Yo y Mara
Publicado en Mar 19, 2013
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     Frené. Odio que la luz roja del semáforo me sorprenda en la mitad de una avenida, convirtiéndome en presa fácil del agazapante apuro de otros automovilistas.
 Entonces ella se acercó. La nube del tiempo se disipó y recordé el momento en que nos conocimos. Un momento en el cuál María y yo estábamos en planos
diferentes, en casas diferentes, en roles diferentes: yo era una nena
insignificante,...ella era una bruja.

     Yo no era ni una niña, ni una chiquilla, ni una pequeña, era simplemente una nena. Una que vivía en un barrio como tantos, a la que le faltaban infinidad de cosas, pero que no lo sentía
pues no lo sabía y porque estaba cómoda así, con lo que tenía: una familia indiferente, un colegio castrante, un nombre vulgar, ropa heredada de alguna prima, una vieja hamaca de mimbre, algunas figuritas de colores y brillantina, un flequillo demasiado parejo, un tío soñador, un hermano compinche, amigos y...la calle. Ese mundo fascinante al que tenía acceso en ciertos horarios, si observaba buena conducta, si... Como si fuera caro estar en la calle, como si ésta fuera propiedad de los adultos, privilegio de pocos.

     Entre las mil atracciones que guardaba nuestra calle, estaba María. O mejor dicho, la vieja y extraña casa de María, con ese enorme y crecido matorral al frente que tapaba la puerta; la
historia de María, los gatos de María.

     Todos sabíamos que era una bruja que vivía con infinidad de gatos y a la que no le gustaba que los chicos pasen por su vereda.

     Luego nos enteramos. 
     Los gatos que vivían con ella, habían sido chicos como nosotros, que se habían atrevido a desobedecerla y habían sido convertidos en gatos. 

     Entonces correr, locamente, conteniendo la respiración, mirándonos los brazos para ver si ya se empezaban a cubrir de pelos, tocándonos los labios, para palpar si ya asomaban los bigotes. Esa emoción que nunca, nunca más, volveríamos a vivir con tanta intensidad, tan
auténticamente. 
    Luego crecí, me fui del barrio, aprendí que existían otras calles, más parejas,
asfaltadas, sin chicos jugando a la pelota; aprendí que los monosílabos no se acentúan, que el amor no es para siempre, que el color del cabello puede cambiarse en pocas horas, que los abuelos se van, que los subjuntivos son acotados, que todos, no solo los vecinos ricos pueden tener teléfonos, todos podemos y hasta los podemos llevar con nosotros, que hay verbos que no se conjugan, que los perros se compran y a veces son muy caros, que la muerte no
llama por orden cronológico y los hijos pueden irse antes que los padres, que el agua viene en botellas, que el color de la piel puede abrir o cerrar puertas, que los nombre propios no se anteceden de artículo, que las mentiras no se castigan, que las tortas se compran, que la justicia no existe, que la banana no engorda, que las tetas se caen, que los amigos emigra, que la vida se googlea y que los regalos no se regalan.
    María seguía parada al costado de mi auto. Seguíamos estando en distintos planos. Yo
era una señora rubia y distinguida que esperaba la luz verde de un semáforo
céntrico. Ella una mendiga que miraba sin ver y se apoyaba tímidamente en la
ventanilla esperando unas monedas.

   Al dárselas, le apreté la mano con emoción y reverencia y supe dos cosas. Supe que no me convertiría en gato y que ambas habíamos sido mucho más felices, cuando yo era simplemente una nena insignificante, y ella una bruja.
   La luz del semáforo sonrió un verde pasto, miré por última vez a María y seguí mi
camino.
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Foto del autor Alicia Rabinovich
Textos Publicados: 1
Miembro desde: Mar 19, 2013
1 Comentarios 140 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Relato de un encuentro con el pasado

Palabras Clave: (calle bruja viaje interior)

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (1)add comment
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Alicia Rabinovich

Mi homenaje a María.
Responder
March 19, 2013
 

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busy