Candelabra y sus ojos muertos (parte 2)
Publicado en Mar 12, 2013
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El vidrio de forma triangular permanecía clavado en la garganta. La sangre se había coagulado, y el corazón de Candelabra latía sereno, tan sereno que ella apenas podía oírlo.
La respiración se entrecortaba y ella se aferró a las manos ensangrentadas que la abrazaban. Las sombras del mobiliario dibujaban figuras fantasmagóricas contra las paredes y ante la menor brisa tomaban movimiento por la frágil luz del candil. 
Todos la miraban con extremada sorpresa, todos menos la pequeña, quien danzaba de una manera burlona a su alrededor, emitiendo frases por lo bajo que sólo ellas entendían.
El cuerpo de Candelabra estaba en el piso, pero su alma recorría la casa, tratando de hallar el sitio perfecto para encontrar respuestas; su vestido largo y negro hacía juego con la noche que ingresaba desde el alto ventanal. Un círculo viscoso y escarlata yacía prolijamente dibujado a su lado; sus manos parecían estar teñidas del mismo líquido pegajoso.
El príncipe Víctor quería ayudar, pero no sabía cómo. La amaba y no podía verla en ese estado calamitoso. Giró sobre sus piernas largas y se ocultó de la situación detrás de un  cortinado viejo y sombrío.
El abuelo Frederic fue el primero en preguntar qué diablos había pasado.
Ella emitió un sonido para que se acercara. Necesitaba decirle algo.
Candelabra lo miró desafiante con los ojos escarlatas.
Él bajó la cabeza y se acomodó mejor sobre el cajón que le servía de asiento.
Ahora parecía que la sangre recobraba vida y un chorro desparejo saltó sobre la camisa.
– ¡Aún vive!– exclamó Morbid.
Todos asomaron sus cabezas, pero con ojos ausentes. En el fondo, aunque disimularan, querían que ese cuerpo tirado sobre las baldosas estuviese muerto ya.
La pequeña Candelabra, aburrida, se sentó frente al piano y entonó, a modo de parodia, la marcha fúnebre. La condesa Luv corrió para silenciarla, pero como respuesta recibió la advertencia de Candelabra:
– Déjala, me hace bien escucharla.
Se acercó para oírla, pero sólo escuchó un lamento. El vestido negro estaba oscurecido; el lugar entero parecía estar bañado íntegramente de sangre.
Su madre le acercó la boca al oído. Candelabra, luego de escucharla, le besó la frente y le cerró los ojos para siempre.
La pequeña dejó de girar sobre si misma. Dio unos pasos hasta ponerse al pie de la cama de su madre. La miró con una contemplación nublada y húmeda, la tomó de la mano, le besó la frente y le cerró los ojos para siempre.
Candelabra seguía en el piso, aturdida. La pequeña tocaba el piano, Morbid, Luv, y Frederic limpiaban la sangre que había anegado la habitación. Víctor permanecía oculto detrás del cortinado. Candelabra por fin cerró los ojos. Sintió miedo, mucho miedo. Descansó.
El reloj antiguo anunció, con campanadas, las diez de esa noche llovida  de recuerdos. Candelabra se levantó del piso seco. Se acomodó su largo vestido de encaje negro. Recorrió la casa hasta la cocina. Calentó agua, y decidió cenar sola. Al rato, por las dudas, colocó sobre la caja de madera el peso de su cuerpo. Allí bebió la infusión, sumergida en el vapor, colmado de tristezas, de la sopa de calabazas.     
 
 
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Foto del autor daniel contardo
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3 Comentarios 761 Lecturas Favorito 1 veces
Descripción

segunda parte

Palabras Clave: recuerdos-muerte-soledad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: daniel contardo

Derechos de Autor: DC (ley 11723)


Comentarios (3)add comment
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daniela

apasionante cuento =) besito dan
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March 26, 2013
 

daniel contardo

Gracias Daniela! Beso!
Responder
March 27, 2013

Marcelo Sosa Guridi

Me gustó, Daniel, no hay como el piano para la muerte. Un abrazo.
Responder
March 15, 2013
 

daniel contardo

Gracias por leer Marcelo. Abrazo!
Responder
March 15, 2013

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