Hoy logro revivir los recuerdos y vuelvo a ser niña.
Recostada sobre el banco de troncos, me envolvían los rumores de la siesta: arrullos  de palomas y sus crías, castañeteos de las hojas de los nogales que se alzaban a mi alrededor y  unían sus ramas allá en lo alto, tan alto que me era imposible visualizar las últimas. Otros sonidos venían desde lejos, de animales dispersos por la llanura, quizás buscando el fresco reposo bajo la sombra. Graznidos, cacareos, desde más lejos mugidos, relinchos, balidos, y hasta gorjeos, ladridos y croares, conformaban todos  una misma sinfonía. Ahora la percibo más allá del tiempo o del olvido.
   No entendía más que lo que veía, pero sentía más de lo que creía… ¡Mi alma infantil rebozaba de deleites!  Todavía puedo sentir aquellas sensaciones.
   Los colores se mostraban ante mis ojos, que se llenaban de diferentes tonos que brillaban y dejaban de brillar consecuentes con su posición bajo  la luz del sol. ¡Verdes, sienas, ocres, lilas, dorados, azabaches, granas, cianes! Oh… he cerrado y abierto los ojos mil veces y mil veces se manifiestan con fulgor…
   Aquel lugar, ensueño real. El poema de mi infancia: verso a verso, recuerdo tras recuerdo y todas las imágenes.
   Tierra: flor, raíz, fruto. Aire: oxígeno, brisa. Agua: aljibe, rocío. Y el cuarto elemento era yo, pequeño e inmenso ser, mezclada en la naturaleza, amiga de todo y dueña de mi fascinación.