Tamales de Charol
Publicado en Mar 10, 2013
El carbón se rehusaba a encender, el viento, la humedad de la madrugada y la somnolencia de la pequeña tamalera, eran sus cómplices. Pero después de tres cuartos de hora, un puño de granos de sal, ramas de ocote y un chorrito de petróleo, la pequeña logró que el combustible hiciera ignición; se prendieron dos braceros, uno para los tamales y el otro para el atole. Todo estaba listo para comenzar la jornada, Bolillos crujientes para las guajolotas, cucharas para los tamales, vasos de unicel para el atole, y un garrote para las ratas. Mientras la oscuridad se iluminaba, las prostitutas saltaban del mezcal a la cerveza, las optimistas tomaban jugo de naranja, y las melancólicas atole de maíz. La niña tamalera observaba a las mujeres con vestidos minúsculos, escotes colosales y los labios colorados, contar billetes, mascar chicles, recibir golpes, y devolver besos con mentadas de madre. Y como si fueran brujas, las veía desaparecer con la primera chispa del sol. Pero lo que le asombraba, eran los zapatos de tacón que vestían las putas, porque ella usaba huaraches como el florista del mercado, como las verduleras, como todos en su pueblo, sin embargo, se imaginaba calzando tacones altos de charol rojos, como los de la chica morena, con fleco rubio, que se quedó tirada a pasos de su puesto de tamales. La mujer de los zapatos resplandecientes, estaba ebria, con las medias y alma rota, la cara muy pálida, la blusa vomitada y los labios cremosos, escarlatas como pitayas. Con esa imagen en mente, la pequeña atizaba el fuego de los anafres, repartía guajolotas, servía vasos de atole hirviendo, hacia cuentas, cobraba y devolvía cambio, mientras soñaba con las zapatillas de charol. Las horas pasaron lentas y pegajosas, pero finalmente el mercado despertó, las ratas se escondieron, los tamales se acabaron, los perros no cenaron, y las moscas se apareaban a plena luz del sol. El mercado se estaba ensamblando, mientras la niña de los huaraches desarmaba su puesto, distraída y obsesionada con los zapatos de tacón, los miraba con codicia, le sudaban las manos de envidia, su estómago se hizo nudo, la boca se le secó, las piernas la sostenían débilmente, pero ella avanzó lívida y sudando hacia la mujer de los tacones rojos. Se agachó para robar por primera vez. Contemplaba el brillo del charol rojo con los ojos saltones y la mirada absorta, cuando una sorpresiva voz burlona le dijo, - Quítate niña, la doña se esta ahogando- Dos hombres gruesos y chaparros tomaron el bote de tamales y se fueron con la puta en el camión de la basura. En un descuido perdió la inocencia, el sustento, y los tacones. La ilusión se esfumó, y con el llanto atragantado miraba sus pies resecos, encarnados en los huaraches, y en ese momento entendió la melancolía de las putas, comprendió por qué bebían, aprendió a mentar madres, y vislumbró el único camino para ser la dueña de sus tacones rojos.
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