Hoy soñé contigo… otra vez.

Soñé que me observabas con tus preciosos ojos esmeraldas y sentí cómo un exquisito escalofrío recorrió mi cuerpo cuando vi que te mordías el labio y tomabas mi mano con la tuya que siempre es tan cálida y firme.
Soñé que paseábamos por la rivera de un río y los petirrojos cantaban a nuestro alrededor mientras el sol comenzaba a despertar de su profundo sueño. 
Soñé que me besabas, sentí tus labios dulces que me derretían junto a tu cuerpo y el viento que danzaba a nuestro alrededor.

Sentí tus caricias, tu respiración acelerada junto a la mía y sentí tu suave cabello castaño entre mis dedos. 
Sentí el latido de tu corazón y escuché aquellas dos palabras que hicieron al mío casi explotar de emoción.
Sentí tu delicioso aliento mientras las susurrabas y acariciabas mi mejilla con ternura y pasión.

“Te amo” 

Y estaba a punto de decirte cuánto yo te amo, cuando desperté y volví de nuevo a mi realidad.

Pero fue en esta realidad donde sucedió lo que siempre creí imposible, cuando me fijé en tus ojos verdes que conozco a la perfección y en tu cabello alborotado que siempre me gusta acariciar. De a poco te acercaste y todo mi cuerpo se paralizó, estabas a tan pocos centímetros de mí, pero ninguna palabra logró salir de mi boca.

Entonces sólo pasaste a mi lado y ni siquiera te fijaste de mí, no me reconociste, no me recordabas y sentí cómo mi alma se quebraba para siempre en mil pedazos. Fue cuando comprendí que los sueños, sueños son y si no puedo ser feliz contigo en esta realidad, entonces lo seré en otra. 

En la realidad de mis sueños.