Una extraña fuerza  mantiene mis ojos cerrados. Debo estar soñando seguramente.
No escucho absolutamente nada a mi alrededor. Los niños no deben haber llegado. La casa es un parque de diversiones cuando la invaden con sus risas.
Estoy incómoda, es como si mis sentidos no respondieran. Sólo mis pensamientos me dan la tranquilidad de saber que estoy viva. Debe ser una pesadilla. Sólo puede tratarse de eso ya que mi realidad no es tan serena. Vivo estresada, entre el trabajo con sus horarios, la casa, su constante demanda de atención y mis hijos sumado a sus preocupaciones, no hago más que correr estirando el chicle del tiempo que nunca rinde. Debería buscar una manera de organizarme ¡ufa! Y yo aquí inmóvil, con todo lo que tengo que hacer.
En cuanto despierte terminaré de cocinar la tarta de manzanas; dejé el bollo de masa en la heladera y las frutas macerándose; quiero comenzar a  disfrutar de las caritas embadurnadas con azúcar de mis nietos, aunque su mamá me reprima con sus miradas. ¿Qué puedo hacer? Si solo me queda eso, mimarlos un poco cuando el sueldo me permite asumir esos gastos.
Si el día es soleado voy a usar esa reposera enorme que me regalaron para el último cumpleaños, olvidada bajo la sombra del viejo laurel se esta  resquebrajando sin conocer mi peso. Es que si me siento ¿quién corta el césped? ¿quién arregla el jardín? No me gusta recibir visitas que sientan cosquillas en sus pies  mientras caminan. Alguien se tiene que hacer cargo de la limpieza, no voy a pagar a un jardinero ¡con lo que cuesta! El viejo no puede, nunca puede ¡pobre! Cuando llega el único placer que tiene es sentarse a ver un partido de futbol  en la tele y aunque sé que es el momento que deberíamos compartir no puedo acompañarlo porque estoy haciendo la cena o preparando las clases para mis alumnos o corrigiendo sus trabajos.
Ya me estoy cansando de esta impotencia, mis rodillas que siempre me provocan cosquillas cuando están quietas no se mueven, ni siquiera puedo cambiarlas de posición. No escucho ni siquiera el ronquido de mi viejo que siempre me despierta y en más de una vez ha provocado peleas. ¡Qué raro! ¿Qué hora será? ¿Por qué no despierto? ¡Con todo lo que tengo que hacer!
Si llegan mis hijos y me ven dormida se reirán de mi ¡Por fin la vieja se toma un descanso! ,dirán. Pero no es vagancia, no; no puedo... Nunca puedo darme el lujo de tomarme los minutos que me piden. Pasa la vida enfrente y ni siquiera había advertido lo grande que están, las veces que me piden detenerme para conversar, para compartir... Siempre surge la misma respuesta ¿quién hará la tarea?
Ahora que estoy asi, entregada a un extraño sueño, puedo darme cuenta. Tengo que disfrutar más de ellos. Sonrío tan poco …
Algo me esta moviendo, deben ser mis nietos intentando despertarme. Ya, ya… los escucho, los presiento pero sencillamente no puedo. Las voces a mi alrededor toman vida, suenan ¡por fin! Alguien me sujeta de una muñeca, acaricia suavemente, me provoca cosquillas. La otra mano la tengo inmovilizada, un fuego interno parece recorrerme por sus venas.
La luz blanca, me ciega. No puedo terminar de abrir los párpados. ¿Pero en qué momento cambié el color de la bombita? Seguramente son las más económicas, esas que reducen el consumo.
Luchando por despertar la escucho. Es mi hija, conversa con alguien que no reconozco. Está hablando de órganos, de tiempo, de hielo ¿Qué dice? ¿Cómo es que deciden taparme con hielo?
-          Ella despertará- la escucho que dice entre llantos- estoy segura de ello. Tiene tanto por hacer que no podrá irse sin lograrlo…Mamá- continua y ahora creo que esta sola- despierta, has olvidado hacer tantas cosas…
Estoy confundida, ¿qué es lo que debo hacer? ¿y qué tiene que ver el hielo? ¿y con quién hablaba? No entiendo por qué no me zamarrea y me despierta de una vez, su caricia ha sensibilizado mi piel en la muñeca que no suelta. Está llorando y su voz suena a ruego.
-          Volvé mamá- escuché de nuevo- no quiero creer que has vivido apurada solo para terminar asi, entregada. Tienes demasiadas caricias pendientes, muchos besos olvidados y fuertes abrazos que necesitamos. Prometiste que algún día dejarías de correr pero no dijiste que lo harías cuando ya no quisieras ofrecer pelea. ¡Mamá! – me gritó mientras me sujetaba por los hombros apretadamente- Abrí esos ojos de una maldita vez, tu familia te necesita… por favor- me dijo entrecortadamente- nos debes mucho de tu tiempo.
Entonces comprendí, no estaba soñando, no estaba descansando, ni siquiera estaba muerta; mi cuerpo sencillamente se rendía con las manos atadas, con los sentidos agotados y sólo el corazón resistía, cargado de grandiosos sentimientos olvidados en un rincón. Desde allí, como recriminando mi falta de memoria, se alzaban armados, violentos y enojados. Me estaban pidiendo continuar en la batalla, pero usando otras armas; priorizando otra forma de vida… Creo que sonreí, algo en el tono de voz de mi hija me lo confirmó.
-          -            ¡Mamá!- gritó emocionada- mamá…
-          Estoy aquí- pronuncié segura- estoy aquí… ¿cómo me iba a ir? Tengo mucho por hacer, aún no usé la reposera ¿recuerdas?
Los bellos ojos de mi hija iluminados por una enorme sonrisa, fue lo primero que vi. Fue esa mirada increíblemente verde la que trajo paz y esperanza.
-          Aquí estoy amor, aquí estoy… - y las dos entendimos el real significado de la afirmación.