DE ESPALDA AL AMOR
Publicado en Feb 14, 2013
Habían pasado muchas semanas desde aquel fatídico atardecer cuando la vida de Adriano Herrejón dio un vuelco terrible. Tuvo un infarto cerebral o apoplejía que lo postró para siempre en cama. Este traumatismo fue como un cortocircuito en el tronco cerebral que rompió la comunicación entre el cerebro y sus funciones motrices. Le sobrevino al enterarse que su prometida Berenice Berk había roto el compromiso matrimonial entre ambos para casarse con otro tipo.
Después de veinte días de coma y varias semanas semiinconsciente se despertó en el hospital más lujoso del norte de su país. No podía comer, ni respirar sin asistencia. Sólo podía mover el párpado izquierdo y, un poco, el cuello. Un terapeuta le enseñó un alfabeto ordenado por la frecuencia de aparición de las letras. Lo repetía y él parpadeaba en la letra deseada. Un guiño le servía para decir “sí”, dos, para decir “no”. Lo maravilloso para Adriano fue aceptar casi de inmediato su nueva condición de vida, toda la energía contenida en su inanimado cuerpo se concentraba ahora en su ojo izquierdo desde donde reflejaba una decisión y fortaleza de ánimo dignos de encomio. Sus padres y hermanos contribuyeron en la medida del gran amor filial que le tenían al enfermo y de la inmensa fortuna acumulada por la familia. Contrataron dos excelentes neurólogos que lo atendían cotidianamente; tres enfermeras, quienes se turnaban para cuidar al apopléjico y no quedara solo ni un instante, además de un terapeuta quien lo ejercitaba para que pudiera comunicarse con los demás. A este equipo se sumó por indicaciones de los neurólogos una ortofonista de gran prestigio, quien a través de la eutonía, una disciplina corporal de carácter terapéutico y educativo basada en la experiencia sensitiva del paciente, ayudaría a Adriano a tomar plena conciencia de su cuerpo y de sí mismo, integrando todos los dominios de su ser. Porque para la ciencia médica la eutonía puede desarrollar en grado superlativo la sensibilidad y la percepción en los apopléjicos. Es además un invaluable recurso para llevar al enfermo a un nivel de conciencia que le permita tomar contacto no sólo con su cuerpo inmóvil, sino también con la integración de sus partes, la postura, los apoyos, además con sus pensamientos, emociones, sentimientos y estados de ánimo. De esta forma llegó Alma Delia Quiroz al entorno de Adriano. Desde el instante que la mirada del ojo izquierdo del enfermo se cruzó con los ojos verde mar de la ortofonista hubo empatía entre los dos. Alma Delia era una mujer de una belleza sobria, enamorada de su profesión, irradiaba confianza, ternura y poseía una paciencia inagotable. Después de haber auscultado a su paciente, la especialista comprobó con agrado el progreso en la rehabilitación del enfermo, tomando en cuenta la gravedad en que se había encontrado; ahora el enfermo podía emitir algunos sonidos guturales que médicamente auguraban buenos resultados. De inmediato Alma Delia se dio a la tarea de atender la disfonía del apopléjico; utilizó el oscilograma y el espectrograma como métodos de análisis acústicos de los sonidos provenientes del tracto vocal del paciente para descifrar lo que éste trataba de decir. Con el paso de los días se dio entre Adriano y la ortofonista una dependencia extrema, para el enfermo la presencia de Alma Delia era casi vital, el gran interés mostrado por la mujer en él, lo animaba para querer mejorar su calidad de vida lo más pronto posible. Para la profesionista, Adriano representaba un caso clínico que ponía a prueba su capacidad y experiencia médica. Era tal la obsesión por encontrarle cura a la discapacidad de locución del paciente, que accedió vivir en la mansión del enfermo a solicitud de los familiares de él. Finalmente la relación médico-paciente llegó a ser simbiótica; Alma Delia vivía pendiente del parpadeo del apopléjico y de los sonidos que desesperadamente emitía. Mientras Adriano sobrevivía consumiendo el mismo aire que su doctora; se alimentaba con su presencia, con sus olores; paliaba su sed en las tranquilas aguas verdes de sus ojos y la acariciaba, ¡Sí, le hacía caricias imaginarias!, con manos de hombre ávidas, sólo guiadas por sus recuerdos. Porque Adriano había perdido la movilidad del cuerpo, ¡pero no la memoria!, recordaba muy bien cómo acariciar a una mujer. Una mañana, mientras Alma Delia de espaldas a su paciente revisaba unas notas médicas que iba a comentar con los neurólogos, quienes llegarían más tarde, se estremeció cuando creyó sentir unas manos amorosas acariciándole el cuerpo; entonces vio a través de un gran espejo colocado frente a ella, la mirada a medias, por ser del único ojo útil del enfermo, prendida amorosamente de sus nalgas. ¡Sintió un escalofrío!, un gran desasosiego, que luego se convirtió en ira. ¡¿Cómo pudo ser tan estúpida?! ¡Tan poco profesional! Ahora comprendía los arrebatos, los estados de ánimo tan contradictorios que manifestaba en los últimos días el paciente y que la obligaron a convocar con urgencia a los neurólogos. Salió de prisa de la habitación sin decir palabra a su paciente. Luego, sentada en una banca del hermoso jardín de la casona, reflexionó sobre el asunto. A pesar de estar sola, se sentía vigilada por la mirada de un ojo de mirar lastimoso. Le quedaba claro que el enfermo se había enamorado de ella. Desde su óptica profesional, esto le agradaba, pues era una muestra que su paciente había recobrado gran parte de la confianza en sí mismo y su autoestima se había elevado de donde estaba postrada cuando empezó a tratarlo. También entendía que estas emociones contenidas provocaban en Adriano un estado de tensión emocional que lo estaba empujando a un nuevo colapso neurológico. Escondió el rostro entre sus manos y dejó que unas lágrimas de pesar cayeran al suelo y tomó una resolución. Más tarde, sentada frente Adriano, empezó a hablarle con ternura, mientras él enfermo la observaba muy atento con su único ojo. –Mira Adriano, quiero decirte que tengo un gran afecto hacia ti, como mi paciente que eres– –Debes saber que tu caso clínico es para mí un gran reto profesional, que desde el principio lo tomé con gran interés, luego se fue acrecentando a medida que te conocía y trataba a tu familia– –Te haré una pregunta, piensa bien antes de contestar, no te desesperes y trata de conservar la calma, si crees no pueder lograrlo, suspendemos de inmediato la comunicación, luego, más tarde la continuamos– –Recuerda, un guiño quiere decir ¡sí!, dos guiños ¡no! –Le recordó vehemente la mujer. Una emoción incontenible empezó a acumularse en el pecho del enfermo, tal vez fuera la oportunidad para decirle cuanto la amaba; que era su única ilusión en la vida. A medida que la emoción crecía, Adriano empezó a sentir un hormigueo en la parte izquierda de su cara, en el único sitio que lo enlazaba a la vida, ¡su ojo izquierdo! Empezó a escuchar muy lejana la voz decidida de Alma Delia quien le decía: –Adriano, me parece que la cercanía, el trato médico-paciente que existe entre los dos ha sido mal entendido por uno de nosotros– –Quiero dejar ahora bien claro que estoy dedicada únicamente a mi profesión– Luego, mirándolo fijamente al único ojo le dijo: –Deseo con todo mi corazón quedarme junto a ti como tu doctora y amiga– –Por favor no esperes nunca algo más de mí, estoy muy segura de no poder ofrecerte nada más– –Ahora dime: ¿Quieres que me vaya? – Adriano sintió una gran desesperación, entendía perfectamente lo que Alma Delia le quería decir . Quiso gritarle que no se fuera, que se conformaba con la limosna de su afecto y servicios profesionales, pero de su garganta sólo salían ruidos, eran remedos de la voz varonil que alguna vez tuvo. El hormigueo en su ojo útil iba aumentando en la medida que crecía su desesperación. En medio de la crisis recordó la forma de comunicarse con el parpadeo, en el momento justo en que Alma Delia le repetía la pregunta: – ¿Quieres que me vaya? – Adriano en un agónico esfuerzo intentó decirle con dos guiños que... ¡No se fuera!; pero sus últimas fuerzas sólo le alcanzaron para hacer un guiño y luego la única parte que lo mantenía en contacto con la vida se le paralizó y entró en un sueño vegetativo en donde no existían el amor, la traición, tampoco había lástima ni ningún otro sentimiento. Mientras Alma Delia se encaminaba hacia la puerta de la habitación sin volver el rostro, no quería que Adriano la viera llorar cuando partía de su lado para siempre, con la frustración por haber fracasado como profesionista. ¡Si al menos hubiera hecho un guiño más…! Se fue pensando.
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