Teatro gtico
Publicado en Feb 09, 2013
El aire subsistía demasiado húmedo y aquietado por ser un sábado a la noche del mes de abril de 1910.
El teatro londinense más representativo del arte gótico, el Middlesex, estrenaba una obra traída de Europa del este: “Bathory y su reino de terror”. Mientras tanto, en El London Pavilion se presentaba “Cumbres Borrascosas” de Emily Bronte, y en El Canterbury “Los miserables” de Víctor Hugo. El rey Eduardo VII, aquella misma noche, ocupaba la primera fila junto a sus bufones de turno. Su presencia no se justificaba sólo por ser un amante del arte, sino también por ser un obsesivo admirador de la preciosidad de las damas; casualidad o no, el hecho era que la actriz que protagonizaba a Bathory poseía una beldad incomparable. La intérprete, acompañada por unos violines de fondo que entonaban una melodía barroca y lúgubre, apareció sentada en un sillón gris que dividía al escenario en dos mitades iguales. Engalanada en un vestido color sangre, se acomodó el suave cabello negro, largo y lacio hacia su izquierda. Por detrás, custodiándola, tres actrices personificaban a las deidades hermanas: Cloto, Láquesis, y Átropos. Aspiró un poco de ese aire enrarecido y entró en trance, mientras la intensidad de los faroles descendía. Viajó hasta 1533 a una de sus vidas pasadas y con voz de niña, en un idioma ajeno a la multitud, narró aquellos días de campesina en una aldea teutona. Luego se quedó en silencio. Comenzó, al rato, una descripción del lugar que veía, corría el año 657 a.c, y parecía habitar el valle del río Nilo. Nuevamente hizo silencio. Ahora era el año 1441 y ella vivía como un hombre; sufría heridas, parecía ser un soldado español. Silencio. La multitud permanecía expectante, asombrada por los relatos, por los cambios fisonómicos, por el lenguaje, y tono de voz de Bathory, que variaba con cada personaje. Ahora era el año 1722, el lugar que habitaba eran los Montes Cárpatos; ella era una vampiresa. Mientras recordaba, no dejaba de gemir, retorciéndose en su sillón gris. Las parcas, por detrás, entonaban una canción fúnebre. Parecía estar muriendo…extasiada, embriagada de su propia sed. Estiraba sus manos hacia el público, como en busca de algo. El teatro permanecía inmutable. La actriz, al parecer, vivía en el presente las angustias y dolencias del pasado. Pero un malestar llegó desde la primera fila. El Rey comenzó a reír, y fue seguido por sus acompañantes. –Esto es una farsa. La función ha de concluir ahora mismo –. Dijo el Rey, mientras se ponía de pie y golpeaba sus manos en señal de advertencia. Luego dio precisas órdenes para que Bathory lo acompañe esa misma noche hasta sus aposentos. Ella hizo oídos sordos a los mandatos de los guardias, y exclamo: – ¿Me pregunto si entre vosotros existe alguien portador de sangre real? El Rey echó una carcajada que contagió al gentío. Se asomó al escenario y de un ágil salto se acomodó a un paso de Bathory, ofreciéndole una reverencia y la desnudez de su cuello. –Entonces es a mí a quien busca, mi bella dama –. Exclamó irónicamente. Ella lo olió, le acarició el cabello, le besó la mejilla, lo examinó con ojos envueltos en llamas y entonces…le hundió sus colmillos en el cuello. Lo bebió hasta extinguirlo. El Rey cayó sin vida a sus pies. El aire subsistía demasiado húmedo y aquietado por ser un sábado a la noche del mes de enero de 2007. En el Wilton’s se presentaba “Bathory y su reino de terror”. Ella transitaba por sus vidas pasadas. Llegó a 1910, la escena trascurría en un teatro de Londres, en el Middlesex. Sufría en demasía, estaba muriendo, pero existía una única manera de sobrevivir: beber la sangre de algún bastardo. El portador subió al escenario aquella noche; le ofreció una reverencia y la desnudez de su cuello.
Página 1 / 1
|
itza pichardo
daniel contardo
BRENDA
daniel contardo
BRENDA
daniel contardo