La muerte vino anoche por mi barrio:
Dejó tres muertos en una cañada.
Tenían balazos en las sienes y en la nuca
y amarrados los brazos por la espalda.
Seguramente no hubo combate alguno o resistencia.
La inseguridad ha tomado las calles de mi patria.
Por eso los celadores se esconden en sus garitas
y pasan las noches en alertas totales.
Las balas perdidas son comunes y ya insustituibles.
El pavimento se nutre de la usura del rojo de la sangre.
Suceden a diario crímenes antes inconcebibles.
El sicariato y el secuestro andan de la mano.
Dicen que sus rostros son cetrinos y pajizos.
Pero la maldad no tiene cara ni formas.
Yo oigo de lejos el frenesí de la polvora
y del plomo, que se clava hondamente en los taxistas.
Todo conductor nocturno está expuesto
a ser iniciado por los caminos del no-retorno eterno.
Los promíscuos son islas placenteras en las noches:
Salen de los bares y tugurios como sombras inequívocas.
Y minuciosamente se pierden en su vaho.
Los policias no dan la cara a los delincuentes
y frecuentemente están aliados con ellos:
No quieren amanecer hacinados en las morgues:
Las morgues aquí huelen a creolina para caballerizas.
Y los muertos maduran y se descomponen fuera de sus cavas.
Las épocas incorruptibles quedaron en el olvido:
En las noches se conjugan lenguaje fiero y puñaladas.
La noche, oscura y oxidada, tiene atónitos ojos de hierro.
La desnaturalización está presente en casi todo
y es casi omnipresente, como un Dios en su arbitrio.
Muchas almas se juntan en sus últimos suspiros.
Cualquiera te rodea y te intercepta.
El negocio del sicariato es fructífero y va en pujanza.
La poesía huye de estas inmensas negritudes.
Los torsos caen como ramas abatidas.
La hombría no vale nada ante un arma.
Vamos dejando los ligamentos, noche a noche,
y sólo queda el armazón desnudo de nuestra invalidez.
Mi patria ha dado un viraje hacia lo lóbrego
y nos quedaremos sin jóvenes si no se hace nada.
( Un gélido géiser tapa mi boca si hablo de la noche).