros motivos que los que su marido les daba. Y como cosa increíble, no hubo nunca un “alma caritativa” que le informara de la falsía de su esposo, ella seguía viviendo en un paraíso artificial, rodeada del amor de sus hijos y segura de una felicidad que no sabía basada en la mentira y el engaño.
          Pasó así el tiempo. Y el día de mediados de febrero en que Laura cumplía sus treinta y dos años, observó encantada las señales de un nuevo embarazo. Este la llenaba de mayor felicidad que cualquiera de los tres anteriores, ya que estos habían sido tomados como algo natural, resultado de su amor y sus relaciones íntimas. Algo esperado y bien recibido dada su edad y su activa vida sexual. Pero esta buena nueva, después de que su hijo menor tenía ya diez años la llenaba de gran regocijo. Desde su último embarazo había estado esperando que esto sucediese, pero sin motivo aparente y a pesar de los chequeos de rutina que le confirmaban su perfecto estado de salud, no había logrado quedar de nuevo embarazada. Esto la hacía sentirse descorazonada y algo triste. Acostumbrada a las grandes familias, siempre había soñado el tener también una propia, similar a la que había disfrutado en el hogar de sus padres. Y la suya, de solo tres hijos, le parecía lamentablemente pequeña. De forma que esta promesa de un nuevo hijo  la complacía de manera indescriptible. Sabía que Mauricio, aunque no hubiese pertenecido a una gran familia, pensaba igual que ella y anticipaba su emoción y contento.
          Esa mañana, después de que su esposo partiera hacia su trabajo, Laura se dirigió, ilusionada, a la consulta de su obstetra, quién luego de los exámenes de rutina, le confirmó su embarazo, y respondiendo a una inquietud que ella manifestara, le aseguró que no esperaba ningún problema durante la gestación o parto, por el hecho de haber pasado tantos años desde su último embarazo. Ella estaba en perfectas condiciones y su edad era perfecta para sostener una nueva gestación, con toda felicidad.
          Tranquilizada así en sus temores, y  emocionada, decidió ir de inmediato al bufete de su marido,  para comunicarle la buena nueva.
          En cuanto llegó al piso de las oficinas, entró directamente en la de su marido, tras saludar rápidamente a la secretaria, sin esperar que esta la anunciara, deseando compartir lo antes posible, con el, la maravillosa noticia. Pero al abrir la puerta, quedó completamente paralizada por el
asombro, pues, allí estaba su marido, en brazos de su secretaria, besándola apasionadamente mientras con manos ansiosas le levantaba la falda y acariciaba las nalgas, cubiertas apenas por unas diminutas pantaletas.
          La sorpresa la inmovilizó por unos instantes, muriendo en sus labios las palabras felices que había comenzado a pronunciar. Luego, con un gesto de angustia infinita, giró sobre sus zapatos y salió corriendo del despacho, corriendo como una loca. Bajo  las escaleras y se dirigió, aturdida por las lágrimas y los sollozos, a su auto, estacionado frente al edificio .  
          La pareja sorprendida in fraganti, se separó  apresuradamente y luego de una expresión soez de disgusto y tras ordenar sus ropas, Mauricio salió corriendo en persecución de su esposa. Cuando llegó a la planta baja ya ella había desaparecido de la avenida, así que, informando por teléfono a su oficina de que se había presentado una emergencia familiar, y que ya no regresaría ese día, se dirigió   al sótano del edificio donde abordó su automóvil para ir tras su esposa. Mientras conducía hacia su casa, Mauricio pensaba desesperado en como solucionar el  tremendo problema que se había suscitado. El quería mucho a Laura, adoraba a sus hijos, y jamás pondría voluntariamente en peligro su matrimonio ni su hogar. Por eso siempre había sido  muy cuidadoso en no tener nunca ningún enredo en su oficina o en cualquiera de sus lugares de trabajo. Ni había tenido nunca una relación amorosa establecida, que le pudiera traer problemas familiares.   Pero esta vez se había descuidado. Esta jovencita lo tenía verdaderamente loco. Ya llevaba varias semanas tras ella  y nunca le había hecho el menor caso. Y esta mañana la había encontrado con las defensas bajas y había visto la  oportunidad para lograr sus propósitos. Y justo, cuando había  decidido actuar por no  encontrar  resistencia, y lograba  satisfacer sus deseos, sucedía esto. ¡Laura, quien jamás se presentaba en la oficina y menos sin avisar, abría la puerta y lo encontraba en plena faena! Y ahora, tenía que solucionar el grave problema que se le presentaba.- ¡Animal! – se llamó mentalmente -¿ ves lo que has causado? – y siguió analizando la situación mientras conducía – Ahora tengo que ver como arreglo esto. Como convenzo a Laura de que me perdone, que fue algo sin importancia, un impulso desafortunado que no puede ser causa de una tragedia familiar y de poner en peligro su hogar…Tengo que convencerla de que nunca me había pasado algo así, que la chica es muy coqueta y me hizo caer en tentación, pero ¡que por nuestros hijos le juro que nada así volverá a pasar! ¡nunca mas! –
          Mientras, Laura, horrorizada por lo que había visto, lloraba desesperada dentro de su auto, estacionado en un parque vecino de su casa, ya que las lágrimas y los sollozos no le permitían conducir. Estaba terriblemente lastimada. Asombrada. Ofendida. Sentía que su vida tal como la había vivido hasta ese momento, había terminado para siempre. Que su felicidad había sido cruelmente  destrozada. Que ya no tenía nada. Que su matrimonio se había convertido en una farsa maligna, basada en el engaño y la mentira….!Quien sabe desde cuando Mauricio actuaba así! ¡Quien sabe desde cuando la engañaba arteramente! – pensaba. ¡Su esposo, el mas correcto de los esposos la engañaba miserablemente con su secretaria! –¡ El dolor la traspasaba como una puñalada directa a su corazón! ¡Quizás la engañaba desde siempre, desde el comienzo de su matrimonio…y ella, ingenua, enamorada y crédula, jamás lo había sospechado! ¡Siempre había creído en el, a pesar de las tantas cosas que escuchaba entre sus amigas y conocidas sobre el comportamiento de los esposos….Ella pensaba: ¡No, Mauricio no. El no es así! Y nunca dudó. Que vulgar y que corriente le parecía todo esto. Jamás podría perdonarlo. ¡Jamás olvidaría!  ¡Jamás! La espantosa escena que acababa de presenciar quedaría grabada indeleblemente en su alma, hiriéndola hasta lo mas profundo de su ser.
          Mientras todos estos pensamiento hervían en su mente, sin darle descanso ni serenidad recordaba el motivo que la había llevado hasta el bufete de su marido, y la tristeza se intensificaba dentro de su corazón, ya que sentía que había perdido toda ilusión, que ese niño nacería en un hogar destruido y sin amor, y que no se criaría, como los tres mayores, en un hogar pleno de felicidad y armonía. Y todo por culpa de la doblez e hipocresía de su marido. ¡Que tonta, pero que tonta al pensar que el era distinto a los demás hombres…No, era igual que todos. ¡Uno mas del montón!- y sus pensamientos giraban vertiginosamente dentro de su cerebro, agotándola, dejándola débil, sin fuerzas ya ni para llorar , preguntándose desesperada que debía hacer ahora.
          Logrando serenarse un poco, se dirigió temblorosa a su casa, deseosa de llegar cuanto antes para encerrarse en su habitación y dar rienda suelta a su dolor. ¡Gracias a Dios – pensó – que los chicos no estarán allí – Los había enviado con la niñera al club para que pasaran el día en la piscina, aprovechando el feriado escolar… así que podría estar a solas en medio de su sufrimiento, pensar en lo que había sucedido y tomar una decisión.
          Al llegar a la casa, entró silenciosamente,  procurando que la empleada domestica no la viera para que no se percatara del lamentable estado en el que llegaba, y dirigiéndose hacia su habitación, se encerró en esta y ya sin fuerzas, se tiró sobre la cama matrimonial, escenario de innumerables y apasionados encuentros amorosos con su marido, llorando desconsoladamente, sintiéndose terriblemente ofendida y traicionada en su dignidad de mujer y en la sinceridad y profundidad de su amor. No sabía que hacer. No lograba coordinar sus pensamientos para tomar una decisión sobre la actitud a tomar ante lo sucedido. ¡Nunca pensó que en algún momento de su vida ella tendría  que enfrentarse a una situación como esta! Aunque estaba perfectamente enterada de que esto era algo casi normal en la mayoría de los matrimonios, siempre pensó que el suyo era distinto, que Mauricio en verdad la quería y la respetaba, y que estaba dispuesto a dar en su relación lo mismo que ella: amor, honestidad, fidelidad. Siempre habían estado de acuerdo  de que en el caso de alguno de los dos dejara de amar al otro, lo diría frente a frente. Honestamente. Que jamás, por ningún motivo, acudirían al engaño, la traición o la infidelidad. Fuese lo que fuese, lo hablarían sin tapujos, para entre los dos, encontrar la solución adecuada y sincera, que los lastimara a ellos y a sus hijos, lo menos posible…!Pura palabrería, se decía ahora! – Ella jamás había aceptado la teoría que aducen los hombres de que la relación sexual para ellos no tiene importancia, que no implica nada, que no intervienen los sentimientos. No. Eso no era así, para ella, por lo menos. Y así lo había dejado bien claro en sus íntimas conversaciones. Ella siempre había exigido lo mismo que había dado en la relación matrimonial. Consideraba la fidelidad y el respeto requisitos indispensables para una buena relación de pareja. Y una falta, sea quien sea de los dos el que la cometa, tiene siempre la misma importancia, es igualmente grave y genera las mismas terribles consecuencias. Y ahora, ella, tan ufana y segura de su matrimonio, se encontraba ante esta dolorosa situación, cuando atravesaba los primeros meses de un nuevo embarazo, sin tener ni idea de que actitud debía tomar….!Y los sollozos la  ahogaban, impidiéndole respirar!
          Momentos después escuchó como el auto de Mauricio entraba en el garaje, y luego, como este subía las escaleras y se dirigía presuroso al dormitorio en común, donde, al encontrar la puerta cerrada con llave, comenzó a llamarla en tono cariñoso y angustiado:
-¡Laura! ¡Abre, mi amor!....Tenemos que hablar…1Abre, por favor!!!
          Pero ella no quería verlo ni hablarle. Por lo menos, no por ahora. Pero ante su insistencia y temiendo que el servicio se percatara de lo que estaba sucediendo, decidió abrir la puerta. Cuando Mauricio entró trató de tomarla entre sus brazos, pero ella, zafándose bruscamente, le dijo:
-¡No me toques! ¡No te atrevas! – y mirándolo con los ojos plenos de lágrimas, preguntó – Y, que quieres hablar? Acaso hay algo que decir? – Y secándose el rostro con un manotazo, como una criatura, se sentó muy erguida en el borde de la cama, con su hermosa faz descompuesta por el dolor. Mauricio, al contemplarla así, tan abatida se sintió preso de gran arrepentimiento. El quería mucho a su mujer. !La adoraba! Jamás estuvo en sus planes hacerla pasar por estos momentos tan terribles. Esos encuentros sexuales, para el, no tenían la menor importancia. No significaban nada. ¡ Tendría que convencerla de eso! Por el bien de ella. Por el bien de los dos y de su matrimonio. De sus hijos. ¡Tenía que alcanzar su perdón!  Y sentándose a su lado, comenzó a hablarle con expresión contrita, diciéndole todo lo que había pensado mientras conducía desde la oficina hasta la casa. Reconociendo todo lo que había pasado…(negarlo era imposible, dadas las circunstancias), pero, “ insistiendo en que era la primera vez que caía en una tentación como esa. Que no sabía que era lo que le había pasado. ¡Que estaba arrepentidísimo! Que le juraba ¡por los hijos! Que algo así jamás volvería a suceder. Que la amaba, adoraba a sus hijos y tenía como lo mejor de su vida su matrimonio y su familia. Y que jamás pensaría poner todo esto en peligro por algo que era ¡nada!”
-¡Perdóname, Laura, mi amor! Yo no se si tu me crees. Pero todo lo que te he dicho es la verdad. ¡Jamás antes te había faltado! ¡Nunca! Ya me habían dicho que esa joven era muy coqueta, pero como yo nunca les hago caso, no pensé que significara ningún peligro para mi… para nosotros. ¡Pero ya vez lo que pasó!  Mañana mismo la despido. ¡No la quiero tener mas cerca de mi!.....!Perdóname! ¡Te amo mucho, tu lo sabes! ¡Perdóname! ¡Te juro que nada sí   volverá a pasar! –
          Y sí siguió, inundándola con mil frases de amor y  promesas de contrición. Laura le escuchaba, y al verlo tan arrepentido y avergonzado, pensaba, tal cual deseaba en su fuero interno, que todo debía haber pasado tal como el lo decía. Pero, estaba muy dolida, eso no lo podía cambiar. El recuerdo de la terrible escena que había presenciado, cuando su marido besaba apasionadamente a esa mujer, mientras la acariciaba lujuriosamente, estaba marcada “al fuego” en su mente. Y sabía que jamás la podría olvidar. ¡Fue un impacto tan grande, un shock tan tremendo que quedaría para siempre grabado en su corazón y en su mente. Pero, lo seguía escuchando, luchando entre el amor que por el sentía y la rabia y la incredulidad que la invadía.
          Pero al final, triunfó el amor de su corazón. Mauricio, con su insistencia de arrepentimiento y sus promesas, logró su objetivo. Y ella, cansada, lo perdonó. Tal como mil esposas, día a día, perdonan las infidelidades de sus maridos. Por amor. Por sus hijos. Por conveniencia. Por debilidad. Por miedo a enfrentar un cambio drástico en sus vidas. Y quizás, por un algo de masoquismo. Jamás se puede saber, realmente, por que.
          Ayudándola amorosamente a desvestirse y a recostarse cómodamente en la cama, y abrazándola con dulzura, volvió a prometerle que al día siguiente despediría a “la fulana” en cuestión, terminó de convencerla. Ya mas calmada ella le contó el motivo de su visita intespectiva y poco protocolar  al bufete, cosa que no era su costumbre, pero que había sido para informarle, plena de ilusión y alegría, su nuevo embarazo. Mauricio, al escucharla, se sintió doblemente arrepentido por el dolor causado a su amada esposa en un momento que debió ser lleno de felicidad para ambos. Avergonzado profundamente, demostró su alegría por la noticia, sintiendo dentro de si temor por lo que estas angustiosas horas últimas hubiesen podido causar a su nuevo hijo que ya percibía todos los sentimientos y humores de la madre que lo llevaba en su vientre. Volvió a pedirle perdón, mas compungido aún que antes, asegurándole   mientras la abrazaba mas tiernamente, que jamás la haría pasar de nuevo por momentos como los que había tenido que soportar en ese día. Y su arrepentimiento fue tan evidente,   profundo y real, que, al final, Laura se vio precisada a consolarlo.
          Y como siempre pasa, la vida siguió como antes. Como siempre. Pero, no. No como antes. No igual. Algo era distinto ahora.  Algo se había roto en esa encantadora relación, que hasta ese día aciago había sido ejemplo de armonía y amor. Algo faltaba.  Laura había creído en el arrepentimiento de su marido y seguía sosteniendo con el sus apasionadas relaciones sexuales, su cariñoso trato, manifestándole constantemente su amor. Pero, de hecho, aquella horrible escena que había presenciado en el despacho de su esposo, no se borraba jamás de su mente. La rondaba constantemente, atormentándola. Tenía que mantener una lucha feroz con su imaginación, cada vez que el se le acercaba cariñoso e incitante, buscando su respuesta habitual, para apartarla de su mente y poder corresponderle con el amor y apasionamiento acostumbrado. Luego, con el paso del tiempo logró arrinconar ese mal recuerdo en un lugar oscuro y escondido de su cerebro. Sabía que debía mantenerse en las mejores condiciones físicas para poder culminar con éxito su nueva maternidad. Todas sus fuerzas vitales, anímicas, espirituales y corporales estaban abocadas a la maravillosa obra de la gestación, y la sabia naturaleza no podía permitir el que ella disgregara fuerzas, recordando aquella dolorosa escena. Pero allí, escondida en su subconsciente, el conocimiento de que su marido era un hombre como los demás, poco digno de confianza, traicionero e hipócrita, y no el hombre honesto y fiel que ella había creído, se mantuvo intacto. Aquietado. Latente. Pero vivo. Y ese conocimiento, esa seguridad fue causando un daño profundo e irreparable. Durante los meses de embarazo y luego, en los primeros tiempos de vida de su pequeño hijo, Laura se comportó como si nada hubiese pasado. Su actitud era la normal de una mujer joven y feliz que espera un hijo y luego que lo está criando. Pero, al paso del tiempo, la semilla que aquel desagradable y doloroso momento había plantado en su corazón fue creciendo e inconscientemente fue marcando e influyendo en todas las acciones de su vida.
          La principal consecuencia fue que Laura ya no creía en su marido. Lo seguía queriendo. Lo amaba desesperadamente. Pero, dudaba de el. No le creía nada. Cuando Mauricio le decía que tenía que quedarse hasta tarde en el bufete, por algún trabajo especial, no le creía. No le decía nada, pero se quedaba inmersa en un mar de dudas que iban amargando, poco a poco su antes dulce y agradable carácter. No se atrevía a llamar por teléfono para comprobar si era verdad lo que le había dicho. Pero, no le creía. En el fondo de su corazón, dudaba de todo lo que el decía. ¡Sufría terriblemente! Actuaba como si le creyese, pero no lograba de nuevo confiar en el.  
          Y Mauricio, aunque aquel terrible día había hablado con gran sinceridad, no había hecho, en realidad, ningún esfuerzo para cambiar de vida. Al contrario. Sin comprender que la pasividad de Laura se debía mas a la sabiduría de la naturaleza que la protegía, para que la terrible desilusión que había sufrido no afectase de ninguna forma a la criatura que estaba gestando, que a una fe incondicional en el, se felicitaba a si mismo por lo bien que había sabido salir de ese trance,  al constatar las pocas o ninguna consecuencia que había tenido en su vida familiar. Para el, como para muchos, el mal no estaba en la falta, en el engaño o el adulterio sino en el haberse dejado sorprender. El pecado era permitir que los demás se dieran cuenta de que lo había cometido, no el hecho de cometerlo. No la acción, sino las consecuencias. Si no había estas, no había aquel. Y a pesar de sus promesas quizás sinceras en aquel momento, jamás se le ocurrió, en verdad, despedir a la joven secretaria. Al contrario, se dejó enredar en una relación que se fue complicando cada vez más y que, al final, le costó mucho terminar. Pero, como siempre, le acompañó la buena suerte y logró que ni Laura ni nadie supiera que la relación había continuado por varios meses más. Cuando al fin, se cansó de la joven y sus exigencias, logró que fuera transferida a una sucursal, ascendiéndola profesionalmente para que no pudiese rechazar el traslado. Y como esta doble vida de engaños y mentiras se había hecho, desde hacía mucho tiempo, una costumbre para el,  de inmediato se enredó en otra relación adultera, ejerciendo el derecho que muchas personas creen tener a sostener relaciones extramaritales, empantanándose en una vida de falsedad y desamor.
          Laura, aunque no tenía pruebas ni certeza del hecho, sabía que su marido la estaba engañando. Al principio pensó hacerlo seguir por un detective privado, pero la desilusión y la tristeza fueron tan grandes, que descartó la idea y decidió seguir haciéndose la ignorante, la ingenua, pensando así salvar lo poco que quedaba de su matrimonio. Creía que tomando una actitud de aceptación e ignorancia, quizás con el tiempo su marido reaccionaría y volvería a ser el hombre fiel y cariñoso de los primeros años de matrimonio. Pero, no fue así. Nunca lo es. Nunca logra una persona, en base de aguantar humillaciones y engaños, hacer cambiar a su pareja. Todo lo contrario. Lo que se logra es establecer como normal un sistema de vida de engaños, recriminaciones, pleitos y violencia cada vez más degradante y destructivo. Cuando el  engaño se apropia de una relación, es indudable que se ha perdido todo amor y respeto. La persona que engaña ya no ama. Ni respeta. Y allí ya no hay nada que salvar. Nada por hacer. Ya no queda nada.
          Pero Laura insistía en su actitud pensando ingenuamente que algún día lograría hacer cambiar a su marido. Al no obtener el resultado deseado, su carácter fue cambiando, convirtiéndose de la hermosa, dulce y alegre mujer que había sido, en una persona sumida en una profunda depresión, sintiéndose humillada y abandonada al constatar que ni por el difícil embarazo que estaba pasando, por su estado emocional, Javier la trataba con algo de cariño y consideración. No. Todo lo contrario. Al ella aceptar la situación y no reclamarle mas por sus ausencias y su frialdad, el sintió que ya todo estaba solucionado. Y volvió a ser el hombre indiferente y ausente  que había sido en los últimos años. ¡No soportaba los ocasionales arrebatos de lágrimas y reclamos de laura, y se lo hacía ver claramente.
          Cuando nació el bebé Laura y Javier tuvieron un corto acercamiento, causado mas por la apariencia social que tenían que presentar ante sus allegados y amigos, que a una reconciliación verdadera. Por eso, no duró mucho. Y al poco tiempo, ya el se había incorporado a su vida normal de hombre infiel e indiferente. Y Laura, cada día mas amargada y frustrada, apenas lograba cumplir con sus obligaciones de madre, así que muy pronto contrató una niñera para que se ocupara del recién nacido, cosa que jamás había hecho con ninguno de sus otros hijos. Y sintiéndose constantemente humillada y maltratada, se fue hundiendo en la depresión y la amargura total. Su antes alegre  personalidad la abandonó, dejándose llevar por el mal humor y la apatía. Se retiró de las muchas actividades sociales y caritativas que tanto la habían llenado antes, apartándose hasta de sus familiares y amigos mas cercanos, encerrándose en su casa, y casi totalmente en su cuarto, para rumiar y revolcarse en su dolor. También fue abandonándose físicamente. No acudía regularmente, como antes, al salón de belleza, permitiendo que su hermosa cabellera  creciese descuidadamente, perdiendo así su belleza y lozanía. Su cutis se avejentó, marcándose cruelmente en el las arrugas de la amargura. Y sus ojos, de tanto llorar pronto se vieron rodeados de mil líneas, perdiendo al mismo tiempo que la alegría, la luz de la salud y de la felicidad. Su carácter cambió completamente. Ya no fue nunca más aquella mujer alegre y extrovertida, centro y origen de la felicidad de todos los que la rodeaban. Ahora era molesta, desagradable, difícil de tratar. Además, se dejó engordar  ya que parecía que la única satisfacción que conseguía en la vida era el comer. Y se dedicó a atiborrarse  de dulces, chocolates y pastas. En fin, que se convirtió, antes de los cuarenta años, en una arpía a quien ni sus hijos podían casi soportar. Todo el mundo la evitaba y ya ni Beatriz, quien al principió le daba la razón y se compadecía de ella, la quería visitar.
-No hay razón – decía Beatriz a su esposo – para que una mujer adulta, bella e inteligente se deje acabar de esa forma solo porque ha descubierto que su marido es un sinverguenza –
          Y como el ser humano no es muy adicto a las penas, los dolores y la quejas continuas y prolongadas, cada vez se fue viendo y sintiendo más sola y abandonada.
          También, comenzó a beber. Al principio fue algo muy leve. Que no llamaba la atención. Cuando aún acudía a reuniones sociales en compañía de Mauricio este comenzó a notar que en muchas ocasiones ella se achispaba un poco mas de lo conveniente. Pero como al estar en estas condiciones su carácter mejoraba notablemente y era algo más soportable, el no quiso reconvenirla y la dejó hacer. Pero cada vez las cosas se fueron haciendo peores, llegando a causar escándalos en los clubes o fiestas particulares a los que asistían, causando que Mauricio al ver que sus palabras no lograban que ella rectificara su actitud, terminó ignorándola y no invitándola nunca más a sus compromisos sociales. Y cuando se encerró definitivamente en su casa, en compañía de su tristeza y su amargura, el dejó totalmente de preocuparse por ella. En realidad, casi ni se veían, no compartían ni las horas de comidas.  Y como hacía ya tiempo que el se había mudado de dormitorio, ya no tenían ningún contacto verdadero. El además tenía tantos problemas para organizar su trabajo, su vida social y sus andares de mujeriego que no tenía tiempo para preocuparse por la vida y milagros de una mujer que ya era en su vida mucho menos que un cero a la izquierda. Cumplía su obligación de proveedor; estaba más o menos al tanto de sus hijos, y eso era todo. Y a cuanta persona  le preguntaba por ella le contestaba que tristemente Laura se había convertido, sospechaba el que por la menopausia, en una neurótica insoportable que mejor estaba así, encerradita en su casa, sin causarle demasiadas molestias. Jamás se le ocurrió pensar que si esta antes hermosa mujer no hubiese tropezado en su vida con un hombre falso, cínico e hipócrita como el, quizás no se hubiese convertido, con el paso de los años y las desilusiones, en el desecho de mujer que ahora era. Jamás pensó en tratar de cambiar su conducta, ni pensó que quizás si el modificara su sistema egoísta de vida, ella podría recuperar su alegría de antaño, su autoestima y hasta su belleza y el brillo de su encantadora  personalidad. Pero como jamás pensó en esto, jamás cambió.
          Y Laura, dejándose llevar por la desesperación fue cayendo cada vez más profundamente en ese submundo terrible y degradante del alcohol. Cada día bebía más. Mantenía ocultas en su habitación y en otros lugares de la casa las botellas de licor, para tener siempre a su alcance la satisfacción del cada ver más acuciante deseo. Y  fueron pasando los años para este desgraciado matrimonio que seguía unido solo por las conveniencias sociales y económicas, por comodidad y apatía. Y por la lástima que Mauricio comenzó a sentir por ella. El, el brillante abogado, magníficamente conceptuado en los círculos profesionales y sociales, era públicamente compadecido por todos por la mujer que, por mala suerte, decían, le había tocado en suerte.. Y ella, avejentada, gorda y desagradable, seguía hundida en el terrible vicio que era su única compañía y solaz, y que la hacían insoportable hasta para las personas que mas la habían querido. Y  sola. Completamente sola en su desventura.
          Pasó el tiempo. Y cuando Mauricio, años más tarde, arribó a su cumpleaños numero cuarenta y ocho, comenzó a sentir un cambio en su personalidad, en su vida, en sus deseos y aspiraciones.  Tarde, pero ¡al fin! le llegó la madurez. Tal como le llega a todos los seres humanos cuando ven aparecer hilos plateados en su cabellera. O cuando se dan cuenta de que una nueva y joven secretaria o colega, a quien comienzan a enamorar, es hija o sobrina de un viejo amor. O cuando se sienten ya cansados para mantener esa doble vida que ha sido hasta el momento, su norma. Cuando ya no tienen cabeza para recordar todas las mentiras que acostumbraban usar. Entonces, se miran detenidamente al espejo y constatan  que el tiempo ha transcurrido inexorablemente, que ya son hombres maduros, envejecidos y cansados. E inadvertidamente, comienzan a cambiar. Ya no quieren salir todas las noches, luego de las largas horas de trabajo. No sienten ya deseos de cortejar a toda mujer que pasa por su lado. Lo que desean es llegar a sus casas, sentarse a leer un buen libro y  comentar con su compañera  las visicitudes del día o las noticias de la prensa. Ver una película en la televisión o máximo, reunirse con unos pocos amigos para compartir una sencilla cena. Ser ellos mismos. Sin tener que aparentar que son los apuestos y sempiternos conquistadores de antaño. Pero entonces comprenden que están solos. Que no tienen a su lado la complaciente y comprensiva mujer que desearían, que les quiera de verdad, por ellos mismos. A quienes no les importen sus arrugas, ni su doble mentón o la flacidez de sus músculos abdominales. Y miran  a su alrededor buscando ansiosos la compañera que por tanto tiempo abandonaron. La mujer que los ha esperado incansable, a través de largos años de soledad. Algunos la consiguen. Indemnes. Enamorada aún. Resignada y sufrida, pero amorosa. Otros no tienen tanta suerte Mauricio no la tuvo. Horrorizado contempló, vio realmente, en lo que se había convertido su antes adorable esposa.  ¡Era un desecho viviente! ¡Una piltrafa humana! Un cuerpo maltratado, que aparentaba tener por lo menos diez años más de lo que en realidad tenía. Una mente trastornada por los celos, el alcohol y el sufrimiento constante. Embotada. Casi embrutecida. En fin, un ser enfermo y entregado al vicio y el dolor. Entonces, aunque algo tarde, sintió el arrepentimiento que Laura tanto tiempo había esperado. Se espantó de lo que  con su desidia y  desamor había permitido. Y de inmediato, lleno de compasión, se abocó a la tarea de tratar de salvar lo que aún hubiese por salvar, de su mujer. Se convirtió en un marido modelo. Cariñoso. Fiel. Enamorado.  Buscó ayuda profesional para tratar de apartarla de su terrible vicio. Y ella, agradecida y enamorada aún, se dejó ayudar, colaborando en todo, inmensamente feliz y maravillada al ver que su adorado esposo había vuelto a ella, tal como por tantos años había soñado. Este hecho, en si, fue determinante para su total recuperación. Hizo progresos asombrosos. Pronto se notó en su rostro como iba desapareciendo el abotargamiento característico del vicio que la había dominado. Su cara, aunque jamás recuperó la belleza y la juventud perdidas, se fue dulcificando, suavizando hasta tener de nuevo la apariencia agradable de antes. También, perdió peso. No mucho, porque la obesidad es una enfermedad de difícil curación, sobretodo a su edad, pero su apariencia se adecentó. Ya no era un ser desagradable y molesto de tratar. Y sus amigos y familiares viendo el resurgimiento casi milagroso de su antigua y encantadora personalidad, comenzaron a frecuentarla de nuevo, disfrutando, en su compañía, de ratos de  agradable y emotiva felicidad.
          Y Laura revivía. Sentía que en su organismo, en su psiquis, en su corazón, estaba realizándose un milagro. Sentada al lado de su esposo, tomados de la mano, como cuando eran novios, disfrutando de una película en el televisor, o de un rato de amena charla con un grupo de amigos, sentía que era mucho lo que tenía que agradecer a la vida. ¡A Dios! ¡Era de nuevo feliz! Tenía de regreso el amor de su esposo, quien vivía pendiente de sus más ínfimos deseos para complacerla, tratando de resarcirla así de los amargos y solitarios años que había vivido. Sus hijos, cariñosos y atentos y sus familiares y amigos mas íntimos, cercanos y solidarios. Todo parecía conformar una nueva y eterna felicidad.
          Pero la vida no es así. Las cosas no son tan perfectas ni tan predecibles, ni los milagros tan completos y verdaderos. Todo tiene sus consecuencias. Todo hay que pagarlo. Y en esos momentos, las consecuencias de tantos años de dolor, estaban ya minando silenciosamente el organismo de Laura, amenazando la maravillosa felicidad que Mauricio creía haber conquistado. Su “sacrificio” había sido tardío. Su amor, su compasión, llegaban demasiado tarde a la vida de su mujer. En el Otoño de su vida, ya sin tiempo para disfrutarlos. La felicidad tan tardíamente recuperada no podía protegerla de las funestas consecuencias de tantos años de soledad, abusos, frustraciones y  sufrimiento. Sus fuerzas vitales estaban minadas y por más voluntad que ella tuviese para disfrutar estos años que la vida le regalaba, maravillosos, no tendría ya ni energía ni salud para ello. El mal que invadía su organismo, silencioso pero mortal; el cáncer aun no diagnosticado, no se lo permitiría
         
          Cuando Mauricio notó que tras  aquella triste y larga mirada con la que los había envuelto a todos, Laura había cerrado los ojos y se había quedado muy quieta durante un tiempo desusadamente largo, se sobresaltó Y dirigiéndose hacia ella, la llamó, repitiendo cariñosamente su nombre:
-¡Laura, mi amor…..! ¡Laura!
          Pero ella ya no respondió. Misericordiosamente había caído en  un coma profundo y media hora después, falleció.
         
         
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                                            Margarita Araujo de Vale                        
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VIDA BASADA EN MENTIRAS Y ENGAOS

Palabras Clave: INFIDELIDAD MACHISMO.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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