En una fría y tenebrosa noche de invierno, las criaturas del bosque de la luna, corrían desesperadamente bajo la lluvia, escapando del mal que los amenazaba. Tras ellos los arboles caían uno a uno, mientras unas bestias que se sostenían sobre dos de sus extremidades los perseguían. Todas las criaturas buscaban juntas un refugio dejando a un lado sus diferencias, lo único que importaba en ese momento era salvarse, algunos al intentar huir se resbalaban en el barro y caían contra el suelo, el peligro estaba cada vez más cerca. De pronto apareció frente a las criaturas, una lechuza que les señaló el lugar donde se encontraba un escondite seguro, éste estaba en una cueva que había detrás de la cascada, las criaturas estaban muy agitadas, y muchas eran derribadas en el camino por culpa de las bestias invasoras, llamadas seres humanos. Al ver cómo su hogar era destruido, las criaturas entre las cuales habían: lobos, osos, liebres, búhos, ardillas y algunos otros, se armaron de valor y salieron de su escondite para intentar detener a los impertinentes y darles un castigo por su osadía, pero fue inútil, ya que todos fueron derrotados.
 
Los cimientos de todo el bosque temblaron, de lo más recóndito de este lugar, donde la luz de la luna ilumina cada noche, emergió una criatura, con la sutileza del viento, la fuerza de los oso, la agilidad de los lobos, la sabiduría de los búhos, la tranquilidad de las liebres, brillante como la luna, majestuosa y justa, conocida por las demás criaturas como el guardián del bosque, acérrimo protector de la naturaleza. De los ojos del guardián brotaron lágrimas, por el daño que le habían causado a su hogar, y a las demás criaturas que lo habitaban, observó con tal determinación a los humanos que éstos se inmutaron al verle, el guardián veloz y elegantemente comenzó a derribarlos uno a uno, partió sus armas en dos, y batalló cuerpo a cuerpo contra todos a la vez, cuando logró vencerlos, rugió y expulsó a los humanos del bosque para siempre.
 
Cuando al fin se detuvo la lluvia, el guardián comenzó a cantar una magnífica canción llena de vida que debía distribuir por todo el lugar. A medida que avanzaba el canto, las criaturas comenzaban a recuperar sus energías, éstas cantaron con él mientras le hacían una reverencia. Con el canto fueron restituyéndole la vida, el esplendor al bosque y cualidades extraordinarias, elementos que jamás debió haber perdido y que nunca volverá a carecer.