El pezón
Publicado en Mar 13, 2013
En una hermosa y mal iluminada noche de agosto, el viento soplaba suavemente, tomaba rato percibirlo; pero lo delataba un vaho templado con aliento de gasolina, y aunque era todavía temprano en la noche, ya se podían escuchar las primeras ratas, que peleándose por las mazorcas de los elotes con mayonesa, emulaban zombis devorando cadáveres.
La luna, observaba indiferente, pero de cerca, sin pronunciar palabras, vigilaba todo; a los perros taciturnos recorriendo modorros las banquetas, a los gatos fundidos en la sombra, y a las moscas soñando con basura. Todos sufrieron por interminables horas un sol cegador, que cayó a plomo pero que ya nadie recordaba. La noche, lo cubría todo. Un taxi husmeaba con sus faros entre las calles fétidas, húmedas y perdidas, su luz rozaba las paredes como acariciando al barrio, mientras develaba sus vergüenzas y su miseria, y en la distancia se escuchaban retumbar los trailers, con una cadencia deprimente, pero familiar, la sombra de alguien que corría para alcanzar el camión, fue la ultima presencia antes dejar las calles vacías; ya la gente huía para descansar, y los patrones para poder olvidar, que en la misma avenida, que se apersono el mercado de los miércoles, rebosante de colores y fragancias, transportado por camiones, y bicicletas, y mil huáchales, ahí en la misma avenida, que con aromas de miel, gritos de mole, y cilantro, se anunciaban las ofertas de los marchantes y merolicos; seis horas después, quedaron abandonados ochocientos kilos de basura que ululaban con el paso del viento, cerros de bolsas de plástico que asemejaban palmeras meciéndose con la brisa del drenaje, las hojas de elote enlodadas en la banqueta, recordaban que la naturaleza estaba allá, en un lugar muy lejos, fuera de aquí. Ratas, perros, gatos y cucarachas se apoderaron del cadáver del tianguis, avanzaban sobre y entre los desperdicios, se atragantaban con deleite frenético, un festín que se repetía todos los miércoles, cuando ya no estaba el sol; la rutina era la misma, el orden estaba dictado, los perros despedazaban bolsas y esparcían los restos, las ratas acababan con lo que fuera despreciado y las cucarachas, expandían las infecciones en sus orgías, mientras las moscas, soñaban con basura. La noche se arrastraba, entre las horas, y el edén de la escoria tomaba fuerza y forma, corría el sexo y la violencia como moneda de cambio, la peste que perfumaba la fiesta, los maullidos de placer y furia, y el calor pegajoso y pesado, despertó a un niño que dormía en un guacal enterrado entre la inmundicia, sus ojos negros y muy redondos, estaban atrapados por lagañas, llorando se limpiaba un jugo espeso que escurría de su cabeza, estaba en calzones descalzo y mocoso. Lloraba con un chillido mudo, apenas audible, un llanto ahogado por la desesperanza de no entender nada, su desconcierto no era el sitio donde despertó, ni el calor, ni temía a la fauna del mercado, pero no entendía quien era el, no sabia hablar, caminaba mal y avanzaba a tropezones, aunque sin rumbo, no intuía que necesitaba un destino, que ese dolor y ansiedad se llamaba hambre, y nadie había para explicarle, pero el entendía con resignación, que estaba abandonado. Su único recuerdo afable era un pezón gigante y calido, que no estaba mas ahí, se lamía las lágrimas, que fueron desenredado sus pestañas, y a fuerza de berridos pudo abrir sus ojos abismales, vio correr alegres y panzonas a las ratas, vio sus pies desnudos y el brillo de la luna, con sus rayos platinados alumbrando a los perros tragando y cogiendo, vio como resplandecían los envases de tetra pack , distinguió los mil colores turbios de la montaña de basura que le parecía descomunal, interminable, luminosa. De la cima, súbitamente, cayó una perro de cabeza, un cachorro huerfano. El niño se carcajeo hasta las lágrimas, se sentía desguarnecido, hambriento y desconcertado, pero en ese momento lo abrazaba la placidez de un suspiro profundo, ya no estaba solo, ni era el único que sufría, el perro se le acercó, él niño lo acarició, y entre suspiros y sollozos, se quedaron dormidos, soñando con un pezón gigante.
Página 1 / 1
|
kalutavon
Desde luego no demerita la buena prosa, pero si le resta el plus que contiene el otro que he mencionado. Afectusos saludos.
Saít Rodríguez
Escribes muy bien y valoro mucho tu opinión.
Gracias
kalutavon