La llama del amor - Paula Martinez
Publicado en Mar 08, 2013
Las estrellas comenzaban a llenar el cielo, el cuál estaba completamente despejado de nubes y de un color azul oscuro, tan oscuro
cómo los ojos de su amada. Él sabía que pronto ella iba a llegar a aquella cascada. Después del anochecer, justo cuando los grillos comenzaban a entonar su hermosa melodía. Esperaba pacíficamente, detrás de la cortina de agua que tapaba la entrada a la cueva escondida. Sabía que nunca iba a poder presentarse a ella. La razón más importante era que él ya no era humano. La maldición de la bruja que lo hechizó, lo condenó a perder su humanidad y convertirse en un gran reptil mitológico. Un dragón. Con sus largas extremidades, largas garras y dientes, iba a asustar a cualquiera. Eso no era lo que él quería. Pero lo que el más deseaba en el mundo, era estar junto a ella. Poder recuperar su verdadero cuerpo y vivir el resto de su vida mortal junto a ella. Jamás supo su nombre, sólo la llamaba la joven de la noche. Su delicada piel casi fantasmal, el brillo de sus hermosos ojos cuando observaba la luna, su sonrisa al escuchar a los animales del bosque, todo eso fue lo que le llamó la atención al Dragón. Ya casi no lograba recordar su nombre humano. Después de un siglo de soledad, había perdido las ganas de vivir. Pero eso cambió una noche, la primera vez que vio a la joven humana. Ahora, noche tras noche, vivía para contemplar a la hermosa doncella que le hacía recordar lo bueno de la vida. Comenzó a oír pasos. Su gran sentido de la audición le ayudaba a saber si alguien se acercaba. Conocía muy bien a quién pertenecían esas suaves y ágiles pisadas. Era ella, la humana que, ella sin saber adoraba. Se ocultó en lo profundo de la cueva para que no se percatara de su presencia. Su esbelto cuerpo fue resurgiendo de entre los árboles. Vestida con sólo unas telas que cubrían su torso semidesnudo, caminó lentamente hacía el agua. Se arrodilló frente e ella, y hundió los dos cubos que llevaba en cada mano en el agua cristalina. Giró su cabeza hacía la dirección de los árboles y cómo todas las noches, los grillos empezaron a interpretar su canto nocturno. Ella sonrió y cerró los ojos, dejándose llevar por su tranquila melodía. El Dragón la observaba fijamente, cada movimiento que hacía, cada vez que su larga cabellera oscura se movía con el compás de la música, él lo miraba. Sabía que ella pronto se iría, pero esta vez, no quería verla marchar para tener que esperar otra noche. Se movió lo más silenciosamente posible, pero por su gran cuerpo golpeó una roca que se deshizo en pedazos. La muchacha se giró hacía la cueva, y observó expectante. Sus azules ojos mostraron confusión. La joven se puso de pie y se acercó al lago. Movió su cabeza, tratando de ver en la cascada, pero era de noche y no lograba ver nada. El dragón no se movió. Su cuerpo quedó cómo piedra. Sabía que la joven estaba mirando hacia la cueva, y no debía emitir ningún sonido. Pero la muchacha humana no era tonta, caminó dentro del agua hacía la cascada. Sólo se paró cuando quedó frente a ella. Observaba con atención, tratando de descifrar lo que había dentro. Al no notar nada, la joven negó con la cabeza y volvió hacía la tierra. Juntó los cubos y volvió a internarse en el bosque. Esa fue la última vez que la vio, ya que la joven jamás volvió a la cascada. El Dragón la esperó durante muchos años, hasta que finalmente comprendió que ella ya no volvería y que quizás su espíritu no estaba en el mundo mortal. Una noche, el Dragón escuchó unos pasos que provenían de dentro del bosque. Alguien se estaba acercando. Las pisadas, ágiles y seguras, le recordaron a la joven que visitaba la cascada. Por fin, una sombra salió de entre los árboles. Cuando el Dragón la vio, no lo podía creer. La joven, era muy parecida a la antigua visitante. Con la diferencia de los ojos, ésta humana tenía los ojos del color de las hojas de los árboles, un verde lleno de vida. El mismo color de pelo, la misma postura, seguramente era una descendiente. Esta vez, no iba a perder su oportunidad. El gran Dragón estaba decidido a mostrarse por primera vez en muchísimos años. La joven miró hacía la cascada y fijó sus ojos en ella. Suspiró. -Sé que estás ahí.- Le dijo a la nada. El Dragón se llenó de confusión. ¿A quién se estará refiriendo? ¿A él? Pero eso no era posible, nadie sabía de la existencia del Dragón. -Por favor, no te lastimaré.- Pidió amablemente. El Dragón se movió lentamente, iba a salir a su encuentro. “Dragón, sé que sabes quién soy. Te pido que te muestres.- Le dijo. Él tenía razón, se refería a él. ¿Pero cómo supo ella todo eso? ¿Será que esa vez su antecesora se había percatado del Dragón? Él se movió y se arrastró hacía la salida de la cueva. Primero, su gran boca salió de entre el agua cristalina, luego su cabeza. Cuando sacó su cuello, observó a la joven esperando que ella saliera corriendo de allí, pero ella hizo lo contrario. Caminó hasta el lago y se metió en él. Se acercó lentamente hacía el Dragón, sin temor. -No te haré daño, amigo.- Le dijo, mientras que ella elevaba su mano derecha. Él no podía hablar, por lo que no sabía cómo decirle que no le temía y que tendría que ser al revés. -Mi abuela…- Comenzó a decir. –Ella me contó de la cascada, del bosque y de ti. Sé que no me entiendes pero, tenía que venir a verte. Tengo algo que contarte acerca de ella.- La joven, acariciaba lentamente la piel escamosa del Dragón, mientras que él se había echado en el agua. El lago no era lo bastante profundo cómo para tapar por completo al Dragón. Los grillos iniciaron su canción y la pequeña humana desvió su mirada hacía al bosque. Sonrió. –Eso también me lo contó. Es hermoso, yo no creía que pudiera existir algo tan maravilloso. – Una lágrima resbaló de sus verdosos ojos. Quizás por nostalgia, o quizás por tristeza, él no lo sabía pero quiso reconfortarla de alguna manera. Movió su gran cabeza hacía ella y emitió un suspiró, y que de él sin querer, escapó una pequeña nube de humo. La joven sonrió. -Gracias.- Le dijo con voz ronca. –Te contaré Dragón, lo que pasó con mi abuela.- Respiró hondo y exhaló. -Fue hace cómo 5 o 6 años atrás.- Ella elevó su mirada hacía las estrellas, que brillaban intensamente esa noche. –Había sido mi cumpleaños número 10, y todos nos reunimos alrededor de la fogata. Ella se había sentado a mí lado, y me dijo: “Alena, debo confesarte algo muy importante para mí.” Yo no sabía qué era eso tan importante, pero fui con ella hasta las chozas. Me explicó que cuando ella era muy joven, quizás de unos 15 años, visitaba las cascadas que estaban escondidas en lo profundo del bosque mágico. Todas las noches, desde que había descubierto su belleza, iba a buscar el agua más pura del mundo. No le quiso decir a nadie donde era, ya que era su secreto. Hasta que una noche, escuchó un sonido que provenía de dentro de la cascada, ella se dio cuenta de que no estaba sola, y además de que era verdad que el bosque estaba encantado. Nuestra gente es muy supersticiosa y teme a lo desconocido, pero en ese tiempo era peor. Ella sabía que si les contaba a la tribu lo que había descubierto, era muy probable que la siguieran y ella quería preservar el lugar. Por lo que esa misma noche, cuando descubrió que eras tú el que se escondía en la cueva, decidió no volver más.- La muchacha acarició la cabeza del Dragón, que la escuchaba con atención. –Ella era la hija del Jefe y tenía responsabilidades en la tribu, debía casarse y formar una familia. Luego de que pasaran muchos años, cuando las cosas avanzaron en la tribu y sus hijos tuvieron hijos, mi abuela decidió que debía contarle a alguien especial y yo lo fui años después. Así que ese día en la choza, ella supo que podía confiar en mí, lo suficiente como para contarme el secreto del bosque. Yo no podía creerlo, llegué a pensar que los espíritus habían tomado control de su mente, pero sabía que mi abuela era un ser muy especial. Ella me dijo: “Ve a la cascada de noche, sólo cuando la luna se encuentre en lo más alto y las estrellas cubran el cielo con su esplendor. Sólo ahí es cuando podrás ver y conocer a mi fiel compañero.” Recuerdo su mirada de melancolía.- La joven suspiró. – Y aquí estoy. Logré llegar a lo profundo del bosque y te conocí. Ella tenía razón.- Sus hombros comenzaron a sacudirse suavemente. El Dragón, se dio cuenta de que su acompañante lloraba. Levantó su gran cabeza y empujó lo más suave que pudo su espalda. Ella cayó al agua, y salió de un salto tosiendo. -Me tiraste.- Le gritó sorprendida. Él no sabía cómo explicarle que sólo trataba de reconfortarla pero cómo consecuencia la tiró de su lomo, sin querer. Ella sonrió. –Creo que es hora de me marche.-Se puso de pie. –Mañana volveré. Espérame, ¿sí?- Acarició la pata del Dragón y sonrió. La joven volvió a tierra y se internó en el medio del bosque. El Dragón vio cómo su nueva amiga desaparecía en el bosque. Ahora, ya sabía de donde venía el parecido entre ellas. Una descendiente de ella. Dijo que mañana volvería. Pero, ¿Volverá? ¿Lo hará? En la siguiente luna, la joven muchacha apareció de entre los árboles. En sus brazos llevaba una canasta con alimentos. El dragón la observaba desde dentro de la cueva, mientras ella preparaba sus cosas en una manta que había dejado en la hierba. Ella se levantó y caminó hacia la cascada. -¿Dónde estás?,- le llamó. El Dragón salió de su escondite, pequeñas olas se generaron por el movimiento que él hacía al acercarse hacia ella. Cuando finalmente lo vio, ella sonrió. –Pensé que te habías mudado de cueva.- Él entendía cada palabra que le decía. El agua dejó de temblar y el Dragón la miró. “Que hermosa es. Muy parecida a su abuela.” Cada luna, Alena visitaba a su fiel amigo. Mientras los años pasaban, ella fue creciendo hasta convertirse en una hermosa mujer. Su familia cuidó del bosque, protegiéndolo y despistando a posibles intrusos. Alina, la hija mayor de Alena fue la siguiente en guardar el secreto. Ella protegió, cuidó y guardó el secreto viviente que protege el bosque mágico. FIN
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daniel contardo
Paula Martinez