El Camino de la Calavera Cap.1 Part. 1
Publicado en Feb 22, 2013
Parte I – Concepción
Mi nombre es Samahara Blueheart y soy una pirata. Mi historia comienza hace más de medio siglo, cuando “La Furia del Sur” surcaba majestuosa los cálidos mares del sur y la pura mención de su nombre bastaba para hacer temblar los corazones de los hombres. Aquel infame galeón pertenecía a mi abuelo, Blueheart “El Demonio Negro”. Viejos marineros cuentan la historia de que el Capitán de aquel navío alguna vez fue un poderoso brujo, quien poseía un lazo de sangre con la mismísima diosa Calypso, gracias al cual había podido alargar su vida más allá de lo humanamente posible; se decía también entre los más ancianos, que el viejo marino había caído en desgracia y por tal motivo había jurado jamás volver a usar la magia. Si me lo preguntan, yo creo que esos cuentos son sólo habladurías de cantina, aunque no he de negar que durante el tiempo que viví con él, atestigüé cosas que aún hoy escapan de mi entendimiento. Sí, sin duda el Viejo nunca pudo ser gris: amado por unos, odiado por otros, temido por todos; su legendario coraje y crueldad durante el fragor de la batalla, le ganaron aquel merecido mote que con orgullo rugía en cada abordaje. Pese a que el Viejo era un hueso duro de roer, había alguien cuyo corazón de piedra ablandaba: su hija, también mi madre, Selene Bluehearth, nacida y criada en altamar y cuyo arrojo y astucia en la batalla la había hecho merecedora por derecho propio del rango de Primer Oficial de aquel velero bergantín, que para algunos era símbolo de anarquía y para otros un monumento a la libertad. Famosos eran los reclutamientos de mi madre, quien se decía tenía el don de conocer la lealtad y la valía de un hombre. Así fue como “La Furia del Sur” llegó a tener una tripulación tan letal y efectiva, que muchos decían que cada individuo era parte de una sola consciencia. La leyenda cuenta que aquellos piratas eran tan implacables, que la Corona ofreció un alto precio por sus cabezas. Y así, mientras la Flota Real y los mercenarios iban a la caza de aquel escurridizo navío, su leyenda alcanzó proporciones apoteósicas, convirtiendo a aquellos bellacos en héroes populares: Los trovadores cantaban sus hazañas, los niños inventaban rondas, las comadronas cuchicheaban en las esquinas sobre los dotes viriles de aquellos marinos y los hombres esparcían rumores en las cantinas sobre sus andanzas en altamar, enfureciendo cada vez más a los monarcas, que, hartos de sus escaramuzas, decidieron atacar fuego con fuego. Y así fue que la “La Furia del Sur” y su tripulación conocieron la horma de su zapatos.: “La Séptima Valkiria”, un rápido y poderoso navío llegado de las gélidas tierras del norte, comandado por Uther “El Lobo Blanco”, cuya reputación le precedía. El inevitable enfrentamiento entre ambos titanes, ocurrió una noche tormentosa, cuando la Diosa Calypso descargaba su furia contra los hombres del Mar, quienes le temían y veneraban por igual. La batalla se desató trepidante, cruenta, sin cuartel, tiñendo de rojo las oscuras aguas del mar bravío mientras los relámpagos alumbraban las rabiosas siluetas de los hombres mientras blandían sus armas, las cuales destellaban cortantes, hendiendo el viento nocturno con sus agónicos silbidos. Y ocurrió entonces que el Viejo “Demonio” cortó la cara de Uther, sacándole un ojo; aquella bestia de aguas gélidas pagó aquella afrenta tomando a mi madre, Selene, ante la impotencia del Viejo, quien yacía sometido bajo los filosos sables de aquellos bárbaros nórdicos, quienes una vez que tomaron el control de “La Furia”, asesinaron a toda la tripulación y colgaron sus cabezas en las entenas a manera de trofeos, al Viejo le tocó la dolorosa parte de mirar: miró mientras sus leales hombres eran ejecutados uno a uno de forma deshonrosa y miró, con lágrimas en los ojos, mientras aquellas bestias ultrajaban a mi madre hasta hartarse, para luego arrojar su cuerpo inerme al mar, dándola por muerta. Y a él, al Viejo Blueheart, “El Demonio Negro”, cuyo verdadero nombre se ha perdido ya en las inefables arenas del tiempo, lo llevaron ante un tribunal para ser juzgado por sus crímenes y sentenciado a la horca en una ejecución pública, para beneplácito del Rey. Jamás le daría el gusto, pues es en esta parte de la historia en donde interviene la mano del Destino. El agua helada trajo de la inconsciencia a mi madre Selene, quien sacando fuerzas de flaqueza, luchó para salir a flote en medio de la tormenta y asirse de un madero que flotaba cerca de ahí, como un vestigio de la batalla que ahí acababa de librarse. Una vez sobre aquel trozo de esperanza, cayó nuevamente en un profundo sueño. Cuando despertó, Selene se hallaba en una hermosa habitación construida a dentro de un árbol y un hombre hermoso, de ojos y cabello plateados, piel de porcelana y orejas puntiagudas, le miraba con compasión, feliz de que hubiera despertado de aquel sueño malsano en el que la Muerte la había sumido, para tentarla a seguirla hasta su Reino. Aquel elfo lunar era mi padre, quien la había rescatado días antes cuando su cuerpo inerme llegó flotando hasta la costa. Nada sé de él, ni su nombre, ni su historia, desconozco incluso si viva aún, pues mi madre se llevó con ella su recuerdo, lo único que sé, es que aquel amor fue un amor verdadero. Mientras mis padres se enamoraban y me concebían, mi abuelo esperaba su ejecución en una fría celda lejos de ahí, en el Reino de un Rey que ya a nadie le importa, no después de que un pirata, un brujo o un hombre justo caído en desgracia, lo desafiara. Se dice que el Viejo fue visitado en sueños por Calypso misma y ésta le hizo saber que su hija Selene aún vivía. Mi abuelo despertó empapado en sudor, tras haber recibido aquella epifanía y exigió al guardia que le trajera un pedazo de tiza de inmediato. El requerimiento fue tomado a sorna y nadie puso objeción al mismo. Los guardias que lo custodiaban, se mofaban de él cuando lo vieron dibujar un barco en la pared de la celda, insultándolo cruelmente; nadie sabe con certeza lo que aconteció después, pues los más afortunados cayeron fulminados de terror, mientras que los infelices que sobrevivieron perdieron la razón, cuando vieron al “Demonio” subir a su galeón de tiza y desaparecer en aquel horizonte trazado sobre la fría piedra de la mazmorra. Se dice que el viejo Blueheart se valió de antiguas alianzas y favores que poderosos personajes le debían, para reunir una nueva tripulación y rescatar a “La Furia” de su encierro. Se dice también, que el Viejo mató y torturó a quien fue necesario para dar con el lugar que había visto en sus sueños. Y así fue, que “La Furia del Sur” zarpó hacia el oeste, justo donde Calypso había señalado a mi abuelo que Selene se hallaría. Muchas lunas habían pasado desde que mi madre llegara a aquella isla de ensueño, estaba en los últimos meses de embarazo cuando “La Furia” atracó en la costa. El ataque fue sorpresivo, despiadado, sin cuartel. De ambos lados se derramó sangre y cuenta la historia que mi abuelo, en su desesperación por recuperar a su amada hija, recurrió nuevamente a la magia, faltando a su juramento, aquel poder fue tan extraordinario, que los elfos no tuvieron más remedio que retroceder. A la fuerza, mi madre fue llevado a bordo del barco, a su antigua vida, en donde la ferocidad y la crueldad eran el pan de cada día. Y así es como vine al mundo, sobre un navío cuyos mejores tiempos habían quedado atrás, de la misma manera en que atrás quedaba la esperanza de una vida nueva para mi madre y la mitad de mi identidad. Mi abuelo me dijo que mi madre enfermó de malaria y nada se pudo hacer para salvarle la vida, aunque si me lo preguntan, yo creo que murió de un corazón roto. Con su último hálito de vida, mi madre me dio un nombre: Samahara, que quiere decir “La Protegida de Dios”, y el cual llevo orgullosa, tratando así de honrar su memoria. Como ella, nací y fui criada en altamar, bajo los rigores de la vida de un pirata. El Viejo, dispuesto a hacerme aún más fuerte que mi madre, juró hacer de mi una digna sucesora de los Blueheart y a penas pude dar mis primeros pasos, comenzó el aprendizaje: Si la cubierta se tallaba una vez al día, yo debía tallarla dos veces; si la ración de estofado eran dos cucharadas y una hogaza de pan, yo sólo recibía la mitad; si cada marino jalaba una soga para subir las velas, yo debía jalar dos; si cada hombre blandía una espada, yo debía blandir dos y así sucesivamente. No he de negar, que al final, el Viejo hizo de mi su orgullo y yo por mi parte, lo amé y odié casi con la misma vehemencia. Y sucedió que un día, los caminos de “La Furia del Sur” y “La Séptima Valkiria” se cruzaron de nuevo, con un resultado obvio. Ambos titanes colisionaron, pero esta vez, la edad había alcanzado al gran “Lobo”, mientras que mi abuelo, debido a aquel pacto de sangre, conservaba aún la misma fuerza juvenil de antaño. La balanza en esta ocasión favoreció al “Demonio”, quien logró desarmar a su rival, mi abuelo enarboló su cimitarra, dispuesto a acabar con la vida de Uther, sin percatarse que el truculento nórdico guardaba en su bota una daga, la cual clavó profundamente en el esternón del Viejo, quien con ojos desorbitados y una expresión atónita, me miraba gritar por él a lo lejos, mientras embestía con furia contra “El Lobo Blanco”, quien aún tenía el brazo extendido en la acción. “El Demonio Negro” arrancó de su pecho aquel filo, sangrándose la mano al hacerlo y caminó de espaldas hacia estribor, tropezando con la baranda del barco y cayendo a las cálidas aguas tropicales, donde se hundió inexorablemente en el abrazo de Calypso, quien lo reclamaba como suyo. Ciega de dolor y rabia, arremetí contra el “Lobo”, mi mirada eran dos ascuas de fuego ardiente quemando a través de las hojas de mis cimitarras, que como un vendaval arrancaron la pierna derecha y la mano izquierda, dejando además una segunda cicatriz en el rostro del bárbaro, que semejaba una cruz al intersectarse con la primera, que hacía tantas lunas había hecho mi abuelo en su semblante. Pero aquel día no era el día en que la Muerte llamaría a Uther. Sin previo aviso, un enorme galeón de la Armada Real que regresaba a puerto, desvió el rumbo y cargó hacia nuestras flotas. El viejo lobo nórdico y yo establecimos una tregua momentánea, con la promesa de terminar nuestra batalla en otra ocasión, hasta que sólo uno quedara en pie. Nuestra breve alianza nos permitió salvar el pellejo, pues cansados y heridos como estábamos, no éramos rivales para aquel navío del rey. Haciendo gala de astucia y acopio de nuestras últimas fuerzas, nuestros bajeles iniciaron maniobras evasivas, dejando atrás a sus leyes y a su yugo, incapaces de seguirnos a través de la densa niebla con la que Calypso nos bendijo. Tras navegar a toda vela por varias millas sin más incidentes, mi corazón se sintió sosegado por un momento, al girar la cabeza y no ver ni una sola luz que atravesara aquella espesa nebulosidad. Sintiéndome fuera de peligro, bajé la guardia. Ese fue un error que me costaría dos cosas: mi honor y mi libertad.
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