El traje nmero 28
Publicado en Aug 18, 2009
EL TRAJE NUMERO 28
Entró al baño rascándose los genitales, orinó aún medio dormido, abrió el caño, se echó agua a la cara, carraspeó, levantó la mirada, se observó en el espejo y ...........sintió que el esqueleto se le escapaba de la carne, los ojos violaron sus fronteras sacudidos por el pánico, dio dos pasos hacia atrás como huyendo de la agresión. No entendía lo que ocurría. Sin duda era él, pero....... ¡no lo era!. La imagen que se reflejaba hacia sus mismos movimientos, igual que él chorreaba agua de la cara, tenía la misma pijama, se tocaba la cabeza lo mismo que él, pero no eran sus ojos, ni su pelo, ni su nariz. Algo estaba pasando con el espejo. Procedió a limpiarlo desesperadamente pero ¡no era él, por Dios, no era él! . Observó sus manos, no eran las suyas, su sortija, apretaba inusitadamente su dedo anular, la pulsera también estaba en su sitio, pero ¡no eran sus manos! gritaba pleno de pavor. Eran gruesas, toscas, limpias si, pero no tenían huella alguna del trabajo de su manicurista. ¡Esas no podían ser sus manos!. Llamó desesperadamente a su mujer pero recordó enseguida que estaba con sus hijos y nietos en la casa de playa. Se miró los pies y no los encontró, sólo vio unos dedos enormes como de Botero. Eran mas bien dos paquetes desordenados de dedos. ¡Eso no le podía estar pasando!. Debía existir alguna explicación razonable, era un empresario inteligente, su opinión era frecuentemente solicitada a propósito de diversos temas, debía encontrar alguna explicación. Seguramente se trataba de algún malestar sicológico que hacia que viera cosas que en realidad no ocurrían, era sin duda algún tipo de alucinación. Tenía que lograr una cita urgente con su siquiatra, pues no podía gastar su valioso tiempo mirando en el espejo a ese cholo de mierda. Llamó a su secretaria que al no reconocerle la voz le colgó hasta en tres oportunidades. Pensó que lo mejor era tranquilizarse, ir a su oficina y desde allí pedir cita con el Dr. Romero, su siquiatra, y así, al final del día, dejaría de ver tonterías. Se duchó, afeitó, proceso inútil esta vez, se perfumó y pasó al ritual de escoger su terno entre los 87 que tenía. Decidió que sería el del colgador número 28, un gris con líneas azules casi imperceptibles, el día anterior se había comprado una camisa y una corbata que combinarían bien. Se peinó lo mejor que pudo aunque el espejo le seguía devolviendo la imagen de ese cholo con pelos parados, pero se consolaba pensando que sólo eran ideas suyas, que pronto las cosas volverían a la normalidad. Al ponerse el pantalón el pánico volvió a derretirle los huesos. Le quedaba largo y bailaba dentro de él. Corrió hacia la balanza y descubrió con horror que marcaba 67 kilos. ¿Cómo podía, en un solo día, haber bajado 28 kilos?, eso era imposible. Se descubrió sospechando que eso de la alucinación, aquello de que eran ideas suyas, podía no ser cierto. Subió a su auto y se dirigió a su oficina, quiso entrar pero los guardias de la puerta intentaron detenerlo pues lo que vieron fue a un extraño manejando el auto del doctor. Logró huir maldiciendo a esa gente que todos los días le hacía exageradas reverencias y que ahora se atrevían a tratarlo con autoridad y desprecio, como si fuera un delincuente. Con el dinero que tenía en el bolsillo logró comer y un lugar donde dormir en el que no le pidieron documento de identidad, pues del hotel al cual iba a veces lo echaron y requisaron sus papeles indicando que eran robados. Mientras tanto, todos los esfuerzos que hizo para ser reconocido terminaron en maltratos y persecuciones. Fue a su casa de verano donde estaba su esposa y apenas ésta lo vio en el carro llamó a la policía. Similares resultados obtuvo visitando a sus socios y a su abogado. Recibió e hizo varias llamadas por su celular y nadie le reconocía la voz. En unas de las llamadas que hizo a su esposa le contestó alguien que dijo ser policía y que le propuso no meterse en problemas, que devolviera o dejara el carro en algún lugar y que dijera si sabía donde estaba el doctor. En su confusión y desesperación optó por dejar el carro en una cochera y por deambular sin saber que hacer. Después de algún tiempo el dinero se le fue acabando y entonces no tuvo más remedio que adaptarse a su situación y tratar de sobrevivir. La parte blanca de la ciudad lo agredía permanentemente por lo que terminó refugiándose en la choledad propia de su cuerpo. Su cerebro le hizo un escándalo cuando se vio semana tras semana en el absurdo gimnasio de lavar carros para poder comer y más cuando se encontró como adoptado por una pandilla de menesterosos que por alguna incomprensible razón le brindaron un lugar donde vivir y una especie de comunidad a la cual pertenecer. Los primeros días esa gente apestaba tanto que casi no podía respirar, pero debía soportarlo, el tener un lugar donde dormir y comer lo obligaban. Lo peor vino al cabo de unas semanas cuando a esa comunidad, que vivía a orillas del río Rimac, llegó la hija del que actuaba como líder y que en un mal momento se enamoró de él, lo perseguía por todas partes con su gruesa cintura, muelas picadas, ropa sucia y su hablar pastoso y extraño. Le daba tanto, pero tanto asco. Durante todo ese tiempo se preguntaba si a alguien más le había pasado eso, ¿porqué a él?, y ¿porqué con ese cuerpo?, si al menos hubiera sido con otra persona, incluso una mujer, hasta divertido pudo ser, si fuese temporal; pero ¿porqué tuvo que ser ese cuerpo y esa cara? y ¿hasta cuándo duraría?. Otras veces se preguntaba ¿y si tuviera un hijo con la chola, como sería? ¿Completamente cholo como correspondía a sus cuerpos, o sacaría algo de un anterior fisonomía? Cinco años de esa extraña vida terminaron por llevarlo al hospital. Se moría, hubiera querido que sea de olvido, pero era de una enfermedad de pobre y, moribundo, le pidió a la chola enamorada, que siempre estaba a su lado como un lastre, que le llevara un espejo. Se miró en él y sintiendo cercana la muerte pensó, con el alma enfangada de resentimiento ¡muérete, cholo de mierda! . Pero no se murió, junto con la conciencia recobró su antigua cuerpo. Loco de emoción abandonó a la chola, robó algunas ropas del hospital, se fue a su casa pensando pagar el taxi ahí, pero no lo dejaron entrar y como no pudo pagar se armó un escándalo. Armó otros en reiteradas oportunidades y la policía lo echó varias veces del lugar. Visitó a quien era su abogado de confianza quien le comunicó que su familia había logrado que se le declare judicialmente muerto, su patrimonio se había distribuido entre sus herederos, su esposa, viuda, se había vuelto a casar precisamente con uno de sus socios, éstos por su lado habían distribuido los poderes de las empresas a favor de varias personas, entre ellas sus hijas y yernos. En suma nadie lo quería vivo, ni siquiera el abogado, a quien eran otros los que ahora le pagaban. Tragándose el miedo peleó, gritó, insultó, golpeó y fue golpeado, con un poco más de respeto, eso si, pero igual fue golpeado durante meses, hasta que se convenció que nada le devolvería la vida anterior y, entonces, sin tener donde caerse muerto, pues hasta su tumba ya había sido utilizada, dominado por una enorme depresión, otra vez en su lecho de muerte, con la misma chola a su lado, con la misma enfermedad de pobre y con la idea de que ahora si le daba gusto morirse, se murió pensando: ¡mejor hubiera sido seguir siendo cholo¡. Raúl Ramírez Vásquez Lima, agosto de 2009
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raul ramirez vsquez
agradezco mucho tu comentario, pero creeme que agradeceré más tus consejos
Has sido muy amable
Raúl
miguel cabeza
Un saludo
raul ramirez vsquez
Te agradezco tu comentario.
Te envié un comentario sobre "Cada dia más joven" y además un pedido. Ojalá puedas ayudarme.
Raúl
Diego Lujn Sartori
el relato está muy bueno, me tuvo en el hilo de la lectura hasta el último momento. Tienes condiciones de escritor y buena trasmisión te dejo por ahora tres estrellas. Te dedico el texto mío: cada día más jóven, espero que lo aprecies y comentes.
Gracias
Diego