Las gradas que no crujían
Publicado en Aug 18, 2009
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                   LAS GRADAS QUE NO CRUJÍAN
Sospechaba estar al final de un largo viaje, en realidad no tenía conciencia del mismo, ni de su duración, ni de los lugares en que pudo haber estado, su memoria estaba como vacía, le desesperaba que el único recuerdo, aunque vago e incierto, fuera el del lugar hacia el cual precisamente se estaba dirigiendo, le parecía que era su casa, se convenció de ello cuando mirando hacía la puerta acudieron a su memoria la letra de los boleros que no hacía mucho tiempo le dieron poesía a su juventud. Se sentía cansado, sobre todo de ausencia, ésta le imponía un peso emocional difícil de soportar. Subió las escaleras como flotando, las gradas de madera no crujían como de costumbre, estaba aturdido, se sentía como recién salido de un banco de niebla y lo acompañaba algo parecido a un sudor antiguo en sus ropas. Llegó a la puerta, no tenia idea de dónde estaba la llave de modo que tocó el timbre, al hacerlo observó extrañado que su dedo índice parecía derretirse. Asombrado no supo que hacer, sólo atinó a esperar.
Al cabo de unos minutos sin que le abrieran la puerta y entendiendo que nadie le abriría pues reparó que el timbre no había funcionado, optó por golpear con la mano. En ese instante le ocurrió algo que le pareció ya le había pasado antes, pero no podía recordar cuándo, ni dónde, ni en qué circunstancia. Su mano pasó a través de la puerta, la madera tornó tan suave como el velo de una telaraña, tanto que sólo la sintió como un leve cosquilleo. A la mano le siguió involuntariamente el brazo, el hombro, el tronco, la cabeza, todo su cuerpo; sin saber cómo ya estaba dentro del departamento y se encontró en un sitio familiar y extraño al mismo tiempo, sintiéndose de pronto invadido y aturdido por un júbilo de voces y de gritos, en un lugar más iluminado, con más colores de lo que él recordaba, con ruidos diferentes, con olores dulzones que, según observó, procedían de unas pajillas que echaban humo.
Dos niños desconocidos parecían hipnotizados frente a una caja que tenía una especie de pantalla que brillaba y cambiaba rápidamente de imágenes, ubicada en el mismo lugar donde se recordaba a si mismo sentado al lado de su enorme radio, escuchando música cuando lograba imponer su voluntad, las radionovelas cuando era su esposa la que salía ganando o las noticias, cuando a ambos los dominaba la angustia por las novedades sobre la guerra de Vietnam en la que, finalmente, murieron dos de sus hermanos. Ahora veía a esos dos niños como enfrascados también en un conflicto, era evidente que competían, mejor se diría que luchaban por algo y que se desesperaban por no perder, accionando con furor esas extrañas palancas y botones que tenían en las manos y usándolas como si fueran espadas cual dos gladiadores que, ociosos, peleaban sentados.
-Te gané - afirmó triunfante uno de ellos, poniéndose violentamente de pie y al hacerlo tirando la silla al suelo.
- Idiota, es la primera vez que me ganas, en realidad no puedes conmigo - protestó el otro.
El barullo y los empujones se impusieron, definitivamente esos dos niños no querían y quizá no sabían dialogar. Del dormitorio, que se encontraba al fondo de un pasadizo, donde pudo ver la actitud desmayada de una mujer joven, salió sin embargo una voz enérgica y autoritaria mandándolos callar y como no obedecieran, el hombre cuya voz había escuchado se acercó y tocó apenas la caja lo que hizo que la pantalla se oscureciera al instante, al tiempo que decía:
- Basta ya, hace rato que su madre les dijo que dejen de jugar y que se cambien de ropa, que vamos a ver a la abuela.
        
El rostro de ese hombre, vestido con ropas algo extrañas, le producía algún tipo de reminiscencia, además, ahora estaba seguro que esa era su casa, pero entonces se preguntó ¿dónde estaba su esposa? y sus hijos?, ellos eran un poco más pequeños que esos niños, pero, donde estaban?, quizás se habían mudado?, cómo saberlo?. Un instante antes había tratado de hablar con esas personas, pero ellos parecían no escucharlo, ni verlo, simplemente lo ignoraban, era como si él no estuviera allí. Acaso estaba soñando todo eso?. Se sentía como un ser ausente e incapaz de distinguir entre lo que realmente observaba y sentía y lo que sólo imaginaba.
- Papá, para qué vamos a ver a la abuela, no es su santo y para la navidad falta mucho - protestó aburrido uno de los niños.
- Ella quiere vernos, últimamente se está acordando de tu abuelo, hoy sería su cumpleaños y me ha pedido que lleve las fotos de su matrimonio que quiere verlas, así que trae la que está sobre mi cómoda, métela en la bolsa que está en la mesa del comedor y vamos ya - ordenó el padre secamente.
Cuando el niño regresaba con la foto alcanzó a ver la imagen que traía entre las manos, la reconoció al instante, estaba amarilla, antigua, maltratada, pero se notaba claramente que era la foto más importante de su matrimonio, aquella en la que aparecía el sacerdote dándoles la bendición mientras ellos no dejaban de mirarse a los ojos.
Recién entonces descubrió porqué sentía como que flotaba, porqué atravesaba las puertas sin sentirlas, porqué no lo escuchaban, ni veían, intentó entonces por un momento reír de impotencia, llorar al siguiente, pero no pudo hacer ninguna de las dos cosas, descubrió con ansiedad que en realidad, estaba muerto. Se ató entonces al cuello los boleros enloquecidos de su juventud, sintió que en un hombro se le acomodaba el alma, sobre el otro los recuerdos que de pronto lo invadían en oleadas violentas y dolorosas y se marchó a buscar a sus hermanos pisando escaleras de madera que seguían sin crujir.
                                                                       Raúl Ramírez Vásquez
                                                                       Lima, agosto de 2009
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Descripción

Regresa a su casa después de un viaje y descubre que en realidad está muerto

Palabras Clave: muerte fantasma recuerdos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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