Las dos realidades.
Publicado en Feb 15, 2013
Me gusta su olor a tabaco y su cabello recogido en chongo, me gusta que olvide maquillarse y atar sus zapatos.
Estoy acostado, mi cama es el lugar perfecto para meditar las cosas que me gustan, mis anhelos más profundos y mis temores más secretos, en mi cama también reside un montón de libros y ropa, no tiendo las cobijas ya que siempre he pensado que no quiero vivir monotonamente doblando y desdoblando sábanas y colchas hasta el día de mi muerte. Así la prefiero, como la dejé ayer, así no es la misma de anteanoche; siempre me revela nuevas formas. En fin, es mucho hablar de mi cama. Hoy, hoy miércoles soy monotemático: mis ideas, mis ojos, mis labios sólo pueden dictar una sola palabra, María, desconocida, pseudoamiga, conocida, compañera. Sé poco de ella, 18 años, lunar en la ceja, cabello teñido de negro, amor por la literatura, gusto por la escritura, cinefila amateur, dibujante de lágrimas, risueña a la par de la marihuana, parcialmente alcohólica, caderas anchas y senos pequeños, dientes exactos y nariz gruesa, un par de bellos ojos castaña que enrojecidos por el llanto brillan más que la Luna misma y labios carnosos. Vulgar por excelencia y agresiva con quien se deja. Poco sé de ella, poco la miro, poco la veo, poco la huelo, y siempre la pienso. No dejo de recordar la única ocasión en la que hablamos, estaba fuera de la prepa esperando que el tiempo se derritiese con aquel sol abrumador cuando ella apareció, tambaleaba un poco y se sentó a mi lado en aquella banqueta sucia, traía puesto un vestido azul que la hacía lucir hermosa, le presté mi chamarra para que cubriera sus piernas y groseramente me la negó, sacó una cajetilla de cigarros de su mochila y me ofreció uno, yo sin saber hacerlo lo acepté perdido en sus labios rojos que sostenían el filtro barato de sus Benson. --Estoy pedísima, necesito quitarme este pinche olor a alcohol y tabaco, tengo una cita en dos horas y no sé ni como llegar, apenas puedo caminar y me quedé sola, tú, ¿sabes llegar al metro Copilco?--, me dijo arrastrando las palabras, su olor a licor barato no era tan fuerte pero su voz y sus movimientos eran notorios. --Sí, no es muy difícil llegar, tomas el camión a 18 de marzo y te bajas allí, ese es el metro que te lleva a C.U., es una antes...-- le dije sin tartamudear mientras giraba aquel cigarrillo. --No te entendí ni un carajo, mira, yo soy Mari, o me puedes decir Marybitch, así me conocen unos cuantos, soy de sexto. ¿Qué te parece sí me acompañas al metro?, te lo juro, me siento bien hasta la madre de borracha...-- escuché como su voz se cortaba y noté que se entristecía. --Claro, no será problema, dime a qué hora tienes que estar allá?--, mientras le empujaba el hombro para levantar un poco su cuerpo que se encorvaba. --Este...tres y media...-- noté que caía en un ligero sueño, chequé la hora y para mi buena suerte íbamos retardados veinte minutos, como pude traté de despertarla sin llamar la atención de los vigilantes de la puerta, puse su brazo en mis hombros y mi brazo derecho tuvo la dicha de rodear su hermosa y tibia cintura. Compré un café para ella y un par de chicles y la ayudé en el camino hasta subir al camión viejo y pestilente que nos llevaría hasta nuestro destino. Con lugares disponibles la senté y me acomodé junto a ella, estaba empeorando y no daba ni sorbo del café, traté de hablarle para mantenerla despierta y poco a poco suministrarle la dosis del café hirviente, con suerte no se quemó con tales movimientos bruscos del camión, no me daba respuesta y yo me ponía nervioso, sentía las miradas de la demás gente, juzgándome, pobre, feo; juzgándola joven, hermosa y alcohólica. Bebía el café y sus ojos se abrían más. --¿Sabes?, sé que toda la gente nos mira, porque es así, esa es su naturaleza de cuervos, de animales carroñeros; alimentándose de lo ajeno, riéndose de lo prestado, estrujando con sus flacos ojos los sentires y pesares de los otros. Viviendo otras vidas, llorando otros labios. Así son todos, ¡bola de carroñeros malditos!--. Había elevando tanto la voz que parecía que fuese leyendo o declamando algún texto, la gente bajaba la mirada y se hizo un silencio incomodo en el ambiente. Mari había regresado a su pose encorvada y bebía más rápido su café. --Tranquila--, dije y proseguí, Ignóralos, no merecen tus palabras--. --Lo hago, pero necesitaba gritar lo que siempre he creído de ellos--, me respondió más serena. El camión hizo su llegada veloz, teníamos aún el tiempo encima y ella varias copas de algún alcohol barato. Costosamente entramos al metro y logramos llegar a los andenes, en su ebriedad gritaba consignas, recitaba versos, lanzaba risitas tontas y bailaba ligeramente. Yo moría de vergüenza la llevaba de la mano, su andar era más estable, lo que necesitaba era dormir un poco para que llegara tarde pero mejor a su cita. Al entrar al caluroso y mal oliente vagón una pareja se levantaba y no perdí la oportunidad de tomar ambos lugares. Se sentó por sí sola agradeciéndome el trato y comenzó a hablar mientras sacaba implementos de belleza de su mochila. --Todo esto es tan raro, no sé quien seas y no sé porque me acompañas y me cuidas hasta mi destino, no sé porque cada que te veo siento que me sonríes estúpidamente y tampoco sé porque tomabas mi mano en todo el camino, no sé, no sé, y no me interesa ni conocer tu nombre... ¡y no quiero que me interrumpas, que sigo ebria!, con mil espinas en mi alma que ya no aguanta más y que se baña de lágrimas y alcohol, esperando que alguno de ellos limpie sus tristezas y purifique sus alas, hay veces que pienso que el único que limpia es el fuego, es el único que evapora lo que existe, hay veces que quisiera arder en llamas, que abrasen mi cuerpo, que arda al son de melodías y versos. Pero soy cobarde, soy una cobarde que teme hasta de sí misma, que se esconde de la vida en los vicios, en las letras, en su poesía--. Dio un fuerte suspiro y comenzó a llorar recargada en mi pecho, yo no hice movimiento, era impresionante ver que la mujer que tanto había observado le dejos, aquella dama que miraba a detalle, que admiraba su alegre sonrisa, estuviese llorando en mi cuerpo trémulo, no lo podía creer. Era imposible, llegó sin saber nada de mí y ahora me convierto en su confesor, soy el que escucha sus penas y dolores, soy quien absorbe su llanto tibio y amargo. Sin detenerse subió sus labios a mi oído y me susurró entre líneas cortadas: --Yo digo que fumo hierba por gusto, por puro placer... pero me engaño, fumo para poder olvidar, para que las risas ahoguen estas lágrimas, para que el humo disipe mis temores, para sentir que vuelo, para alejarme de esta realidad de mierda que me carcome...-- Su llanto cesó despacio, yo tenía un nudo en la garganta y decidí expulsarlo con una pregunta que empezó a rondar entre mis ideas: --¿Cuál es tu realidad?--, ella de un rápido movimiento sacó un par de servilletas, limpió sus ojos, su nariz y suspiró muy hondo. --Realidad, ocho letras, y un sin fin de pesares. ¿Cuál es mi realidad?, yo empezaría cuestionándome: ¿Qué es la realidad?, ¿qué es para ti?. Para mí, realidad es despertar y saber que no hay nada, que abrí mis ojos por obligación, que mis piernas se mueven directo a la ducha porque ya es tarde y debo ir a la escuela, no por gusto ni por temor, por herencia, por placer, por hambre. Que debo memorizar, mas no aprender, que debo repetir, mas no crear. Realidad es esa caída que te das cuando andas en bicicleta y ves que te has raspado, ves que sangras, ves que aún vives. Entonces puedo decir que mi realidad...--, su argumento fue interrumpido por el frenar brusco del metro, dándonos cuenta que estábamos ya en la estación estimada. --¡Carajo, ya llegamos!, estoy hecha mierda, me veo horrenda-- dijo en tono agudo mientras salíamos rápidamente del vagón, por su reacción noté que sus lágrimas habían neutralizado su estado de ebriedad, se notaban sus ojeras inmensas y sus labios resecos. Mientras me daba su mochila para sacar su loción notó mi mirada persistente bajo sus ojos y mientras rociaba un olor exquisito me dijo: --Estas también tienen mucho que contar...--, no se miró al espejo, tomó su mochila y acomodandosela me pidió un chicle, me miró fijamente a los ojos y me pidió que la dejara allí, que era suficiente de mi compañía y quien la esperaba era bastante celoso de ella. Sin oponerme a nada la dejé ir, iba caminando rápidamente mientras se hacía su ya afamado chongo. Me quedé estático, la veía mover esas caderas hermosas y me impresioné al verla voltear hacía mí, utilizó sus manos de megáfono y me agradeció la ayuda y el consuelo. No supe responder, sólo me mantuve inmóvil pensando en la persona que la recibiría entre sus brazos, esa persona que no había escuchado el verdadero dolor del alcohol, el ardor de los vicios... ¿La ama?, ¿la sueña?, ¿es de él?... me hacía tantas preguntas mientras cambiaba de dirección, eran casi las cuatro de la tarde, me introduje en el vagón y lo hallé vacío, tomé un buen lugar y me dispuse a pensar más en lo ocurrido, en el calor de sus manos, la fineza de su cintura, la textura de sus lágrimas. ¿Fue real?, me pregunté y quedé profundamente dormido. Un golpe y risas me hicieron despertar de un salto, taquicardico y tembloroso. La voz de la odiosa profesora de ciencias sociales me hizo llegar en sí. --¡Ríos!, a dormir en su casa, salgase y nos vemos en el examen final--. Aturdido, salí del salón de clases, no sabía que pasaba, en que realidad me encontraba. ¿Me dormí?, ¿por qué lo hice?, ¿lloré esta madrugada?, ¿a caso le lloré a ella?. ¡Sí, claro que sí!, entré a su blog y leí su último escrito que me tumbó a llorarle toda la madrugada, que me invitó a temblar de miedo e impotencia... Decidido salí de la escuela por un poco de aire fresco, a pesar de la pesada luz que el Sol nos regalaba, cabizbajo, antes de llegar a la banqueta sucia revisé mis bolsillos para encontrarme con la prueba de mi aventura: un cigarro Benson, maltrecho y arrugado. Y a lo lejos; un vestido azul y risitas tontas.
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