Tomar fuertes decisiones, que cambiarán totalmente el rumbo de nuestra vida, no es nada fácil. Se necesita de mucha valentía y de tener presente que hay que quererse mucho a sí mismo, y no permitir jamás que nadie nos desvalore como persona valiosa que somos.
La vida es tan corta, que, ¿por qué complicarse con situaciones que no nos llevan a ninguna parte?
Reconocer que nos hemos equivocado, que fracasamos en una relación, duele, duele mucho. Solo el tiempo cura esas heridas, no las borra, porque siempre permanecerán ahí en nuestro corazón, pero ya no sangran como al principio.
Por otra parte, tener que enfrentar nuestros temores o miedos que surgen porque nos toca volver a empezar de cero, tampoco es tarea fácil, y si no se tiene el apoyo de la familia, que es el pilar fundamental en un ser humano, es mucho más difícil. Pero en estos casos, Dios nos hace mucho más fuerte, crea en nosotros una coraza a prueba de dolores, de golpes, de decepciones, de desilusiones, y nos hacemos más exigentes con nosotros mismos, vemos la vida de otra manera, valoramos todo lo que esta nos ofrece, por más pequeño que sea; aprendemos a ver el lado interno de una persona como prioridad. Exigimos más lealtad, honestidad y gratitud, en las personas que nos rodean, en fin...
Todo pasa en la vida, y todo lo que pasa es porque Dios así lo quiso.
Es muy cierto que cada quien hace su destino, pero también es muy cierto que podemos cambiar ese destino.
Siempre después de haber atravesado un camino de oscuridad, nos espera uno lleno de luz y esperanza.