Desconocidos
Publicado en Feb 06, 2013
Nunca le creí cuando me decía que a veces le pasaban cosas que parecía ya haberlas vivido, deja´bu, me decía siempre cerca del oído como si fuera prohibido tenerlos. Yo le sonreía como siempre lo he hecho, así sin ensañar los dientes y contrayendo superficialmente mis nervios faciales. Recuerdo esto porque ahora, después de toda mi titánica travesía, me he dado cuenta y con espanto, casi como en un golpe de conciencia, que la taza vacía, la mesa circular con el mantel blanco, la guapa mesera, la mampara al frente de mi como un portal hacia un mundo desconocido, pertenecen a mi pasado, a algún lugar de mi lerda vida, y a cada movimiento es más espantoso porque siento lo que sentí aquella vez en que mi conciencia no estuvo presente. Es como si un sueño, esos que aparecen cuando no sabes si aún estas despierto o no, se vuelven completamente realidad.
Me acomodo los lentes de montura gruesa que he llevado desde la última vez que lo vi, luego dejo de ver mi reflejo en la enorme mampara para observar la calle. La verdad nunca me había pasado, y estaba más a gusto sin que me pase, pero bueno, pasó. No creí que fuera tan puntal y obediente. Llevaba una chaqueta negra, el cabello negro suelto y húmedo, los labios rojos y la piel de vampiro. Era como la recuerdo en mi imaginación y creo que no es necesario decir que también me pareció un deja ‘u, un cruel y hermoso deja ‘u. Aquel órgano viejo y cansado dentro de mi pecho, empezó a palpitar como hace tiempo, como en esos días donde el amor tenía sentido. Tranquilo, me dije y respire profundamente, ella no puede verte, ella no sabe que eres tú. Miré a la mesera atendiendo a la mesa de alado. Fue entonces cuando me sentí especial, único. Sin embargo, no pude ni moverme de mi asiento, ¡Dios mío!, se va a ir y yo aquí paralizado. Trato de poner mi mente en blanco y ordenar mis ideas, cierro los ojos sin mover la cabeza y me veo levantándome de mi asiento, la mesera me mira y yo la esquivo salgo del restaurante y el sol ciñe mis cejas, ella se muere de calor pero no tiene ninguna intención de quitarse la chaqueta negra, yo me acerco, tal vez ya me vio y solo se hace la desentendida, pienso lo primero que debo decir, pero al final solo digo hola, ella voltea y me mira, me mira extraña, quizás con espanto, entonces me doy cuenta de lo feo que soy a su lado. Me saluda también con un hola y acompañado de un enorme signo de interrogación, abro la boca, de eso no me doy cuenta, le digo lo siento, fui yo quien te llamo, quien te dijo que te pongas esa chaqueta, quien te dijo que vengas con el cabello suelto y mojado y con los labios rojos, fui yo quien vino desde una ciudad que tu no conoces a esta ciudad que yo no conozco para una solo cosa, algo tal vez nada importante para ti, pero para mí, la única razón para seguir mi vida tranquilo... Conocerte. Y abro los ojos, ella aún sigue afuera. Suspiro como evitando que mis viseras pasen por mi garganta, y me levanto, la silla no retrocede, solo se voltea, la agarro antes que llegue al suelo y mi rostro se ruboriza, la mesera voltea y me mira, parece reírse de mí. Trato de recuperar la compostura y camino a la puerta de salida. Y mientras eso, mientras yo sigo mi camino, mi mente sigue una vía de regreso y me plantea la siguiente pregunta, ¿por qué es tan importante? Y yo le respondo que no lo sé, pero inmediatamente me vuelvo a contestar que sí sé, que sí sé cuál es el motivo por el que estoy aquí. Salgo de mi refugio y la miro, aun soy un desconocido, me sigo acercando, ella mira su reloj de pulsera, trago saliva y me doy cuenta tarde que ya no puedo retroceder, ella vuelve su mirada al interior del restaurante y yo…solo sigo mi camino entre la gente.
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