EL FARO DESCOMPUESTO
Publicado en Feb 15, 2013
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En un apartado arrabal de un puerto marítimo se encontraban reunidos un puñado de osados y expertos marineros. Todos poseían una vasta experiencia en las lides del mar; sin excepción, habían recorrido los siete mares y más. Como era de esperarse, tratándose de un grupo como aquél y en una reunión etílica como era esa,  que después del enésimo barril de vino, la lengua se desinhibiera, la imaginación soltara las amarras y el buen juicio encallara en una pasarela de vanidades.
 
Surgieron entonces las anécdotas fantásticas, relatos epopéyicos y las historias descabelladas. Se habló de dioses y monstruos marinos, de descubrimientos de continentes desconocidos y se dejó escapar una lágrima furtiva por algún naufragio fatal. Luego, entre gritos que quisieron ser susurros, se describieron con detalles obscenos encuentros amorosos con sirenas, nereidas y cortesanas de burdel.
 
Junto a la algarabía de aquel grupo de malandrines se encontraba un sabio venido de oriente, quien escuchaba la algarabía de los marineros degustando entre sorbo y sorbo un ron caribeño; aquel personaje era un profundo conocedor de la condición humana, sabía muy bien que los vicios contentan el cuerpo y las pasiones lastiman el alma y por ello, los hombres además de ser justos, deben ser prudentes y para llegar a ser sabio en la vida, es preferible ser el rey de su silencio que el esclavo de sus palabras.
 
Este ilustre y poderosa sabio, cuyas virtudes y cualidades eran bien conocidas en todas las provincias que existían hasta esa fecha, puso a prueba al grupo de marineros, despertando en ellos la terrible bestia que todos llevamos oculta en nuestra propia caverna, es decir: ¡la ambición desmedida!
 
Con toda la autoridad que le era innata, se dirigió al grupo:
– ¡Marineros, escuchadme por favor!, por lo que se ha dicho en torno a esta mesa, comprendo que sois valientes hasta la temeridad y expertos en el arte de la navegación, por ello creo conveniente compartir un secreto con ustedes–
–Sé de una isla misteriosa que cada veinte años emerge en algún punto del mar de occidente; en esta isla se encuentran tesoros muy valiosos que serán de aquellos mortales que puedan llegar a ellos–
–He de advertiros sin embargo, que hasta este día son cientos los navíos que han zozobrado al encallar en los peligrosos arrecifes que rodean a la isla e innumerables las tripulaciones extraviadas para siempre, arrastradas por las traicioneras corrientes marinas que circundan el lugar–
–¿Estáis dispuestos de arrostrar todos los peligros e ir en busca de tan valiosos tesoros y de paso vengar a todos esos navegantes, hermanos lobos de mar que han perdido la vida a causa de esas corrientes? –
Como un coro de tragedia griega, se escuchó un ¡si quiero!
–Entonces, dijo el sabio, atended el plan a detalle: a partir de este momento, estarán a su disposición en el muelle de este puerto tres navíos; será elegido para cada uno de ellos un capitán y ocho marineros que formarán la tripulación….
En eso se escuchó otra voz… – ¡Yo seré el capitán del primer barco y lo llamaré el “Monarca”!
El sabio de oriente fue interrumpido por el grito impositivo de Regino Augusto, un experto y porfiado marinero cuyo mayor defecto era el de estar convencido de que su Dios le había concedido el poder de mando en un sueño producido por los calores de la canícula en los mares de Singapur.
 
Otro miembro del grupo se puso en pie y con voz elocuente se dirigió a sus compañeros de farra:
– ¡Hermanos de la brújula de Azimut, del astrolabio y del sextante, os pido consideréis mis experiencias y capacidades y me nombréis capitán del segundo navío, si así lo hiciereis tengan la seguridad que dirigiré la travesía considerando la opinión de toda la tripulación y que no habrá tarea o maniobra que no se distribuya con equidad y justicia!  
Quien así se había expresado era Demócritus, de Salamina, un tosco y sagaz hombre de mar, que si bien no era un sabio, sí en cambio era un buen ciudadano, justo e incorruptible, quien amaba entrañablemente al mar, al que consideraba como su patria.
Uno a uno, ocho marineros manifestaron su voluntad en forma directa para que Democritus fuera el capitán de la segunda nave, a la que por cierto llamaron “El Vengador”.
El resto de los ocupantes de la mesa se enfrascaron en un alegato pretendiendo ejercer en masa el derecho de elección, lo que dio como resultado que el tercer barco permaneciera atracado en el muelle y aquellos hombres perdieron la oportunidad de vivir la experiencia de la travesía.
Una vez designadas las tripulaciones, el sabio terminó de dar las indicaciones, les dijo:
–Marineros, pondréis proa a occidente, navegando en esa dirección si tenéis valor y pericia podrán encontrar la isla de la que les he hablado, la podrán identificar porque desde su centro, el faro de la esperanza, la verdad y la virtud irradia su magnífica luz, sin el auxilio de su haz luminoso jamás podréis desembarcar–
–Si lográis salvar todos los escollos, entonces lo que encontréis en la isla de valor y provecho será de vosotros, ¡ahora id a vencer o morir!, ¡que la ciencia ilustre vuestra razón para guiarlos por el camino correcto!, ¡que la antorcha de la verdad los ilumine siempre y la virtud los anime con su fuego bienhechor! –
En la hora y día establecidos los navíos se hicieron a la mar, durante la travesía hubo de todo: borrascosas tormentas, chubascos y calma chicha, noches de niebla brumosa y otras tan límpidas y bellas que en el firmamento bien se podían contar una a una todas las estrellas contenidas en el catálogo de Amalgesto, elaborado por Tolomeo hace muchas centurias.
Finalmente, en un atardecer con amenaza de temporal, desde las embarcaciones avizoraron la isla que buscaban, entonces la tormenta se vino encima, el primer rayo con su trueno, fue para los marineros de una resonancia tal, que pareciera su sonido como el del mazo de un juez dictando sentencia de muerte.
Ambos capitanes esperaron impacientes ver aparecer la luz del faro de la isla; la espera se prolongó por horas, mientras arreciaba la tormenta. No vieron el haz luminoso porque el faro estaba descompuesto.
Después de reflexionar lo suficiente, Democritus convocó a su tripulación y les dijo:
–Camaradas, el éxito está a unas cuantas brazadas, he cavilado sobre las posibilidades que nos ofrecen nuestros talentos y capacidades y he llegado a conclusión de que juntos lograremos nuestro objetivo.
–Sólo les pido que tengan fe en mi conducción y en la realización de nuestros ideales, no pierdan nunca la esperanza frente a la adversidad y cada esfuerzo que desde ahora realicemos se multiplique por el amor a quienes esperan nuestro retorno en tierra firme–
La tripulación vitoreó a su capitán y de pie esperó sus órdenes, Democritus elevó su voz sobre el estruendo de la tormenta y desde el puente de mando ordenó:
– ¡Afianzad el velamen a la botavara y a la escota! –
– ¡Proa a oriente, tres brazadas adelante! –
–Una brazada a babor! –
– ¡Arriad medio velamen! –
– ¡Una brazada a estribor! –
– ¡Una brazada a babor! –
–Arriad las velas y lanzad el ancla… ¡lo hemos logrado!
Mientras en el “Vengador” todo era júbilo y satisfacción, en el otro navío el capitán era presa de la indecisión y la tripulación albergaba grandes temores, pues el temporal arreciaba a cada momento amenazando con hundir el barco, que como hojarasca se zarandeaba sobre las crestas de las embravecidas olas, la línea de flotación prácticamente estaba en la cubierta, a cada momento con el embate del mar el casco parecía partirse en dos; mientras la quilla, la manga y el mástil crujían lúgubremente como anunciando su destino final.
Regino Augusto, soberbio e impositivo como siempre, ignoró la opinión de su tripulación y se negó a pedir ayuda a los marineros de la otra nave, si en cambio, pidió a su navegante intentara atracar en la isla. Ni el navegante, ni otro miembro de la tripulación supieron dirigir la nave, ni el propio Regino, quien tuvo que sumar a su necedad y soberbia, el estigma de la ignorancia.
No obstante ordenó el desembarco en la isla, pues pensó, imprudentemente, que si Democritus lo había logrado sin la ayuda del faro descompuesto, ellos también lo lograrían. ¡Oh vanidad de vanidades!, el mar cobró nueve víctimas más, porque en esta ocasión a la ambición desmedida se sumaron como un lastre fatal, la imprudencia, la ignorancia y la soberbia.
Regino Augusto, el monarca soñador, jamás comprendió, como a muchos de nosotros nos suele ocurrir, que cuando el hombre ha logrado descifrar los misterios de la vida, no necesita que la luz de la verdad, la ciencia y la virtud, provengan del exterior; por el contrario, esta luminosidad debe provenir de nuestro interior y proyectarse a todos nuestros actos de vida, en beneficio de nosotros mismos, de nuestros semejantes y para estar en gracia con el Creador.
 
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Palabras Clave: faro descompuesto tormenta marineros

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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LUMA54

Que bien amigo!; a veces se pasan por alto leer bellas letras, como ésta que nos compartes; bien construida tu historia.
Te felicito
Recibe mis cordiales saludos junto con un fuerte abrazo desde Colombia
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March 09, 2013
 

kalutavon

Amiga, tu presencia y la de los que te preceden llenan de sobra cualquier vacio. Al menos en mi opinión. Conmovido con tu lectura y comentario. Afectuosos saludos y correspondo con calidez fraternal tu abrazo.
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March 09, 2013

Federico Santa Maria Carrera

¡Qué buena y aleccionadora narración! Aparte de ello, reflejas un conocimiento de la navegación. Interesante y muy entretenido.
Un like muy merecido, Kalutavon.
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March 09, 2013
 

kalutavon

Federico, agradezco que hayas expresado tu apreciación del texto. Tu opinión es un gran aliciente. Gracias.
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March 09, 2013

Richard Albacete

Una narración muy bien desarrollada, digna de los profesionales y los mejores elogios: Felicitaciones por tu notable prosa !
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February 18, 2013
 

kalutavon

Agradecido con tu lectura y comentario Ricardo, tu presencia en este espacio es muy apreciada. Saludos.
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February 18, 2013

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