LA NIA Y EL LOBO
Publicado en Mar 17, 2013
Existió una vez, en un pueblito, una pequeña niña, muy linda y buena, que se llamaba Aurora; vivía con su abuelita en una cabaña cerca del bosque. La viejita se encontraba muy enferma y la niña tenia que trabajar, horneando pasteles, para comprarle sus medicinas. Pero la ancianita no se podía quedar sola mucho tiempo, así que mientras la abuelita dormía, la niña iba a la panadería del pueblo a dejar sus deliciosos pastelillos.
Un día, la señora se puso muy enferma y Aurora tuvo que ir por el doctor. Desafortunadamente, cuando regresó con el médico, la viejita ya se había ido al cielo. Aurora se puso muy triste, no había quien la consolara, sin embargo sabía que sus papás y su abuelita la cuidaban desde arriba. Pasaron los días y para vivir la pequeña continuaba haciendo sus postres. Cierto día, como de costumbre, Aurora fue al pueblo a vender los pasteles. Cuando volvió, escuchó algunos ruidos extraños en el bosque; tenía un poco de miedo, pero era el único camino a su cabaña. Conforme avanzaba los ruidos se hacían cada vez más fuertes, y cuál fue su sorpresa al ver que un pobre lobo había caído en una trampa; se acercó y le dijo: —No te preocupes, lobito, yo te voy a sacar. —Eres muy pequeña y la trampa es dura, no creo que puedas, pero gracias –respondió el lobo. —Ya verás que si puedo –aseguró la niña. Aurorita buscó cerca de ahí una rama grande y gruesa para que le sirviera de palanca. —Voy a meter esta vara y cuando cuente tres tratas de sacar tu patita. ¡1, 2, 3! –contó la niña mientras se recargaba en la vara. —¡Un poco más! –gritó el lobo. Aurora se recargó más en la vara y el lobo pudo sacar su patita. —Muchas gracias, niña –dijo el lobo —No te puedes ir así –contestó la pequeña– déjame llevarte a mi casa para curarte y cuando te sientas mejor te podrás ir. Así no me sentiré sola. La niña llevó al lobo a su cabaña y, aunque no tenía mucho, le dio de comer. Después le vendó su patita lastimada y ambos se hicieron compañía durante un tiempo. Varias semanas después la patita del lobo había sanado por lo que podía marcharse. —Muchas gracias por todo, Aurorita –dijo el lobo. —No fue nada, lobito –respondió la niña. —Y para agradecerte me gustaría que me pidieras lo que tú quieras, cualquier cosa. Aurora se quedó pensando un rato y luego respondió: —Lo que yo más deseo es estar con mi familia, pero sé que eso es imposible. El lobo no le respondió y se fue. Una tarde, mientras Aurora terminaba de hornear uno de sus pasteles, llegó un matrimonio a la cabaña. Entraron para comprar un par de esos deliciosos postres, sin embargo, aún no estaban listos. —¿Vives sola? –Se atrevió a preguntar la señora– ¿Dónde están tus padres? —Mis papás murieron hace mucho tiempo y mi abuelita, que me enseñó a cocinar, falleció hace unos meses; ahora vivo sola, pero no estoy triste por que sé que me cuidan desde el cielo. La pareja se miró con nostalgia y, juntos, decidieron adoptar a la niña, ya que la señora no podía tener hijos. La pequeña Aurora cumplió su más grande deseo. Desde ese día la niña tuvo un papá y una mamá que la querían como si de verdad fuera hija de ellos. Días después el lobo volvió; Aurora lo abrazó y le dio las gracias. FIN
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