UN LARGO VIAJE
Publicado en Feb 18, 2013
Caminábamos de prisa, cada uno miraba a todos lados buscando perseguidores imaginarios en medio del temor que causa la huida. Poco a poco nos íbamos alejando de los últimos jacales de aquel pequeño poblado enclavado en un vallecito que había dejado de ser fértil por la explotación irracional de su tierra y la falta de agua, pues las lluvias cada vez eran menos frecuentes en la región.
La noche anterior, a hurtadillas espiamos que los tatas se durmieran y luego salimos, no tomamos el camino del pueblo grande por miedo a ser descubiertos, nos fuimos por el monte siguiendo las señas que el primo Nicomedes nos había platicado de cuando él se fue a la revolución siguiendo al general Torcuato Salinas alias “El Quemado”; nos dijo que camináramos siguiendo el mismo rumbo catorce días para llegar al pueblo de Santa Catarina en la mera sierra. Luego, siguiendo la arboleda bajar por la falda poniente del cerro hasta llegar a Valle de las Flores y de ahí en más o menos seis días llegaríamos a un pueblo muy grande llamado “Cuerécuaro” y de ahí p’al real, puro conocer mundo. Conoceríamos las grandes ciudades en donde la gente gana muchos dinero, tanto, que tumban árboles para sembrar otros de cemento que dicen dan luz. Cuentan que esas personas se divierten en un lugar de brujería llamado cinema, donde un fulano puede morir hoy a balazos y al otro día vuelve a salir cantando y haciendo dengues. Todo esto queríamos conocer mi hermano Tacho y yo, más, si era posible, porque… ¡Cuando la esperanza se monta en la imaginación no se vale ser melindroso, que caray! Pero la mera verdad lo que más nos jalaba eran los centavos que íbamos a ganar, ¡tantos!, que nuestro viejo ya no tendría que doblarse el lomo de sol a sol en la milpita que apenas nos da para no morir de hambre. Ganaríamos mucho dinero y nuestra madre no trajinaría tanto consumiendo su vida en medio de esa maldición que se llama miseria; hasta nos podría alcanzar para comprarle a la Lupita, nuestra hermana, trapos y vestidos de esos que usaba la mujer de aquel candidato a diputado que subió a lomo de un buen caballo a convencernos para que votáramos por él y que al otro día tuvo que ir un grupo de socorristas a bajarlo en andas, porque el politiquillo quedó engarrotado y le dieron las fiebres por lo penoso del viaje; no aguantó nada, ya ni nosotros que subimos y bajamos a puro golpe de huarache. Mi hermano Tacho llevaba colgado al hombro un morral que preparamos de prisa, con temor de ser descubiertos por nuestros padres y que ahí terminara la gran aventura que habíamos planeado tantas y tantas veces tumbados en el campo, molidos de cansancio de tanto andar el surco, de tanto seguir la yunta como se sigue una esperanza que no se logra alcanzar. Después de algunos días avanzábamos en silencio, íbamos dejando el miedo detrás; aquella mañana mientras caminábamos, Tacho rompió su mutismo y me dijo con ojos llorosos: – Cosme traigo un nudo en la garganta, harta pena por nuestros padres y Lupita– – No te me achicopales Tacho, este será un largo viaje, más vale que te vayas acostumbrando a no verlos por mucho tiempo, luego Dios dirá– le dije. –¿Tardaremos mucho en volver? – preguntó mi hermano. –No me mortifiques Tacho, nomás reunimos mucho dinero y nos regresamos p’al jacal con la querencia de la familia, estoy seguro hermanito que será un largo viaje– le contesté. Tacho ya no dijo nada, más triste que resignado apuró el paso, de seguro para que no viera la lagrima que resbalaba por su cachete moreno. Teníamos muchos días andando, lo que había en el morral se terminó, después comimos lo que íbamos encontrando, hasta raíces. Nadie se cruzó con nosotros durante la caminata, sólo animales silvestres que huían al vernos, los que se descuidaron nos supieron a manjar cuando los comimos. Aquel día amaneció tristón, nublado, como queriendo llover, no era temporada de lluvias por eso no me preocupé tanto; luego nos detuvimos a descansar bajo la sombra de un gran árbol. Estábamos muy cansados, mal comidos y mal dormidos; casi no hablábamos, cada quien con sus pensamientos, los de Tacho nunca los supe, porque no se los pregunté. Yo soñaba y me imaginaba despierto tantas cosas que iba a comprar: mucha ropa para Lupita y los viejos; un rebozo bordado para mi madre y otro para mi hermana; hasta le compraría algunas vaquillas a don Tiburcio el ricachón del pueblo grande. En eso estaba cuando se oyó a través de la espesura de la vegetación el alboroto aquel, ¡Era una balacera de los mil diablos! Tacho corrió a ver qué pasaba, regresó asustado gritándome: – ¡Cosme, Cosme, es la tropa, se está baleando con unos fulanos, ven a ver! – Desde nuestro escondite divisamos que unos soldados se peleaban a balazos con unos hombres que no conocíamos. Vimos a dos o tres militares tirados en una hondonada, al parecer muertos. Muy cerca de nosotros, agazapados, escondiéndose entre unos matorrales estaban aquellos hombres desconocidos que disparaban sin descanso contra la soldadesca. Nos quedamos tiesos y mudos de miedo, por eso no nos dimos cuenta de que la tropa avanzaba decidida y que sus oponentes reculaban hasta quedar demasiado cerca de nosotros. De pronto la balacera nos envolvió como un mal sueño. Tacho se acurrucó conmigo, temblaba, lloraba y rezaba con voz queda. Luego sentí como si alguien le hubiera golpeado en la espalda, gritó muy fuerte y fue aflojando el cuerpo poco a poco. – ¿Qué tienes? – le grité. –Aquí Cosme, en la espalda, creo que es un balazo – Toqué su espalda y sentí su sangre correr, llevándose en su caída la vida de mi hermano. Entonces grité aterrorizado por la cercanía de la muerte: – ¡No te mueras Tacho!, espera, tenemos que ir a la ciudad a ganar mucho dinero para los tatas y la hermana– – ¡No te mueras hermanito! – Me miró muy triste y me dijo: –Cosme, mi hermano, creo voy a un viaje más largo del que habíamos planeado; reza, reza mucho para que llegue al cielo, dile a los padres me perdonen y a Lupita, que la quiero mucho– Se quedó con los ojos muy abiertos, como viendo el camino infinito que empezaba andar. Lo abracé muy fuerte queriendo arrebatárselo a la muerte. Así nos encontró la tropa. A él me permitieron enterrarlo bajo la sombra de aquel árbol que lo protegió de los escasos rayos del sol pero no de la muerte. A mí me llevaron amarrado al cuartel de un pueblo que nunca conocí, acusado de sembrar marihuana y de narcotraficante. Ahora han pasado veinte años, nunca regresé al jacal con los tatas, de mi hermana tampoco supe nada, ni me interesó indagar. No podía volver sin Tacho, por eso me metí entre ceja y ceja la idea de que mi ausencia duraría tanto como si hubiera emprendido un viaje tan largo, como el de mi hermanito a sus trece años.
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Battaglia
Buenísimo Amigo!!!!!
kalutavon
silvana press
Me has entristecido Kalu pero fue bello. Saludos!
kalutavon
Jos de la Cruz Garca Mora
kalutavon
antonia rico mendez
kalutavon
Federico Santa Maria Carrera