Edgar Morck
Publicado en Feb 25, 2013
El odio es un sentimiento tan poderoso que en el momento en el que toca el corazón nubla la visión como la niebla más espesa nubla los ojos. ¿Cómo alguien podría controlar tanto deseo de hacer daño? ¿Cómo podría una persona librarse de tan horrible sentimiento que podría llevar a la destrucción, a la peor de las destrucciones? Avanza lentamente por la oscuridad y, al igual que un depredador, asecha a su presa y se abalanza a nuestro ser y lo despedaza sin piedad alguna hasta saciarse Mi padre, Isaac Morck, y mi madre, Vannesa, conocieron y lograron disponer y disfrutar de largos años del gran amor que se tenían. Bañados por el delicado manto de su pasión no tardaron en realizar uno de sus más grandes sueños: tener un hijo y, gracias a Dios, yo fui quien pudo hacerlos muy felices. Nací bajo el cálido abrazo del otoño, en el mes de septiembre, yo fui su único hijo, Edgar Morck. Sintiéndose muy dichosos por mí, mis padres hicieron todo lo posible para que nunca estuviese solo y nunca me faltara nada.
Pero no todas las historias tienen que ser llenas de felicidad y en esta historia, como en cualquier día, ha tenido su brillante amanecer y como en todos los días las sombras se comenzaron a pronunciar al atardecer, garras negras se deslizaban en el suelo esperando atrapar y asfixiar algo a su paso. A mis nueve años de edad fui testigo del trágico fallecimiento de mi madre cuando ella cayó desde el segundo piso de nuestra humilde casa. Nunca llegué a comprender del todo cómo es que aquellas cosas llegaban a pasar, ¿acaso lo merecíamos? tal vez se trataba de un capricho del destino. Yo tenía que soportar esa gran pérdida y mi padre aún más. Mi mamá, por ordenes de mi padre fue enterrada cerca de nuestra casa. Desde aquel momento tuvimos que enfrentar un largo periodo de soledad y tristeza a pesar de estar juntos, mi padre jamás pudo recuperarse del todo. No he de mentir, aún me duele recordar aquel día en que perdí a mi madre pero no podía quedarme atado a ese momento ni a ese mal recuerdo, sin embargo el dolor que mi padre experimentó fue insoportable, una larga espada le había atravesado el corazón y el alma. Solo al cabo de un par de años llegó esa mujer a nuestra casa, Sara Colinn. Sara fue muy bien recibida por mi padre y ella poco a poco lo fue envolviendo bajo sus encantos femeninos, como el canto de la sirena atrae a los marinos a estrellar sus naves contra las rocas para hundirlos en las oscuras y profundas aguas. Lentamente mi padre me fue apartando de su lado hasta que por fin planificaron su boda. Nunca llamé a Sara como un hijo debía llamar a su madre porque en el fondo yo sabía que esa mujer solo quería apartarme de su camino. Cuando cumplí los diecisiete años de edad Sara enfermó, lo que la llevó a no poderse levantar de su cama. Desde entonces nunca salió de su habitación. Mi padre, al sentir que en su corazón brotaba de nuevo el miedo a quedarse solo por segunda vez se dedicó a atender a Sara hasta más no poder, sin tomarse tiempo para pensarlo enseguida acudía a sus llamadas. Eso fue lo que lo apartó de mí por completo y no se daba cuenta de que cada día empeoraba su salud tanto física como mental. Al tratar de que abriera los ojos ante lo que en verdad hacia solo conseguí que me llegara a odiar, como Sara lo hacía. Cegado por el miedo a mi padre le sobrevino una enfermedad del corazón que acabó con su vida rápidamente. Pero ante tal situación, antes de morir me hizo prometerle que cuidaría de Sara. ¿Cómo me pudo haber hecho eso mi propio padre? Él quería que yo cuidara a esa despreciable mujer. Solo por haber sido esa su última voluntad no pude negarselo. Después de haber aceptado las peticiones de mi padre él falleció y lo sepulté junto a la tumba de mi madre. Y desde afuera de nuestra casa, cada vez que visitaba sus tumbas, miraba en secreto y con un increíble odio hacia la ventana con blancas cortinas del segundo piso, miraba con desprecio a aquella habitación en la que yacía enferma mi desagradable madrastra. Pero no tenía más remedio, lo había prometido, y aunque se lo había prometido a una persona que me llego a odiar, tenía que hacerlo... La segunda se publicará el 26 de Febrero de 2013 a las 16:30hrs. Tiempo del Centro de México, Gracias.
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