Miré el lienzo, mis manos estaban cubiertas por la pintura, el pincel giraba hasta la orilla de la mesa y sentí el sonido de la madera sonando contra el piso. 
La imagen que había ahí podría haber satisfecho al mejor artista o a un simple peatón que la mirase, era hermosa, una mujer de cabellos rubios sonriendo, sus ojos brillaban, parecía feliz, pero no era lo que sentía, no era lo que quería expresar. Era una farsa total así como la sonrisa que había presentado cada día a todo aquel que se me acercara, no había logrado pintar lo que sentía, en vez de eso terminaba pintando una imagen llena de colores fingiendo alegría, poniendo una careta con una gran sonrisa pintada en frente.
Tome una brocha y crucé una línea negra frente a todos y cada uno de los que me habían descrito como "Hermosos cuadros" o "La visión de un ángel", la misma mujer una y otra vez. Pinté grotescas líneas sobre su hermoso rostro. La pintura oscura empezó a escurrir, y la mujer de todos los cuadros abrió sus hermosos ojos impresionada, sus pestañas revoloteaban de arriba a abajo, hasta que de sus labios salió una sonrisa. Todo ese tiempo había pintado la visión de mi misma, las sonrisas y las miradas. Todo lo que la gente veía en mí, estaba plasmado en lo que ahora eran lienzos en negro, mis rodillas cedieron y comencé a llorar.
Me había olvidado de mí, había dejado mi imagen, mi felicidad de lado, le había dado a todos lo que querían, y de un momento a otro el solo hecho de encontrarme detrás de un manto de pintura negra me hacía feliz.