Las sábanas de Emme
Publicado en Feb 26, 2013
La cama giró sobre si misma y Emme quedó abrazada a sus sábanas, suspendida tan larga era. Miró alrededor. Por debajo de sus pies un extenso mar había arrasado con su casa y con todo el pueblo; enfurecido trataba de desprenderla de sus ataduras para llevársela hasta las profundidades. Arqueó todo lo que pudo sus piernas, alejándolas. Hacia su derecha existía un espejo, algo sucio o en mal estado. Emme se buscó entre las sábanas que formaban una combinación perfecta de colores pasteles, pero su reflejo aparecía diferente, distante. Agudizó la vista para verse mejor, y allí estaba sentada sobre un acantilado observando como el extenso mar descansaba tranquilo, casi sin olas. A lo lejos, el tejado colonial de su casa asomaba templado entre la aglomeración de otras residencias que constituían el pueblo. Pero el peso de su cuerpo se hacía sentir de a poco. Temió por caer al mar. Trenzó sus manos a las sábanas y descansó las piernas de aquella posición incómoda. Miró hacia su izquierda. Un hombre de aspecto diabólico seguía con sus ojos el suave bamboleo pendular que producía ella misma en esa atmósfera sin aire. Emme le preguntó quién era y qué hacía allí. El hombre, sin contestar, estiró violentamente uno de sus brazos y su mano se abrió como lo hacen ciertas flores cuando cae el sol. Emme flexionó nuevamente sus piernas y evadió el contacto con el hombre. Sintió miedo por ese ser extraño que no dejaba de estirarse para alcanzarla. Miró hacia atrás, una mesa sostenía un libro con hojas en blanco; una ola gigante arrasaba con la mesa y con el libro. Agudizó la vista, el libro descendía hasta las profundidades de ese mar irritable que se tornaba oscuro y silencioso. El libro se aquietó sobre el fondo arenoso y sus páginas en blanco se fueron desintegrando por el efecto de la presión.
Miró hacia delante. Un largo camino se perdía entre agudas montañas. Agudizó su vista, y así pudo ver más allá. Un majestuoso castillo rodeado de flores y animales silvestres se levantaba sobre una colina. Un jinete cabalgaba por el camino y parecía venir a su encuentro. El hombre de su izquierda volvió a estirar su mano y esta vez logró arrancarle uno de los zapatos. Las sábanas cedieron, Emme fue alcanzada por una ola que sacudió su cuerpo y su alma. Se miró al espejo. Se encontraba ahora sentada en la colina conversando amablemente con el jinete. Otra ola la sacó del momento placentero. Esta vez la sacudió tanto que provocó la rotura de demasiadas fibras de las sábanas. Ahora pendía de un hilo. El mar estaba a punto de devorarla. El hombre de la izquierda se estiró un poco más y logró alcanzarla. La tomó de una de sus piernas de manera violenta. Emme trataba de defenderse. Miró fugazmente hacia delante. El jinete, espada en mano, cabalgaba a toda prisa por el camino. Parecía que le gritaba algo que ella no podía oír. Una nueva ola se abalanzó hacía ella, Emme quedó suspendida en el aire. El hombre de la izquierda la seguía sosteniendo de una pierna. El jinete llegó a su encuentro. Con un certero movimiento de su espada le cortó el brazo al hombre de la izquierda. Emme gritó. Entre las olas se fue sumergiendo ya sin fuerzas. Bajó hasta lo profundo como en cámara lenta. El fondo arenoso estaba en penumbras. Tanteó a su alrededor. El libro sin hojas estaba abierto. Lo cerró. Entre la oscuridad de esa noche marítima logró leer el título de tapa. Cerró los ojos. Se acomodó entre la arena del fondo. Y así esperó al nuevo día, donde seguramente colgaría, como cada instante, como cada vida, de sus sábanas.
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Stella Maris Sanhueza
daniel contardo
Laura Masvidal
daniel contardo