VEDETTE
Publicado en Mar 09, 2013
Confluyen hasta tu boca lágrimas de sangre anegando tus poros y opacando la pena de gritar en silencio. Los eslabones que te encadenan no se sueltan, no se rompen, no te retienen ni te asfixian, sólo retardan tu asunción. Dejamos de escupir al cielo cuando dios aprendió a utilizar como escudo a sus ángeles para mantenerse a salvo. Tus rojos cabellos ondulantes se extienden como lenguas de fuego con aliento a crematorio; cenizas del tiempo quemadas. Sangre, cadenas, saliva y cabellos enseñan tu verdad: aprendiste que no se necesita ser madre para amar a tus hijos. Por lo mismo, si ahora detengo tu gloriosa ascensión no es para agradecerte ese estéril amor dignado, es para que me devuelvas el alma.
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