Primer Da
Publicado en Mar 07, 2013
Cuando Guada nació, siempre supe que iba a ser especial. Lo digo porque tiene una fuerza y un espirtú pocas veces visto en un chico de su edad. Siempre lo tuvo. Creo que todos los niños que padecen enfermedades crónicas que no tienen cura, logran forjar ese empuje que sorprende.Empiezo a escribir después de siete años que empezó su enfermedad. Lo que me dá la fuerza es ver a todas esas mamás que no abandonan nunca el puesto de lucha, es decir siempre están a lado de la cama de su hijo.
Presté mucha atención durante estos años a todas sus palabras. Sentí su dolor junto al mio. No nos separó el nombre de la enfermedad, porque sentiamos lo mismo. No se, si algún día publicaré este pequeño proyecto. Se que muy poca gente se detiene a pensar que en cualquier momento puede estar en nuestro lugar. Y a pesar de la familia y amigos. Uno está solo. Nada alcanza. Pasamos por todos los estados de animo. De pelear con Dios mano a mano. A pedirle y prometer lo imposible. No alcanza nada. Un sentimiento que dicen, se llama impotencia, nos quema adentro. Queremos correr, volar, gritar, llorar, todo junto, pero nunca alcanza nada. Mientrás espero que le pasen la medicación a Guada, veo otra mirada que busca esperanza, que tiene fe a pesar de todo, porque ese el principal motor. Y a pesar de los pronósticos médicos, nosotras como mamás creemos saber más. Aprendimos sobre medicina, lo inimaginable, sobre derecho cuando nos niegan los medios para que la calidad de vida de nuestros hijos sea digna. Sabemos de enfermería, kinesio y sacamos de nosotras esa mujer aguerrida que desconociamos. Somos mamás, y en la sala de espera, una mirada basta para acompañarnos. Veo esas mujeres que no abandonan la confianza, que una canción es la diversión o el paraiso perfecto. Y nos damos fuerzas, para que cuando tengamos que entrar a la sala, seamos eso que debemos ser . MAMÁS que pelean. A ellas que no duermen, a ellas que siempre buscan, a ellas que la soledad de la noche las consume, a ellas que nunca bajan los brazos y si alguna vez sienten que sus manos están pesadas y no puede hacer nada, salen caminan, lloran a escondidas, se limpián las lagrimas y vuelven a entrar a estar ahí, sentadas junto a ellos. A veces en silencio, otras contando un cuento, otras dandoles fe, como sea, como aprendieron, porque nadie nos enseño. A todas ellas me gustaría dedicarles estás páginas Escribe un comentario...
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