No! se casa mi amigo.
Publicado en Feb 11, 2013
En esa ocasión, como tantas, fui a cenar a la casa de mis viejos. Ni bien entré el aroma de la cocina me llenó los pulmones con una agradable sensación, la comida de mi madre provoca algo inexplicable sobre mí.
Saludé a cada uno con un fuerte abrazo y calladamente escuché los reclamos de ambos. Mamá insistió (como tantas veces) en que siente cabeza, que madure, que le lleve una novia, que quiere nietos ¡en fin! Lo que normalmente le pide una madre a su hijo ya adulto, que lleva una vida de adolescente. Entre el ruido de los platos apilándose y el de los cubiertos desparramándose en el lavabo, lo escuché. En un principio pensé que mi oído fabulaba y después comprendí que en realidad mi cerebro no lo aceptaba. - ¿Cómo que se casa?- pregunté una vez superada la corriente que erizó mis vellos. - Y sí…- contestó mamá sorprendida por el horror que reflejó mi voz- Ricardo tiene tu misma edad, ya es hora. Agradecí que el tema no se focalizara en mi vida, en lo que debería ser (según ellos) y escuché con incómoda atención, como un amigo había caído en las redes. Era inexplicable, era increíble; mi amigo estaba decidido a dar el paso hacia el altar. “¡Hacia el altar!”, gritó burlonamente mi ego mientras se escudaba en la masculinidad apretadamente. La conversación continuó con los detalles de cómo había conocido a la novia. Mamá pintó la mujer ideal mientras mi cuerpo no encontraba una posición aceptable en el sillón. - La conoció este verano- afirmó entre risas- parece que fue un flechazo. - ¿Y ya se casa?- pregunté escandalizado. - Eso pasa cuando te enamoras ¡Qué sabrás tú!- protestó mi mamá guardando en la alacena el último plato- Prepárate, estamos todos invitados. Me marché pensativo, había algo que me molestaba demasiado y me reproché a mí mismo esa sensación absurda que me recorría. La hubiera definido como traición y sin embargo nadie lo había hecho. Regresé a mi casa, con las palabras de mamá girando en la cabeza, repitiéndose una y otra vez. Algo en su discurso no encajaba. Yo estuve enamorado o eso creí; pero no valía la pena contarlo y menos si en mi interior la vocecita alcahueta me acusaba continuamente de cobarde. Belén había sido lo único real que tuve en mi loca vida, pero yo no estaba preparado para ofrecerle lo que sin pedir, quería. Cuando llegó el día de la boda, la mañana soleada estaba tibia. La catedral estaba preparada como cualquier mujer la soñara y como tantas veces Belén me la había pintado. “Así hubiera sido mi boda si les diera el gusto a todos los que insistían”; pensé. Esquivé los invitados aglutinados en la entrada y entré para ubicarme en un lugar privilegiado. Desde allí podía ver la entrada triunfal de la novia y por fin conocer a la culpable de robarme a un amigo. Ricardo desde el altar me sonrió y pude apreciar en su mueca resignada una gran felicidad. ¿O era miedo? Si me lo pedía, podía sacarlo corriendo de allí; sólo era suficiente esa mirada cómplice que sólo nosotros descifrábamos. Me resigné esperando ese mensaje y me apoyé relajadamente en el respaldar del banco de madera. Observé a mi alrededor y detuve la contemplación en mi madre. Estaba bella e imaginé la alegría que tendría si fuera la madrina. Sé que es lo que más quiere, pero no es mi intención satisfacerla, ni hoy ; ni nunca. “No es egoísmo vieja, es sólo autoprotección”, me excusé en mi interior. Recordé el entusiasmo con que relataba la manera en que Ricardo conoció a su novia y la sensación que me recorrió al enterarme de su casamiento. Somos amigos desde siempre y yo ni siquiera me preocupé en conocer el nombre de la ladrona. - Es una chica especial- había dicho mi madre- él quiere hacerla feliz… Parece que volvía cada verano al mismo lugar, como esperando reencontrarse con alguien. Ricardo sabe que no lo ama, pero con el tiempo pretende conseguirlo. Tú sabes como es ese muchacho, seguramente la conquistará con su encanto. Me removí en el banco y sacudí la cabeza. Estaba negando la situación ¿Cómo podía casarse? ¡Y encima con alguien que no lo ama! ¡Por Dios! Cuando los acordes de la música obligaron a levantarnos; supe anticipadamente que mi corazón no se equivocaba. En mi cabeza, las coincidencias se fueron presentando y los nudos que impedían claridad fueron cediendo; la realidad se presentó antes que la novia y miré a Ricardo horrorizado. Él sonreía en el altar, confiado. Creo que hasta hubiera acelerado el paso de la mujer de blanco. Tragué la saliva que amenazaba con aglutinarse definitivamente en mi garganta y cerré los ojos rogando que todo fuera una pesadilla, sólo eso. La vi acercarse a mi, con su paso tranquilo y por un momento tuve idea de estirarle la mano. Absorta, con la mirada que me había bañado tantas veces clavada enfrente, dejó sólo su aroma para recordar mi cobardía. Las palabras de mi madre, se repetían; relataban la historia que era parte de la mía. La de una mujer enamorada que esperaba en el bar, en el mismo bar cada verano. Convencido de que la razón se conciliaba con mi corazón, me levanté y caminé con prisa hacia el altar. “Si solo me mirara…” pensé “…sé que no lo haría…” Ricardo estaba sonriendo aún, orgulloso de la belleza que sería suya en unos momentos. Pensé en mi amigo, en su posible dolor, en su desilusión y mi egoísmo pudo más. Me quedé rogando que me viera, pidiéndole que elevara su mirada, que dejara de protagonizar la ceremonia , que no siguiera con ella. “¡Belén!”- grité por dentro- “ Estoy aquí, no lo hagas, no lo hagas…” Cuando me buscó con la mirada empañada supe que me había escuchado o percibido. Siempre adivinaba mis pensamientos, mis sentimientos, mis necesidades y mis miedos. Sabía que la amaba, por eso me esperaba; esperanzada porque yo también lo supiera. El sacerdote dejó de hablar esperando que se acomodara, había quedado como una estatua que yo deseaba idolatrar. Se lo pedí de mil maneras, mordí mis labios cuando terminé de murmurarlo y cerré los ojos cuando se me inundaron. “Sí, quiero”, dijo segura y el beso que le dio a Ricardo fue apasionado, fue sincero.
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GLORIA MONSALVE
qu emanera tan bella de relatar el sucedo, hace que uo se adentre en la esena y la viva, yo de verdad hubiera gritado,., no lo hhagas te amo... pero la cobardia puede a veces mas, y nos quedamos solos sin el ser que amamos, que barbaro esa situacion no me gustaria estar allla...
muy bien silvana sigues atrapandome en tus bellas letars
abrazossssssssss
Silvana Pressacco
Cariños amiga, un gusto tenerte entre mis textos, ya lo sabes.
Sara
Muy bueno amiga, cariños
Silvana Pressacco
Cariños
Adri1
silvana press
Mariana Silva
silvana press
Mariana Silva
silvana press